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Mundial de Fútbol
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cristiano llora por Cristiano

El final del astro portugués es un cierre impropio de quien deja un testamento futbolístico para el archivo del tesoro de este deporte

Cristiano Ronaldo Qatar 2022
Cristiano Ronaldo gesticula durante el partido de Portugal ante Marruecos, el pasado sábado.Ricardo Mazalan (AP)
José Sámano

Abandonado por el fútbol, Cristiano Ronaldo se fue del césped del estadio de Al Thumama con Cristiano Ronaldo. Tras la derrota con Marruecos nada quiso saber de compañeros, a los que no confortó, y rivales, a los que no felicitó. Desconsolado, CR se fue llora que llora con CR hasta el camerino, que es lo que son ahora los vestuarios, máxime para vedetes como el portugués.

En su pasarela de lágrimas, el totémico jugador, siempre con el egómetro por las nubes, rumiaba algo más que la eliminación. Sufría de actualidad porque, ante todo, había perdido CR, sin escaño en el Manchester United, posiblemente sin retorno mundialista a los 37 años, y despedido de Qatar como un suplente. Un cierre impropio de quien deja un testamento futbolístico para el archivo del tesoro de este deporte. Por mucho que no pudiera superar el registro de su compatriota Eusebio —ocho goles de CR en 22 partidos en cinco Mundiales y nueve de la Pantera Negra en uno, en seis encuentros de Inglaterra 1966—. O por mucho que el exmadridista jamás marcara en una de las ocho eliminatorias disputadas. O por mucho que Messi, referencia obligada, llegara a un subcampeonato y aún resista en Qatar.

Las imágenes del desfogue emocional de CR humanizaban como casi nunca al mayor divo futbolero, al menos en lo que va de siglo. Conmovía quien llegó a proclamarse objeto de envidia universal por su dinero, belleza y escultura corporal: “Me tienen envidia porque soy guapo, rico y un gran jugador”. Hubo otras ombligadas: “Soy el máximo goleador, la Champions debería llamarse CR7 Champions League”.

En Qatar, Cristiano, que ya llegó con avisos inquietantes de sus últimos clubes —Juventus y United—, de los que salió con bronca, no supo marcar el gol más difícil de un gran deportista: escuchar e interiorizar la banda sonora del ocaso. CR, un superdotado, y el fútbol, tan intrincado, ya no ligaban igual.

Con el tiempo, Messi y él simbolizaron un cambio de agujas. Marchitado el físico, el rosarino dio un paso atrás. De extremo y ariete a guionista del gol, de algunos propios y muchos ajenos. CR, en dirección contraria, se ancló en al área. Con el tiempo, cuanto más se acercó al gol, cuanto más intimó, más se desvaneció el flechazo, aquel que le convirtió en un futbolista legendario. Un fuera de serie. Un chacal absoluto.

Un declive difícil de metabolizar, y más para quien se creyó infinito, para quien tuvo tan mal perder como tan mal ganar (Kiev, la 13ª: “Ha sido muy bonito jugar en el Real Madrid...”).

Como CR solo reconocía al CR apoteósico, el CR real no midió bien sus desplantes a Fernando Santos, el seleccionador, lo que le sentó en el banquillo, fuera del centro del escenario. Para colmo, sus vecinos de camerino golearon sin él a Suiza (6-1), con tres tantos de su sustituto, Gonçalo Ramos. El maldito destino le sacó la lengua. Lo mismo dio, CR se empeñó en regatear a la realidad y su familia, mujer y hermanas, no se demoraron al atizar el viral linchamiento a Santos. Hoy, CR, un grande entre los más grandes, está desvalido. Sin equipo, sin titularidad, sin gol, sin Mundial y sin consuelo. CR, tan apegado a CR, nunca le hizo ver que el fútbol también sollozará por él cuando pacte una tregua con el tiempo que le toca y deje de darse golpes de pecho. Cristiano hubiera merecido irse del Mundial —al que difícilmente volverá con 41 años y sin un equipo puntero a la vista— con vuelta al ruedo en el Al Thumama. Con las hinchadas, la propia y la ajena, compañeros, adversarios y todo el universo en pie. Él prefirió irse con CR. Estar como casi siempre: yo con yo.

Enlutado Cristiano, en Marruecos se perpetuaba el estado de optimismo. Porque esta gesta es más que un sueño. Y con evocaciones históricas. De ganar a Francia en la semifinal, habrán sucumbido tres poderes coloniales. Mucha culpa tiene Walid Regragui, el seleccionador, que en ocho partidos al frente del equipo —los cinco de Qatar más amistosos con Chile, Paraguay y Georgia— solo ha lamentado un gol en contra. Para mayor pasmo, ante Canadá y en propia puerta (Aguerd). De 127 centros a su área le han rematado solo 33.

Si algo hila a Modric, Perisic, De Bruyne, Hazard, Lukaku, Morata, Asensio, Ferran Torres, João Félix y CR es que no han podido clavar un gol a Marruecos. Una selección a la que solo han rematado a puerta nueve veces. Bono, su estupendo portero, solo ha hecho cinco paradas. Con este dique todo es posible. Hasta que el grupo africano impida que Francia no renueve título, hazaña solo lograda por Italia (1934, 1938) y Brasil (1958 y 1962).

Marruecos, el Marruecos de Bono y En-Nesyri —el peor Sevilla de la década tiene cinco semifinalistas, los dos marroquís más Acuña, Montiel y el Papu Gómez—. El Marruecos del imponente Amrabat, de Ounahi, fenomenal volante del colista de la Ligue 1, el Angers. Y de El Yamiq, orgullo estos días del Valladolid, donde se alistó en 2020 tras un paso por Zaragoza. En Pucela se frotan las manos porque ya tienen garantizados unos 500.000 euros. La FIFA paga a los clubes 10.000 dólares por día que estén los jugadores en Qatar. El milagro marroquí tiene su onda expansiva.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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