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Tentaciones
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'Ingrid Goes West': las peores consecuencias del postureo a golpe de 'likes'

Elizabeth Olsen y Aubrey Plaza protagonizan esta película sobre la locura de las redes sociales, que obtuvo un premio en Sundance

¿Qué pasaría si Patricia Highsmith escribiera El talento de Mr. Ripley en la actualidad? Pues que seguramente contaría la historia de fascinación, envidia y deseo de Tom hacia Dickie Greenleaf a través de las redes sociales. Al fin y al cabo, estas se han convertido en poco tiempo en el mejor espacio donde poder fabricarnos una nueva identidad, exhibirnos, enseñar lo que queremos y ocultar lo que no nos interesa sin movernos del sitio. Son, sin duda alguna, un sitio ideal para mentir.

En ellas podemos ver y ser vistos. Sirve para los exhibicionistas y también para los voyeurs. Para los narcisistas y los cotillas. Para los que molan y los que quieren molar. Genera deseo, pero también muchas envidias a golpe de sensacionalismo y frivolidad. Partiendo de estas cuestiones, el debutante Matt Spicer ha construido la que podríamos considerar la Mujer blanca soltera busca… de la era de Instagram. Una película en la que encontramos todos los elementos de un filme de intriga y de suspense psicológico alrededor de las peores consecuencias del postureo a golpe de likes y emoticonos de corazones. Tan inquietante como la vida misma.

Se llama Ingrid Goes West y es una de las más afiladas y clarividentes parodias en torno a la cultura de las apariencias que ha generado la era digital. Y es que, ahora más que nunca, la imagen que generamos de nosotros mismos en el espacio virtual se convierte en prácticamente nuestra única forma de identidad en el mundo.

Además, ya no solo importa lo que enseñas, sino cómo lo enseñas, el encuadre que utilizas, los elementos de adorno, el mensaje y la intención. El postureo se ha convertido en una cuestión de hashtags. En ese sentido, lo que propone Matt Spicer no resulta nada descabellado. ¿Pueden las redes sociales hacernos perder la perspectiva de la realidad hasta conducirnos a la locura?

Es lo que le ocurre a Ingrid, una joven que acaba de perder a su madre y se refugia en el móvil para escapar de su depresión. Se pasa el día mirando fotos en Instagram hasta que le estallan las pupilas, poniendo “me gustas” a mansalva y glorificando a sus influencers favoritas, deseando ser como ellas. Chicas que consiguen hacer que una tostada de aguacate sea algo cool, que las marcas se las rifen para anunciar sus productos, que viajan, practican yoga y van a fiestas de celebrities. Toda esa impostura terminará por convertirse para ella en el mundo real. Por eso marchará a California de la misma manera que históricamente lo han hecho todos esos jóvenes que buscaban hacer realidad su sueño: En este caso para conocer a su Instagramer favorita, Taylor Sloane (Elizabeth Olsen), una chica que ha hecho de su exposición en las redes una forma de vida y que tiene miles de seguidores. Para Ingrid, su rol model y punto de referencia.

Entre ellas surgirá la amistad. Una amistad tan forzada, superficial y falsa como el estilo de vida que pretenden ensalzar y que se basa básicamente en decirse todo el rato lo guay que son la una a la otra mientras posan en una foto etiquetándose y haciendo el signo de la paz.

Ingrid Goes West en ese sentido destapa las miserias de una generación que prefiere ocultar bajo la alfombra sus inseguridades, sus problemas económicos o sentimentales para aparentar que todo “es lo más”. Tal y como dice Ingrid en un momento de la película, para encajar en ese escenario de falsedad, lo que importa es hablar de cosas que molen, de comida, de ropa o de Joan Didion, aunque no sepas ni siquiera quién es.

Al director le sale bastante bien eso de mezclar la comedia más incómoda con el thriller malrollero, casi terrorífico. Desde el primer momento se genera tanto rechazo como empatía con el personaje protagonista que interpreta Aubrey Plaza, quizás porque todos hemos sido en algún momento ella stalkeando a nuestro objeto de deseo o a nuestros haters particulares.

Por un lado, es una psicópata acosadora que no sabe diferenciar la vida virtual de la realidad. Por otro, es una chica perdida que necesita desesperadamente ser aceptada socialmente, que se siente fracasada y que en realidad no sabe ni quién ni qué quiere. Por eso, detrás de esa pátina de perfección que todo el mundo se esfuerza desesperadamente en ofrecer de cara a la galería, no hay que rascar mucho para encontrar incomprensión, rechazo y soledad, sentimientos que termina generando mucha frustración y odio.

La película, que se alzó con el premio al mejor guion en el Festival de Sundance y se proyectará en el Festival Americana de Barcelona (disponible en plataformas digitales, Blu-Ray y Dvd a partir del 4 de abril), tiene la virtud de hacer pasar por livianos e intrascendentes temas fundamentales para entender nuestro presente, pero la verdadera estrella de la función es Aubrey Plaza, una de esas actrices que hasta el momento siempre habían permanecido adscritas dentro de la órbita indie y que en cada papel demuestran ir mucho más allá de cualquier tipo de etiqueta. La habíamos visto en obras de culto como Scott Pilgrim contra el mundo, Damiselas en apuros o Seguridad no garantizada. Aquí consigue componer una Ingrid inquietante y odiosa, pero con un punto de una enorme fragilidad. Es ambigua e imprevisible y captura con su mirada, todo el vacío de nuestro tiempo.

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