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China, un gigante en renovables adicto al carbón

El país asiático es el mayor inversor en energías limpias del mundo, pero también ha construido el 95% de la capacidad de carbón del planeta en 2023

Smoke billows from a large steel plant as a Chinese labourer works at an unauthorized steel factory, foreground, on November 4, 2016 in Inner Mongolia, China
Plantas de producción de acero en la región china de Mongolia Interior.Kevin Frayer (Getty Images)

En esta cumbre del clima que se celebra en Dubái (COP28), China ha llegado como líder indiscutible en energías limpias en el mundo. El país invirtió en 2022 casi la mitad del gasto mundial en tecnologías de bajas emisiones, 546.000 millones de dólares (unos 504.000 millones de euros), tres veces más que la Unión Europea (180.000 millones de dólares) y Estados Unidos (141.000 millones), según estimaciones de BloombergNEF, y este año instalará un récord de nueva capacidad eólica y fotovoltaica, 230 gigavatios (GW), además de 39 GW de térmica y 8 GW de hidráulica, según las proyecciones de la consultora británica Wood Mackenzie. Sin embargo, tras estos logros reverbera un eco de incertidumbre: la arraigada dependencia al carbón del país que sigue siendo el mayor emisor de dióxido de carbono (CO₂) del planeta en términos absolutos, no per cápita.

El gigante asiático ha construido este año más del 95% de la capacidad de generación de electricidad a partir de carbón de todo el mundo, según el laboratorio de ideas estadounidense Global Energy Monitor (GEM). Pekín, preocupada por la inestabilidad de las energías renovables cuando no hay sol o viento, ha acelerado el desarrollo de proyectos de carbón a un ritmo sin precedentes, escudándose en la necesidad de garantizar la seguridad energética.

El año pasado, China quemó más carbón que el resto del planeta, y más del 60% de su electricidad se generó a partir de este combustible, según un informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) publicado en octubre. Si bien el país ha desmantelado 70,45 GW de centrales de carbón en la última década, y se calcula que la producción nacional alcanzará su punto máximo en torno a 2025, aún es incierta la velocidad a la que su uso quedará relegado a un papel secundario, advertía la agencia.

De hecho, desde que el Gobierno chino concedió en 2019 el menor número de permisos a la creación de plantas energéticas a base de carbón, su construcción se ha disparado, según alertaban en noviembre los investigadores del GEM. “No solo se está ignorando el compromiso emitido en 2021 por el presidente Xi Jinping de ‘controlar estrictamente’ los programas de generación de energía a partir de carbón (…), sino que las autoridades han pasado de desalentarlos a impulsarlos”, apuntaban desde la ONG con sede en San Francisco.

Mientras que la capacidad energética de carbón se ha desplomado desde 2015 fuera del gigante asiático, los reguladores chinos fijaron el año pasado el objetivo de empezar a construir en 2023 plantas capaces de producir 80 GW de nueva potencia, a los que se sumarían otros 80 GW en 2024. Datos del Rastreador Global de Centrales de Carbón del GEM muestran que, a octubre de 2023, China tenía en construcción un total acumulado de 136,2 GW. En comparación, India, segundo en cabeza, tenía 31,6 GW. Para poner las cifras en perspectiva, en América Latina no se ha iniciado la construcción de ninguna central desde 2016, y, desde 2019, tampoco se ha hecho en ningún país de Europa, África, Oriente Medio o miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

Por ello, la nueva racha de construcción desenfrenada ha suscitado dudas sobre el compromiso de Pekín para eliminar progresivamente la quema de este combustible fósil, el más contaminante, y del que provienen alrededor del 70% de las emisiones de la segunda economía mundial. Además de las emisiones de CO₂, preocupan las de metano. China también es el mayor emisor de este gas de efecto invernadero, con 28 millones de toneladas anuales, según la AIE, y, el domingo, Climate Trace reveló que las minas de carbón fueron las responsables de una gran proporción del aumento de estas emisiones en 2021 y 2022. El mes pasado, Xi Jinping y su homólogo estadounidense, Joe Biden, se comprometieron a colaborar en la búsqueda de formas de reducirlo y a incluirlo en sus próximos planes climáticos nacionales. Pekín ya ha anunciado una hoja de ruta, aunque sin proporcionar demasiados detalles.

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Disminuir la utilización del carbón en todo el mundo figura entre los puntos centrales de las conversaciones que están teniendo lugar estas semanas con motivo de la COP28. Fue precisamente en la cumbre del clima de Glasgow, hace dos años, cuando el mandatario chino anunció que su país alcanzaría el pico de emisiones de CO₂ para finales de esta década y la neutralidad de carbono (llegar a emitir a la atmósfera la misma cantidad de gases que se absorbe por otras vías) antes de 2060. Para 2030, China espera, además, reducir sus emisiones de CO₂ por unidad de PIB en al menos un 60% en comparación con los niveles de 2005 y que el 25% de la electricidad se genere a través de combustibles no fósiles.

Dimitri de Boer, responsable para Asia de la organización Client Earth, considera que, “a pesar de las inversiones en energía de carbón que se están produciendo”, el medio ambiente continúa siendo una prioridad, y muestra de ello son los megaproyectos de energías limpias que se han puesto en marcha en el norte del país o la gran apuesta por los vehículos de nuevas energías (China es el mayor productor, consumidor y exportador de coches eléctricos del planeta). “Hemos predicho que China entraría en una meseta de máximos de carbono por estas fechas, y algunos de los últimos análisis sugieren que puede estar ocurriendo”, asegura De Boer. El nuevo reto es que “los efectos del cambio climático están empezando a azotar el país, justo cuando las tecnologías ecológicas y la movilidad eléctrica están despegando”, señala.

Seguridad energética

A pesar de ser la nación con la mayor capacidad de producción de energías verdes, actualmente, la solar y eólica solamente generan el 10% de la electricidad total. Por eso, las autoridades esgrimen como argumento que la energía a partir de carbón garantiza un suministro estable, y que sirve de apoyo a la producción de electricidad intermitente a partir de renovables.

“China había asumido una postura más agresiva a favor de la descarbonización antes de 2021, y parecía que las plantas de carbón desaparecerían mucho más rápido de lo esperado”, cuenta por teléfono Cosimo Reis, analista de la consultora Trivium China. La crisis enérgica del otoño de 2021 cambiaría el curso de los acontecimientos. Entonces, más de la mitad de las provincias de China se vieron obligadas a adoptar algún tipo de medida de racionamiento de la electricidad debido a una oleada de apagones sin precedentes; al verano siguiente, la ola de calor y las sequías también provocaron apagones industriales en algunas regiones. “Hubo un caldeado debate sobre sus causas; muchas voces manifestaron que las energías renovables no eran fiables y que el sistema aún no era los suficientemente maduro para la transición”, explica Reis, “que no se podía sacrificar la seguridad energética”, detalla.

Con este telón de fondo, el Centro de Desarrollo e Investigación, adscrito al Gobierno chino, adelantó en septiembre que la capacidad de producción de electricidad a partir de carbón podría incrementarse en más de 200 GW a finales de la década. El máximo responsable chino para el clima, Xie Zhenhua, llegó a describir la eliminación total de los combustibles fósiles como “poco realista”. No obstante, Reis opina que “no está del todo claro” cuántos de esos proyectos verán finalmente la luz.

Y es que China también enfrenta un exceso de capacidad de generación de electricidad a partir de carbón, con una tasa de utilización de centrales que apenas superó el 50% en 2022. “Durante años, se liberó espacio en la red para electricidad limpia. De hecho, muchas de esas plantas de carbón están perdiendo cantidades ingentes de dinero”, expone Reis. Ante esta situación, a partir del 1 de enero, las centrales recibirán pagos fijos por capacidad en lugar de por la electricidad que generen. Los regulares aseguran que esto fomentará la transición ecológica y garantizará la viabilidad financiera de las reservas de carbón, que se emplean en los picos de demanda o cuando la electricidad a partir de renovables es insuficiente. “La cuota del carbón en la producción de electricidad está cayendo, y eso no va a cambiar”, asevera Reis, quien agrega que “es innegable que [esta apuesta] ayudará a estabilizar el sistema”.

“Nuestra estrategia consiste en primero construir y luego desmantelar”, explicó en octubre Sun Zhen, asesor del Departamento de Cambio Climático del Ministerio de Ecología y Medio Ambiente, durante un seminario organizado por Naciones Unidas y la Embajada de España en Pekín. “De esta manera garantizamos la seguridad energética mientras desplegamos con la mayor celeridad posible nuevas fuentes de energía renovable, estableciendo así una base sólida para reducir progresivamente el uso de energías fósiles”, detalló.

Desde Greenpeace para Asia Oriental, sin embargo, enfatizan que la clave es mejorar la infraestructura tecnológica de la red y hacerla más estable y eficiente, e insisten en que “el almacenamiento energético es crucial para la transición ecológica”. El desafío persistente es transportar la energía que China produce (principalmente en la parte occidental del país) a los lugares en los que más se consume (en el Este de la nación). De hecho, las cinco provincias que más centrales de carbón han aprobado desde 2021 son los centros industriales y principales importadores de electricidad.

Reis se muestra optimista con el futuro ecológico de China: “Este año hemos visto un récord de crecimiento en la capacidad de energía solar y eólica, y muchos en la industria consideran que podrán llegar a satisfacer la creciente demanda nacional, aunque por supuesto llevará tiempo”. “China tiene toda la predisposición para mantener su posición de liderazgo y alcanzar sus objetivos medioambientales”, apostilla.

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