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Las memorias de Rotschild

Generalmente, los libros de memorias -sobre todo si están redactados por políticos- responden a una actitud defensiva: tratan de construir una defensa ante enemigos y críticos actuales o futuros. Encierran, pues, una insinceridad, son como una ventana de vidrios coloreados. Más que evocar con objetividad mínima el tiempo en que sus autores fueron relativos protagonistas, se esfuerzan en rehacer la historia, adecuándola a su propia y más favorable imagen según nuestra perspectiva actual. (En España abundan los ejemplos. Político español hay -de los años cuarenta- que a cada nuevo toque, y ya ha dado muchos, en la evocación de sus momentos estelares ya recomponiendo su propio papel dentro del franquismo, de manera que, a estas alturas, a fuerza de repetirnos los altos móviles que entonces le guiaron y de aludir a los sacrificados silencios a que luego hubo de someterse, ha llegado a convencerse a sí mismo de la veracidad de cuanto, en sucesivas versiones corregidas y aumentadas, viene contándonos a los demás..., que, por supuesto, también podemos recordar.) Pero existe asimismo el libro de memorias que, alejado de la pugna política, se esfuerza simplemente en revivir lo ya vivido por el simple placer del retorno a un pasado que, según el espejismo maríriqueño, se nos aparece siempre -en cuanto vinculado a una parcela irrecuperable de nuestra propia vida- mejor que el hoy.De ambas características -la recuperación estética, more proustiano de un ayer perdido, presente como dolorosa nostalgia, y la reacción defensiva ante un mundo adverso (el actual)- participa este libro, apasionante y sugestivo, que acabo de leer: Contre bonne fortune.... memorias del barón de Rotschild (Guy de Rotschild). La evocación del palacio de Ferriéres -el chateau vinculado al esplendor de la familia Rotschild en su rama francesa- con que la obra se inicia define el trasfondo de un capítulo de la historia y de la cultura europeas, rezumando en los recuerdos imborrables de una maravillosa infancia. Las peripecias biográficas del autor, encuadradas en los cambios de su mundo, le inspiran una réplica a la adversidad presente desde el mito vinculado a los muros de su propio solar.

Ferrières no es sólo el más espléndido muestrario de las artes decorativas francesas durante el III Imperio y el fin de siècle, es también el escenario de momentos decisivos para la historia de Francia. En Ferrières se hospedó el rey de Prusia -inmediatamente después emperador de Alemania- Guillermo I; en una de sus estancias tuvo lugar la entrevista Bismarck-Fàvre, en 1870. Pero Ferriéres es sobre todo el máximo exponente de un estilo de vida vinculado a la etapa de ascenso y triunfo de la gran burguesía. Esa etapa de plenitud burguesa es lo que ha dado en llamarse belle époque, y corresponde a los momentos en que, ya alejados los capítulos más abruptos de la revolución industrial -cuyos contrastes sociales reflejó Dickens con trazos implacables-, la riqueza promovía a un mismo tiempo arte, confort y beneficencia. El confort enmollecía la fría suntuosidad aristocrática: era una transacción con el ancien regime. La beneficencia -un paternalismo asistencial volcado hacia las clases necesitadas- buscaba una aproximación al cuarto estado: implicaba a su vez una especie de confort para las conciencias burguesas mediante una burocratización de la auténtica caridad cristiana.

Realmente no puede hablarse de una sola belle époque; creo que sena mas exacto referirse a tres culminaciones. La más espléndida, y la que generalmente parece monopolizar el apelativo, es la que precede a la primera guerra mundial, a partir del final de la década de los setenta del pasado siglo. La segunda es muy breve: corresponde al fugaz esplendor de los años veinte -los años locos-, entre el final de la Gran Guerra y el comienzo de la Gran Depresión (1929). La tercera se despliega a lomos del extraordinario desarrollo logrado por el mundo occidental entre la década de los cincuenta y los primeros años setenta. De esos tres momentos dan testimonio los muros de Ferrières: es significativo que una de las grandes fiestas (ya irrepetibles) celebradas en el castillo poco antes de que sus propietarios lo cedieran al Estado francés fuese una evocación de Proust en. el centenario del gran escritor.

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Con el leitmotiv de Ferrières como telón de fondo podemos seguir la trayectoria personal del autor de estas memorias, enmarcado en el engranaje financiero de su dinastía. Es un hecho que los ejes económicos de la etapa en que Europa fue la gran rectora

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Las memorias de Rotschild

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