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Tribuna
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Mujer y ciencia desde la Europa del sur

Este país nuestro perdió la palabra "ciencia" del nombre de un ministerio hace tres años. En este tiempo, sin embargo, algunos blindajes de contratos de futbolistas han logrado superar el presupuesto anual de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Definitivamente, atravesamos una época difícil para la investigación científica. Sobrevivir en este campo supone un desafío adicional para las mujeres. La sociedad científica, como la global, no es compartida en todos los aspectos por mujeres y hombres. Se comparte el trabajo (mas en aquellos nichos abandonados por el hombre por su baja rentabilidad), pero no se comparten las responsabilidades ni el poder.¿Se ha avanzado en reconocer adecuadamente el papel de la mujer en la ciencia en este consumido siglo? Desde luego no lo justo. Rita Levi-Montalcini fue galardonada con el Nobel en 1986 (entre las sólo 10 mujeres que lo han obtenido en áreas de ciencias desde que se estableció al comienzo del siglo). Siendo judía y librepensadora, sufrió la persecución de Mussolini y optó por desarrollar gran parte de su labor científica en Estados Unidos. Ahora, a sus vitales 90 años, prepara un libro que aborda un nuevo sistema educativo que dé a las mujeres y a los jóvenes las posibilidades que se merecen, "porque el mundo lo dirige una geriatría masculina" (sic). Que en España no se estén incorporando más mujeres a las áreas de decisión en ciencia es una faceta más de la pobrísima política científica que sufrimos. ¿A quién sino a un grupo de varones ultraconservadores se le puede ocurrir disfrazar el gasto militar como inversión estatal en investigación y desarrollo? Al aprobar las pasadas semanas el plan nacional para los años 2000-2003 (que ahora, además de I+D, incluye la ambigua palabra innovación), la presidencia del Gobierno ha hecho públicas las cifras invertidas en el último bienio: sólo mirándolas desglosadas se revela que, mientras que los gastos en material militar han subido aproximadamente un 40% anual, los gastos de investigación y desarrollo tecnológico genuinos han subido un ramplón 7%, en pesetas absolutas.

El estudio Mujeres en minoría, una investigación sociológica sobre las catedráticas de Universidad en España (Marisa García de Cortázar y María Antonia García de León, CIS, 1997) confirmó que el número de catedráticas sigue por debajo del 10% del total, y entre 59 rectores de Universidad sólo hay una mujer. En el Consejo Superior de Investigaciones Científicas la situación es igualmente preocupante. Mientras que en los laboratorios el número de becarias supera ampliamente al de becarios, el número de mujeres de rango superior en el escalafón - profesor(a) de investigación- ronda el 8%. En la Academia de Ciencias, sólo un asiento es ocupado por una científica. Esto no es el resultado de grandes discriminaciones que imputar al universo masculino. Es el resultado de la acumulación de pequeños sesgos basados en esquemas de género. Pero las pequeñas desventajas a cada paso se convierten a lo largo de una carrera en notables desigualdades.

¿Consuela algo comprobar que la situación no es mucho mejor en algunos países del norte? Un famoso estudio del Swedish Medical Research Council mostró en 1997, para sorpresa de las más optimistas, que las mujeres tenían que ser 2,2 veces más productivas que los hombres para obtener el mismo grado de recursos económicos con que desarrollar su carrera científica. El sesgo de género fue confirmado en el estudio recientemente concluido por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (EEUU), donde las 15 profesoras con puesto permanente (8% del total) decidieron recoger durante dos años datos exhaustivos para ver si había desigualdad en el trato institucional recibido. La conclusión ha sido que sí había sutiles diferencias de salarios, espacio y recursos puestos a su disposición y una progresiva marginación que las excluía de los puestos de poder. La profesora Hopkins recalca que el mayor obstáculo en la discriminación de las mujeres en el entorno científico es simplemente que tanto hombres como mujeres tienden a infravalorar a las mujeres. La revista Nature ha recogido ampliamente este debate (http://helix.nature.com/debates/women/women-frameset.html). Ciertamente no consuela lo generalizado del problema, aunque facilita la sensibilización de los(as) rezagados(as) y quizá permita adoptar soluciones estudiadas por otros.

En épocas de retroceso, las mujeres son más vulnerables. Y, en parte, esto ocurre porque los clanes masculinos cierran filas para apoyarse, si pueden, de manera subterránea, y si no, obvia. Cierto; entre las mujeres científicas, como entre los hombres, las hay buenas y las hay malas o mediocres. Sobrevivir para los mejores depende del desarrollo de actitudes y estrategias que incluyen la excelencia en la formación, la confianza en sí mismas, la perseverancia y, desde luego, aceptar que el sistema es competitivo. Un hecho diferencial respecto a la actitud masculina del pasado inmediato de poner los objetivos profesionales, en muchos casos, por encima de la familia es que las mujeres pretendemos un balance más equilibrado entre carrera y familia. La tentación del pesimismo aquí y ahora es muy fuerte, pero tenemos la obligación de no condicionar con él a las nuevas generaciones de científicas-en-ciernes. En el umbral del siglo XXI, las jóvenes españolas obtienen mejores calificaciones que los varones en prácticamente todos los niveles educativos. El reto para ellas es aspirar y lograr metas profesionales más altas. ¿Y cuál es el reto para los varones-barones?

Flora de Pablo es investigadora en el CSIC.

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