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Cómo Homero imaginó la putrefacción de un cadáver y otras contribuciones de la literatura a la ciencia

Xavier Duran analiza 400 obras y demuestra la estrecha colaboración obviada de las dos disciplinas

El químico y divulgador científico Xavier Duran.
El químico y divulgador científico Xavier Duran.Consuelo Bautista

“No hay ciencia sin fantasía ni arte sin hechos”, dijo el autor ruso del siglo XX Vladimir Nabokov. Sin embargo, hubo épocas donde la literatura y la ciencia no se podían ni siquiera ver la cara. Los intelectuales pensaban que los científicos iban más lejos de lo que la humanidad necesitaba saber. Las mujeres no les consideraban ni siquiera posibles parejas de baile en las festividades. Las dos disciplinas han tenido una turbulenta historia de amor y odio de 30 siglos, aunque no cesaron de intercambiar saberes entre líneas. Esta colaboración obviada es la que Xavier Duran (Barcelona, 60 años) reconstruye en su obra La ciencia en la literatura (Universitat de Barcelona, 2018) que ha recibido este mes el Premio Nacional de Edición Universitaria 2019 a la mejor obra de divulgación científica.

William Shakespeare cita a más de 60 enfermedades y ofrece más de 700 referencias sobre medicina y psiquiatría 

Muchos autores de prestigio, “aunque se olvide a menudo” según precisa el autor, recurren a la ciencia para contar la realidad y entender la sociedad. Por otro lado, algunos poetas y dramaturgos como Homero, Shakespeare y Dostoyevski contribuyeron a ciertos avances en la investigación. El trabajo del químico catalán realza las huellas de la ciencia en la escritura desde el origen y demuestra, citando 400 obras, que los dos ámbitos están estrechamente vinculados y, sobre todo, que sirven para plasmar aspectos de la sociedad enriqueciéndose mutuamente.

Los autores que adelantaron a la ciencia

El primer hombre que imaginó el viaje a la Luna, en el año 160, describió una nave espacial muy peculiar: “un barco gigante movido por vientos potentísimos”. Era un autor griego, Luciano de Samósata, entre tantos otros, cuyas obras y relatos contaban la ciencia antes de que nadie supiera de ella o nacieran cálculos indiscutibles.

La poesía del siglo VIII antes de Cristo de Homero, autor griego de las famosas obras épicas la Ilíada y la Odisea, inspiró al médico Franceso Redi en el siglo XVII. En cinco versos, el escritor emite una hipótesis sobre la putrefacción de un cadáver: los gusanos surgen de las moscas que se posan sobre el cuerpo. Redi investigó y descubrió entonces que los insectos nacían por sí solos en la carne en descomposición. “Leer a Homero es adentrarse en la historia de la ciencia y de la técnica”, escribe Duran. El poeta griego describe continuamente y con mucho detalle las heridas de guerra, los fenómenos naturales y las partes del cuerpo humano.

El teatro de Dostoyevski fue una base para que los científicos analizasen por primera vez un tipo de crisis epiléptica

Por su lado, William Shakespeare cita en sus obras a más de 60 enfermedades, ofrece más de 700 referencias sobre medicina y psiquiatría y nombra partes del cuerpo que la mayoría de la gente desconocía. La piamadre, la meninge interna que protege al sistema nervioso central, es uno de los ejemplos que apunta el autor.

Un par de siglos después, el autor ruso Fédor Dostoyevski se oponía claramente a la concepción mecanicista del organismo humano y pensaba que “toda la obra de nuestros siglos últimos” estaba maldita. Y como lo desglosa el divulgador, no fue el único intelectual en oponerse al conocimiento. Pero a su pesar, el escritor contribuyó a enriquecer la ciencia. Sufría un tipo concreto de epilepsia y la describió con máximo realismo en una de sus obras llamada El idiota (1868-1869). Estas páginas fueron el documento en el que se basaron los científicos para analizar por primera vez estos ataques difíciles de observar en la realidad. “Es una interesante confluencia que muestra tal vez que ciencia y literatura se comportan a menudo como paralelas y acaban encontrándose”, relata el autor español.

La literatura que utiliza a la ciencia

Durante mucho tiempo la literatura y la ciencia se ocuparon de cosas distintas: la primera, de la condición humana y la segunda, del mundo exterior. Pero en el siglo XX aparecen nuevas nociones demasiado complejas que necesitan una convergencia de las dos disciplinas. Es lo que reitera Gustavo Ariel Schwartz, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), fundador del Programa Mestizajes del Donostia International Physics Center y autor del estudio Literatura y ciencia. Hacia una integración del conocimiento.

En la recopilación de Duran hay autores que desde el siglo XIX, como Honoré de Balzac, el realista, Émile Zola, el naturalista entusiasta, y Herbert Georges Wells, el optimista, fomentaron esa confluencia. Cada uno de ellos, entre muchos otros, recurre a la ciencia y a la técnica para explorar el mundo, enriquecer su conocimiento y hacer reflexionar a los lectores sobre el impacto de los cambios tecnológicos de su época.

Las cuestiones actuales como el cambio climático, la desigualdad o el feminismo, no las puede tratar tan solo una disciplina. Se necesita una convergencia

Balzac quería plasmar el país y la gente tal y como eran. “Su visión estaba de acuerdo con una ciencia que quería comprender la naturaleza y transformarla pero que se basaba en hechos concretos”, redacta el autor a quién este escritor francés le resulta muy interesante por su acercamiento riguroso a la realidad. Por otro lado, el conjunto de la obra de Zola es un vivo retrato de la convivencia de máquinas y personas. El autor naturalista soñaba con una fraternidad universal basada en la ciencia que veía como “la gran revolucionaria invencible”. Y Wells sigue la misma dinámica. En La máquina del tiempo (1895), cuenta la historia de un viajero del tiempo que vive las paradojas del progreso y muestra optimismo frente a las posibilidades de las investigaciones, aunque, en muchas de sus obras, da vida a científicos ambiciosos y muy poco éticos.

Una brecha cultural y actual

En el ámbito profesional y académico se tienden muchos puentes entre las dos materias. Las instituciones proponen mestizajes y programas que exploran las fronteras entre las ciencias y las humanidades. “Pero la educación toma una dirección contraria”, explica Schwartz. Para él, existe una brecha ya que a una edad demasiado temprana los alumnos deben elegir una rama específica. “Esta decisión se tendría que posponer o que cada una esté presente en el programa de la otra. Siempre se necesita explorar estas fronteras”, argumenta.

El científico del CSIC añade que las cuestiones actuales como el cambio climático, la conciencia, la desigualdad o el feminismo, no las puede tratar tan solo una disciplina. "Necesitamos una convergencia” asevera en armonía con el texto de Duran. El químico y divulgador premiado está convencido de que es muy importante para todo el mundo leer y debatir sobre lo que se descubre, lo que nace y lo que nos rodea. Unir todas las ramas de la cultura es, según concluye, un vector para explorar la sociedad y ampliar el conocimiento del mundo.

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