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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Se busca autocrítica a cambio de nada

La película ‘El insulto’ nos enseña todo lo que puede degenerar cuando no damos marcha atrás

Berna González Harbour
Una figura de Puigdemont en las Fallas de Valencia.
Una figura de Puigdemont en las Fallas de Valencia.HEINO KALIS (REUTERS)

Las grandes lecciones se esconden muchas veces en las pequeñas historias y esta vez podemos encontrarlas en El insulto, una película libanesa que aterriza estos días por aquí. Un hosco enfrentamiento entre un jefe de obras y un vecino que le cala al regar por no tener un buen desagüe en el balcón es el detonante que va a tensionar y conmocionar un país entero. Es fácil pasar del "capullo de mierda" hasta las manos —nos enseña la película—, de ahí a los tribunales y de ahí a los disturbios si quienes se cabrean son un cristiano libanés y un palestino de reacciones rápidas alimentadas por el odio al otro germinado al estimular la identidad. En resumen: están los hechos, están los golpes, están los insultos, están los sentimientos y después, en un estrecho banquillo de una sala judicial cuya fuerza se proyecta sin embargo a todo el mundo, solo quedan los argumentos. Ahí te la juegas. Véanla.

Porque es fácil después asociarla a la tensión que hoy sufre este país y que sigue haciendo bucles en torno a la pregunta medular: “¿quién empezó todo?”. Los independentistas culpan al Gobierno, y el Gobierno a los independentistas y solo hemos escuchado una voz, la de Santi Vila, que empiece a entonar la autocrítica. Joan Tardá también ha tenido algún conato. Incluso Artur Mas. La voz cantante, sin embargo, sigue dictada desde una mansión de Bruselas sin ningún tipo de ambición de corregir lo que se ha hecho mal. Y el Gobierno sigue estéril de propuestas y planes para hacer historia. Ni siquiera para hacer ya un titular.

La política en democracia debería ser capaz de engrasar los engranajes para que la secuencia de hechos-sentimientos-argumentos no culminara nunca en golpes ni violencia. Pero no ha sido capaz. Las incipientes autocríticas por parte de los indepes son muy excepcionales, la recompensa inexistente y el Estado, mientras tanto, se desgasta en el proceso al procès. Cinco políticos huidos siguen moviéndose por Europa sin que les persiga una orden de detención a pesar de que el juez construye el sumario en torno a delitos tan graves como la sedición y la rebelión. Ya no se trata de que Puigdemont y varios consejeros se hayan ido a Bruselas, donde la tipificación de los delitos no corresponde a la española, como nos han dicho, sino de que Ponsatí se ha trasladado a Reino Unido, el expresident se propone viajar mañana a Suiza con la exconsejera Meritxell Serret, como antes viajó a Dinamarca, y Anna Gabriel, la exdiputada de la CUP, sigue huida de la justicia en Ginebra. ¿Es comprensible que la orden de detención europea siga retirada cuando ya son cuatro los países involucrados en sus movimientos? Diríamos que nos sigue faltando explicación.

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La película El insulto nos enseña todo lo que puede degenerar cuando del enfrentamiento no sabemos retroceder. Y merece la pena verla con capacidad para situar el foco en más conflictos. La justicia hará su camino a su ritmo y en sus tiempos. Pero la política nunca debería renunciar al papel a la que está obligada. En el asunto catalán también están los sentimientos, y están los argumentos. Los dos siguen a ambos lados de la balanza como fuerzas incapaces aún de confluir. Acaso renunciar al monopolio del sentimiento de agravio y actuar con autocrítica a cambio de nada —y nada es nada— podría ser el primer paso para desbloquear todo lo que hay que desbloquear.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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