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MIRADOR
Columna
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Julita

Estar muerta no es dejar de respirar, sino no sentir dolor

Manuel Jabois
Gustavo Salmerón y Julia Salmerón en un fotograma de la película ‘Muchos hijos, un mono y un castillo’.
Gustavo Salmerón y Julia Salmerón en un fotograma de la película ‘Muchos hijos, un mono y un castillo’.

Julita Salmerón, de 82 años, duerme todas las noches con un tenedor encima de la mesilla. Es un tenedor extensible porque, en mitad de la noche, Julita a veces lo coge y se lo clava a su marido, que duerme en la cama de al lado, para saber si sigue vivo. Para Julita Salmerón estar muerta no es dejar de respirar, sino no sentir dolor: ha dejado dicho a su familia que después de que el médico haya certificado su fallecimiento, y antes de que la incineren (esto es importante), la pinchen hasta el fondo con una aguja de calcetar. Como tiene un tremendo síndrome de Diógenes, le cuesta encontrar la aguja, pero al hacerlo se la deja en manos de su nieta como quien deja un reloj de importancia fundamental para el devenir de la estirpe: si yo resucito, nieta mía, será con esto.

Este personaje es el protagonista de un documental que ha rodado Gustavo Salmerón sobre su familia, o sea sobre la jefa, y que se titula Muchos hijos, un mono y un castillo porque Julita Salmerón cuando era joven quiso tener muchos hijos, un mono y un castillo, y tuvo las tres cosas: las tuvo, además, de qué manera. El documental se estrena este viernes, por fin, y de esta manera se dará a conocer el secreto de semejante obra artística, que es la primera de la humanidad y la última: lo que pasa por la cabeza de una madre.

Viéndolo recordé dos escenas de mi vida, las dos muy recientes y las dos, en cierta forma, ya olvidadas.

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Una se produjo la noche en que mi abuelo murió en el hospital. Al día siguiente mi abuela, que dormía en casa, contó que lo había visto de madrugada en la habitación ordenando los cajones y doblando la ropa en una escena que le pareció no aterradora sino tristísima: según ella había salido del coma y recorrido 30 kilómetros para despedirse personalmente de ella. Es una de esas historias imposibles de creer y a la que, al mismo tiempo, tampoco conviene darle muchas vueltas porque si algo ha respetado la vejez de mi abuela es la cabeza. La otra tiene que ver con ese momento en que madres y padres nos levantamos de la cama para escuchar respirar al bebé: la comprobación física de que todo va bien, el momento en que tienes la necesidad de despertarlo y escucharlo llorar para dormir tranquilo. Cuando crecen compruebas que es verdad: hay que provocar la rabia para asegurarte de que todo va bien. Esa paradoja que afecta a niños y ancianos: amarlos con un tenedor o un susto para reanimarlos más que para comerlos, que es lo que quería hacer Julita Salmerón con el cuerpo de su enamorado Primo de Rivera. Croquetas.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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