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El mundo entra en una nueva época geoeconómica: quién gana y quién pierde

La globalización cambia en una fase más política, en la que algunos —como la India— ven mejorar su posición y otros —como China— afrontan un escenario más hostil

Andrea Rizzi (Enviado especial)
Joe Biden, durante una videoconferencia con Xi Jinping, en noviembre de 2021.
Joe Biden, durante una videoconferencia con Xi Jinping, en noviembre de 2021.Alex Wong (Getty Images)

La pandemia y la invasión de Ucrania han empujado el mundo hacia una nueva época. Las características y profundidad del cambio han sido objeto de mucho debate en el Foro Económico Mundial celebrado en Davos (Suiza) esta semana. Bruno Le Maire, ministro de Finanzas de Francia, ofreció una definición que constituye un válido punto de partida para el análisis: “Los últimos tres años hemos entrado en una nueva era de globalización. Hemos pasado de una impulsada por el mercado a otra plasmada por la política”.

La poderosa acción de la política es, en efecto, una fuerza motriz central de este momento de cambio geoeconómico. Es un intervencionismo que inyecta fondos muy ingentes para impulsar inversiones en áreas clave como la verde y la digital; que desembolsa enormes cantidades para atenuar el impacto de la policrisis en la ciudadanía; que promueve una reconfiguración de la globalización y sus cadenas de suministro de forma acorde al nuevo, tenso, estado de las relaciones internacionales.

Otra gran fuerza motriz del cambio son las revoluciones tecnológicas en múltiples ámbitos: digital, verde, biotech y de inteligencia artificial, entres otros. Se trata de descomunales aceleradores del cambio en varios sentidos, desde la organización de las empresas hasta la relación de fuerza entre Estados pasando, por supuesto, por el estilo de vida de las personas. Jean-Marc Ollagnier, CEO de Accenture Europa, comentaba a este diario en Davos que los próximos 10 años representarán, a su juicio, un cambio económico mayor que el ocurrido desde 1945 hasta ahora.

Es arduo prever adónde conducirá todo esto, y hasta es complejo definir el momento actual de esta enorme transición. Algunos, minoritarios, hablan de desglobalización. Otros, mayoritarios, de metamorfosis de la globalización, una reformulación del tupido entramado de las conexiones internacionales.

Niall Ferguson, historiador de la Universidad de Stanford, se pronunció al respecto en Davos señalando que los datos de circulación de mercancías, personas, capitales, servicios, ideas, y datos digitales no indican que haya una desglobalización. “Eso es un espejismo. Hay un cambio, pero no una desglobalización”, dijo.

Todo ello se produce en un mundo crecientemente multipolar. ¿Cómo se posicionan los principales actores en esta metamorfosis? ¿Quiénes vislumbran más oportunidades? ¿Quiénes más riesgos? Prever qué ocurrirá en el futuro es un ejercicio inútil, pero es posible intentar radiografiar fortalezas y debilidades con las que los grandes bloques entran en esta nueva época geoeconómica.

India

Un paseo por la Promenade de Davos, la calle principal de la estación alpina suiza, durante la semana del Foro Económico Mundial evidenciaba hasta al observador menos atento la rotunda preminencia de las casetas indias. Aunque el gigante asiático no haya tenido una representación política de máximo nivel en la reunión, ese despliegue es un recordatorio del gran vigor de la India en esta fase. Su economía crece a un ritmo del 7% anual y hay argumentos para sostener que se trata de un ganador de la nueva etapa. Un reciente informe del Banco Mundial señalaba el especial potencial del país.

En medio de la fuerte confrontación geopolítica, Nueva Delhi goza de una posición intermedia que le está permitiendo contar con energía rusa a precios de descuento que aumentan su competitividad global, mientras a la vez es considerada por Washington como una capital amiga, señalándola pues a la comunidad empresarial como un lugar oportuno para reorientar inversiones y consolidar nuevas cadenas de suministro que dependan menos de China. Además, el enorme mercado interno de 1.400 millones de personas aísla a la India en buena medida de posibles turbulencias globales. S&P Global y Morgan Stanley creen que al final de la década será la tercera economía del mundo, adelantando a Japón y Alemania.

China

La segunda potencia mundial entra en la nueva era con los grandes activos acumulados en décadas de asombroso crecimiento, con todo el potencial de su tamaño gigantesco, pero encarando un ambiente que sin duda empeora con respecto al anterior. La nueva coyuntura representa la alteración de un orden económico global que ha beneficiado sumamente a China, en especial desde su ingreso en la OMC hace dos décadas. Pekín es en ese sentido una potencia conservadora, se esfuerza para lograr un continuismo y su vicepresidente del Gobierno, Liu He, tsar del área económica, trató en Davos de transmitir el mensaje de que China está abierta para inversiones extranjeras.

Ahora, tanto EE UU como la UE —aunque con diferentes intensidades— buscan reducir su dependencia de China en el área manufacturera, en el de las materias primas estratégicas y en ciertos sectores tecnológicos. En una Washington ultrapolarizada, sí hay un consenso: la necesidad de contener el ascenso chino y preservar la supremacía de EE UU dificultando el camino del rival, incluido con restricciones a la exportación de tecnología clave. En Bruselas, todavía no hay un consenso entre los Veintisiete, pero domina una visión menos radical que, según dijo en Davos la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pretende reducir riesgos, pero no desacoplar.

Los activos y el potencial de China son enormes: capacidad manufacturera —por ejemplo en áreas tan importantes como las placas solares o turbinas eólicas—, desarrollo tecnológico muy prometedor en sectores como la inteligencia artificial, un tamaño que ofrece grandes beneficios de escala. El abandono de la política anti-covid muy restrictiva mejora la perspectiva de crecimiento. Pero la nueva época se presenta menos cómoda para Pekín.

Estados Unidos

La primera potencia mundial afronta la nueva etapa con varias ventajas comparativas. Por un lado, recursos energéticos que le permiten avanzar sin riesgos hasta que las renovables ya cubran todas las necesidades. Por otro, un entorno de extraordinaria efervescencia tecnológica en el ámbito de las empresas privadas que le sitúa en posición destacada en las carreras de innovación que definirán los equilibrios de fuerza.

Washington es, además, el epicentro de un entramado de alianzas estratégicas que sin duda pagarán un dividendo en un nuevo mundo multipolar en el que el principal rival, China, no dispone de lazos realmente sólidos con otras naciones. Estos vínculos no solo tienen un valor en el ámbito de la seguridad pura, sino que repercuten en la dimensión económica. Desde luego en el sector industrial de la defensa —véanse los megacontratos recientes para suministrar F-35 a Alemania o submarinos nucleares a Australia—, pero también en una lógica más amplia, el contar con una gran parte del PIB mundial en territorios aliados o amigos en los que, cuando menos, no se halla el obstáculo de la desconfianza absoluta.

Naturalmente, no todo es luminoso en el horizonte estadounidense. La mera dimensión demográfica de China respalda la hipótesis de que las distancias se seguirán recortando. Por otra parte, hay motivos para creer que el activo de la influencia cultural, intangible pero muy valioso, se va diluyendo en este escenario multipolar, con consecuencias también en la esfera puramente económica. El brutal grado de polarización de la política proyecta además grandes dudas sobre la futura capacidad de las instituciones de acompañar con la mejor eficacia el desarrollo económico.

Unión Europea

La UE tiene una evidente desventaja comparativa con los demás gigantes en el sector energético. EE UU dispone de grandes reservas de hidrocarburos, China y la India compran barato a Rusia. Aunque haya logrado manejar la crisis evitando disrupciones en el suministro y pese a que los precios se han calmado, es más vulnerable que sus rivales en el camino de transición hasta llegar a una economía sin hidrocarburos.

El bloque sufre también por cierto retraso en tecnologías digitales, cada vez más decisivas, desde luego frente a EE UU, pero en algunos ámbitos también frente a China. Además, tiene la losa de la falta de agilidad que supone su estructura plural en un tiempo que requiere decisiones rápidas, adaptación constante.

Entre los activos, la UE dispone de una posición que, en medio de la tensión entre los dos gigantes musculares —EE UU y China—, puede darle oportunidades. Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, recordó en Davos que la UE es el primer socio comercial de 80 países en el mundo; EE UU, de 20. Hay ahí un potencial explotable en estos tiempos de reconfiguración.

Por otra parte, precisamente las extremas turbulencias de esta nueva época han dado impulso a la UE para actuar con una decisión y rapidez inauditas, adentrándose en territorios inexplorados. “Europa se ha convertido en una potencia superpolítica”, dijo Le Maire en Davos. Desde la emisión de deuda conjunta aprobada durante la pandemia, hasta la construcción de una política energética común, esta mayor cohesión es un activo en un mundo multipolar que actúa sin guantes. Los planes para estimular industria de microchips o tecnologías verdes ilustran la capacidad transformativa en el plano económico de esa acentuada coordinación.

Sur Global

Es esta una agrupación heterogénea que carece de lazos políticos suficientes como para ser considerado una unidad de acción en el mundo contemporáneo. Pero es un concepto que sí viene respaldado por rasgos que comparten un amplio grupo de países. Como dijo el secretario general de la ONU, António Guterres, en Davos, “no hay tensión solo en el eje Este-Oeste. La fractura Norte-Sur se profundiza”. “No estoy seguro de que todos estén comprendiendo exactamente el grado de enfado y frustración que se está conformando en el Sur”, añadió.

La subida de precios de energía y alimentos vinculados a la invasión rusa de Ucrania claramente es una realidad que perjudica especialmente a ese Sur. También lo son las consecuencias sobre sus deudas de la subida de tipos de interés de los principales bancos centrales, particularmente la Fed estadounidense. Y, en paralelo, el coste de los desastres climatológicos desatados por la contaminación de los países ricos propinará crecientes daños, mientras las compensaciones tardan en materializarse.

Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI, manifestó en Davos su inquietud acerca de cómo la carrera tecnológica verde impulsada por subsidios de los países ricos puede aumentar las brechas. Se preguntó si habrá transferencias de las tecnologías que se irán desarrollando y en qué condiciones.

Ello no impide que algunos países de esta área conceptual, como Indonesia, puedan aprovecharse de la nueva fase llena de recelos entre potencias para atraer inversiones, así como que otros —por ejemplo, algunos latinoamericanos— puedan beneficiarse de la gran demanda de ciertos tipos de minerales necesarios para desarrollar las nuevas tecnologías.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi (Enviado especial)
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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