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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El "eurofascismo"

EL PASADO martes fue presentado en sociedad, en París, el eurofascismo. Los líderes de la extrema derecha italiana, francesa y española han decidido, por fin, oficializar sus estrechas vinculaciones, que hasta hace poco habían tratado de disimular. La razón de esa discreción tradicio nal era la contradicción existente entre la práctica solidaria del extremismo de derecha y sus proclamaciones teóricas; mientras la trama nera italiana, los supervivientes de la OAS y los guerrilleros de Cristo Rey, reforzados por los ultras del Cono Sur, multiplicaban los contactos y ayudas mutuas, cada grupo pretendía, dentro de sus fronteras, no tener más lealtad que la de su propia patria. Recogiendo el legado de Adolfo Hitler, aunque renegando de su nombre, los neofaseistas han dado con la solución a ese atolladero lógico: han decidido qué su patria común es Europa. Lo cual no obsta para que los pretores de las provincias del nuevo imperio rivalicen entre sí en busca de la primacía. Así, Blas Piñar, procónsul de Hispania, en espera de ser nombrado en el futuro emperador de Occidente, reivindica la propiedad intelectual del nuevo invento. La euroderecha sería una síntesis de la Falange y el franquismo; y el 18 de julio, el aniversario de la puesta en marcha de una doctrina que abanderó a Europa y al mundo.Los orígenes de los movimientos fascistas suelen estar revestidos de elementos tan estrafalarios y cómicos en sus planteamientos teóricos, en sus expresiones verbales y gestuales y en su pasión por los disfraces, que existe una ínjustificada tendencia a infravalorar tanto los riesgos inmediatos que su culto a la violencia supone para el resto de los ciudadanos como el sentido último de su estrategia desestabilizadora. Ciertamente, si se pudiera hacer abstracción de su carácter paramilitar y de su vocación golpista, Fuerza N ueva, por ejemplo, sólo podría servir de tema a los humoristas. Pero las terribles experiencias de la Europa de entreguerras o de Chile arrojan enseñanzas suficientes como para tomarse muy en serio el brote de fascismos, ahora a la europea, que está surgiendo en España.

La certidumbre de que la Constitución va a dotar de un fundamento jurídico definitivo e inequívoco a las instituciones democráticas en nuestro país es, sin duda, un acicate para esa extrema derecha que se cubrió de ridículo en las elecciones de junio de 1977. En una dimensión simbólica e ideológica, los neofascistas se esfuerzan por identificar a su mínima secta con los valores patrióticos y por presentarse como los defensores de la civilización occidental y cristiana. No es dificil poner al descubierto el doble fondo de esa pueril pretensión. No hay argumento racional que confiera mayor «españolidad» o mayor «europeidad» a esos energúmenos que al resto de habítantes de la Península Ibérica o del continente, que les superan electoralmente en proporción simplemente abrumadora. Esa aspiración a ostentar el monopolio del patriotismo tiene un solo objetivo: desposeer de la condición de españoles o de europeos a millones de ciudadanos para relegarlos a una abstracta «anti-España» o «anti-Europa», simples lugares de tránsito hacia campos de exterminio y hornos crematorios muy reales y concretos.

A ese esfuerzo por usurpar la propiedad de la patria se ha unido, tradicionalmente, la tentativa de secuestrar para la ultraderecha los valores religiosos, a fin de convertir al agnóstico o disidente en servidor de Lucifer, y, por consiguiente, en reo de la Inquisición, y de unir los poderes de la Iglesia y del Estado en manos del futuro dictador. Pero no parece que los tiempos sean propicios para desatar la intolerancia de los creyentes y para regresar a la confusión entre lo temporal y lo espiritual, salvo algún obispo desterrado de Televisión.

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Los videntes del Palmar de Troya, la Jerarquía española y la inmensa mayoría del clero se encu entran muy alejados de esas posiciones.

Pero no se trata sólo de una batalla ideológica. La ultraderecha trata, por todos los medios, de provocar los síntomas del desorden y del caos, a falta de un desorden y un caos verdaderos. El ejemplar clima de civismo en el que se han desarrollado en el último año y medio las manifestaciones populares -desde el entierro de las víctimas de Atocha o el sepelio de Largo Caballero hasta las jornadas de la Diada y del 1 de mayo- ha privado de pretextos a la ultraderecha para denunciar el fin de la civilización occidental, pero ha centuplicado su propósito de simular las vísperas del Juicio Final. Es muy probable que sus tentativas de provocar el desorden en las calles de nuestros pueblos y ciudades vayan en aumento a medida que se acerque el referéndum constitucional. En esa batalla pueden derramar sangre ajena, pero también verter la propia; porque esos movimientos necesitan mártires a quienes vengar y sobre los que fundamentar esos oscuros lazos que crea el recuerdo de los muertos. El simétrico delirio de los terroristas de ETA se ofrece como única excusa eficaz a los extremistas de derecha; a los que también, y con idéntica simetría, cabrá aplicar, en tanto que organicen bandas armadas, el decreto-ley aprobado anteayer por el Consejo de Ministros.

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