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Yo pongo la casa y tú, la compañía: “El nido se queda vacío y estos estudiantes intentan llenarlo”

En distintas ciudades de España hay programas de convivencia intergeneracional con el objetivo de combatir la soledad no deseada de los mayores y paliar el problema habitacional de los universitarios

Soledad No Deseada
Cándida Rey, de 87 años, y Andrea Ramírez, de 37 años, en la casa donde conviven en Madrid.Jaime Villanueva
Sara Castro

Cándida Rey, de 87 años, vivía sola en Madrid desde 2007, cuando su hijo pequeño dejó el hogar familiar. Tiene 11 nietos y cuatro bisnietos, pero a estos últimos aún no los conoce y de los primeros cuenta que, si se cruzara por la calle con alguno de ellos, quizás no lo conocería porque crecen rápido. No mantiene una relación cercana con todos. “Las noches son difíciles, aunque ya me he acostumbrado a estar sola”, confiesa. Pero con dos habitaciones vacías y una casa que le quedaba demasiado grande, cuando vio anunciado el programa Convive —que pone en contacto a ancianos que viven solos con estudiantes que buscan un hogar— no dudó en apuntarse. Así, Andrea Ramírez, de 37 años, llegó a su casa en septiembre. Estudia un máster de Trabajo Social en la Universidad Complutense, viene desde Lima y es su nueva compañera de piso. En diferentes provincias de España se desarrollan proyectos de convivencia para combatir la soledad no deseada de las personas mayores y paliar el problema habitacional de los universitarios.

Ramírez acompaña todos los jueves a Rey a la peluquería y también al médico. “Si llueve, estoy más pendiente. Me da miedo que se caiga en la calle”, explica la mujer, que suele prepararle quinoa con piña para desayunar porque le encanta. Ambas muestran una preocupación mutua. “Le he dado una manta que ganchillé yo para que no se muera de frío. Antes de que llegue, ya enciendo la calefacción y bajo la persiana de su habitación para que la encuentre calentita”, cuenta Rey.

El responsable del programa Convive, Marcos Böcker, de la organización Solidarios para el Desarrollo, defiende la importancia de su proyecto, iniciado en 1995, en un contexto en el que “los lazos sociales son más frágiles porque los hijos, aunque estén presentes, se encuentran a mayor distancia”. Un problema que se agrava en las grandes ciudades y que cada vez es más frecuente. “Se pretende alargar al máximo la estancia de la persona mayor en su propio domicilio para que no pierda los vínculos con su entorno”, comenta.

La soledad acorta la vida, según un estudio de la Universidad de Glasgow, publicado este mes en la revista BMC Medicine. Las personas que no reciben una visita al mes de familiares o amigos tienen mayor riesgo de muerte prematura, un 39% más. Por otra parte, en 2021 en España había 14 estudiantes por cada cama ofertada, según un informe de la consultora inmobiliaria JLL.

Esta situación hace de la convivencia algo positivo para las dos partes, pese a la diferencia de edad. 54 años exactos separan a Isabel González, de 82, de Gabriel Leal, de 28. Ambos nacieron un 27 de abril, aunque ella en la dictadura franquista y él en democracia, en Colombia. Viven juntos desde hace casi dos meses. González participa desde 2018 en el programa Viure i Conviure, promovido ahora por la Fundació Roure en Barcelona y creado en 1996. “La soledad es un mal compañero de viaje, falleció mi marido y me quedé sola”, cuenta. Su hijo no vive en la ciudad.

En el salón de Manoli Pérez, de 78 años, hay dos libros. El tiempo entre costuras, publicado en 2009, y Los misterios de la taberna Kamogawa, en 2023. Comparte su mayor afición, la lectura, con su compañera de piso, Nerea Rodríguez, de 21 años, que cursa Estudios de Asia Oriental. “Es más lista que una ardilla”, ríe Pérez. Viven juntas en Salamanca desde hace dos años. La propietaria de la casa se sumó al programa de alojamientos compartidos entre personas mayores y estudiantes universitarios que ofrece el Servicio de Asuntos Sociales de la Universidad de Salamanca, desde el año 2005, en colaboración con la Junta de Castilla y León y los ayuntamientos de Ávila, Salamanca y Zamora.

Nerea Rodríguez, de 21 años, y Manoli Pérez, de 78 años, durante el programa de convivencia intergeneracional entre estudiantes y personas mayores en Salamanca.
Nerea Rodríguez, de 21 años, y Manoli Pérez, de 78 años, durante el programa de convivencia intergeneracional entre estudiantes y personas mayores en Salamanca. Aitor Sol

“Aunque soy joven, pensé que después de la pandemia tenía que apuntarme al programa porque había estudiantes con una situación económica difícil. Muchos padres habían perdido el trabajo”, cuenta Pérez, que ya tenía una referencia positiva porque su madre convivió con otra universitaria. Rodríguez se decantó por esta opción tras una mala experiencia en un piso de estudiantes. “Ahora estoy en un hogar, es más tranquilo, como cuando vivía con mi abuela en Talavera de la Reina”, explica.

La estudiante sale de su casa pronto, pero come y cena con su compañera de piso. Si la joven tiene tiempo, ven Amar es para siempre, la telenovela que le gusta a Pérez. “Aunque esté ocupada en la habitación, oigo la televisión en el salón y no me siento sola, que el silencio abruma mucho”, explica Rodríguez. Además, están muy coordinadas, cuenta Pérez: “A mí me gusta mucho canturrear, pero ella estudia con tapones y dice que no la molesto”.

Leal se forma en el Conservatorio Superior de Música del Liceo en Barcelona. Tiene clases por la mañana y por la tarde. “No se trata de tener una persona pegada a tu lado, se trata de compartir. Miras el reloj y piensas que ya tardará poquito en venir”, detalla González. “Cuando ves una película y comentas: ‘Ay, qué tontos que son’, pero no te contesta nadie, eso es la soledad en las personas mayores”, aclara. Ahora está contenta porque ya tiene compañero para ver el programa de Pasapalabra. “No nos lo perdemos nunca, a las ocho en punto estamos los dos delante del televisor”, cuenta.

Cándida Rey, de 87 años, y Andrea Ramírez, de 37 años, en la casa donde viven en Madrid. Jaime Villanueva
Cándida Rey, de 87 años, y Andrea Ramírez, de 37 años, en la casa donde viven en Madrid. Jaime VillanuevaJaime Villanueva

González lleva una vez al mes en coche a Leal para enseñarle Barcelona. “Tampoco quiero sobrecargarle sus días de ocio”, matiza. Él invita a sus compañeros de clase a casa, con su permiso, y ella los escucha ensayar: “Es un lujo”.

En Madrid, Rey valora mucho tener a la universitaria en casa por las noches: “Si escucho un ruido, le pregunto si está bien y ella me contesta desde la otra habitación”. Ramírez cuenta, entre risas, que sus compañeras la llaman La Cenicienta porque tiene que estar en casa antes de medianoche.

Las parejas forjan un vínculo estrecho. “Su hija me dice que soy la hermana pequeña adoptiva”, explica en Salamanca Rodríguez. En las celebraciones familiares, siempre está presente porque solo se va a su casa en vacaciones. “Llevo toda la semana mala, y cuando llegué de la universidad me tenía preparada una sopa”, recuerda. Pérez no puede estar más contenta: “El año pasado teníamos una amistad, pensaba qué chica más linda, pero este año ya somos familia”.

Requisitos para participar en el programa

Las convivencias pueden iniciarse en cualquier momento del año con la pretensión de finalizar el curso académico. Los estudiantes no pagan un alquiler. En Salamanca y Madrid los jóvenes asumen los gastos que genera su estancia en la vivienda (luz, agua, gas o Internet). En Barcelona, aportan 60 euros mensuales a la Fundació Roure o a la persona mayor si atraviesa una situación económica difícil. En todos los casos, los universitarios costean su manutención personal (comida, ropa o transporte).

Las personas mayores deben tener 65 años o más y preferiblemente tienen que vivir solas. Deben mantenerse en un estado psicofísico autónomo porque el estudiante acompaña, pero no cuida. El joven tiene que estar matriculado en uno de los centros con los que el programa tenga convenio. En Madrid participan siete universidades (UCM, UAM, UC3, UPM, URJC, UAH, U. Comillas), en Barcelona se suman todas las facultades públicas y privadas, y en la ciudad universitaria interviene la Universidad de Salamanca.

Los estudiantes se comprometen a estar dos horas y media diarias con las personas mayores y tienen que llegar al domicilio antes de las 22.30, en el caso de Barcelona y Madrid, salvo en el tiempo semanal de libre disposición y en los periodos vacacionales que marca la comunidad educativa. En Salamanca no se exigen horarios estrictos, pero sí se pide compromiso y responsabilidad.

Todas las personas mayores valoran la seguridad del amparo institucional. Los ayuntamientos de Madrid y Barcelona también respaldan los proyectos en sus respectivos territorios. Así como, la Generalitat de Cataluña y la Diputación de Barcelona.

Siempre se evalúa la sensibilidad para convivir con alguien mayor. Los programas tienen un equipo que valora la compatibilidad de las personas cuando las solicitudes llegan. La última palabra siempre la tienen las parejas cuando se conocen. “Si la motivación de la persona es puramente económica, no suele funcionar”, aclara la psicóloga del programa de la Fundació Roure, Olga Ibáñez.

En Barcelona las convivencias actuales rondan las 90 y en Madrid hay 65. Participan más mujeres que hombres en soledad. Todos los jóvenes recomiendan el programa y las personas mayores también. “El nido se queda vacío y estos estudiantes intentan llenarlo”, afirma González. Cándida lo único que no entiende es por qué no le presentaron antes a Andrea. “Qué coraje cuando se vaya”, lamenta. Manoli, con la positividad que le caracteriza, cuenta que Nerea ha llenado su casa de alegría: “Sola se vive bien, pero acompañada se vive mejor”.

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