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Enfermedades degenerativas
Tribuna
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¿Qué es y cómo se conoció la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob?

Recientemente se ha abierto una investigación para esclarecer la muerte de un bioquímico que estudiaba esta enfermedad y tenía miles de muestras no autorizadas en su laboratorio de Barcelona

Enfermedad de Creutzfeldt-Jakob
El premio Nobel de Medicina 1997, Stanley B. Prusiner, durante una conferencia en Barcelona, en 2002.LLUIS GENE (EFE)
Ignacio Morgado Bernal

En 1920, en un congreso de neurólogos alemanes, el patólogo Alfons Maria Jakob presentó el caso de una paciente, mujer de 52 años y ama de casa, que empezó con descoordinación de los movimientos voluntarios (ataxia), reflejos tendinosos intensos y postura rígida. Más tarde presentó movimientos espasmódicos y acabó sin poder andar. No mucho después, antes de fallecer de neumonía, presentó síntomas de confusión, desorientación y una grave demencia. Otros dos pacientes suyos, de treinta y cuatro y cuarenta y dos años, desarrollaron parecidos síntomas y las autopsias de los tres coincidieron en mostrar una amplia neurodegeneración en la corteza cerebral y los ganglios profundos del cerebro (ganglios basales). El también alemán Hans-Gerhard Creutzfeldt había descrito anteriormente un caso similar, tanto en los síntomas como en la histopatología de las autopsias, pero a Jakob no le pareció tan claro como sus propios casos que él consideró exponentes de una nueva y rara forma de demencia presenil cuyo nombre hoy conocemos como enfermedad de Creutzfeldt-Jakob. Ahora, según ha adelantado EL PAÍS, se acaba de abrir una investigación para esclarecer las causas de la muerte de un bioquímico que estudiaba la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob en un laboratorio de la Universidad de Barcelona y que falleció en 2022, a los 45 años, tras manifestar síntomas compatibles con la dolencia que investigaba. En su laboratorio se han hallado miles de muestras no autorizadas, algunas de ellas potencialmente infectivas. La investigación podría acabar confirmando el contagio del científico y el carácter letal de la enfermedad, para la que aún no se conoce una cura.

Su origen se conoció lejos de Alemania, en lugares tan insospechados como Islandia y Nueva Guinea. Primero fue en el Instituto de Patología Experimental de Reikiavik, donde el médico Björn Sigurdsson investigó las causas de una epidemia que padecían las ovejas del norte del país y que empezaba con tropiezos y temblores de la cabeza y acababa produciendo parálisis de las patas y de todo el cuerpo. El nombre de esa epidemia, “rida”, deriva del islandés para ataxia o temblores. Sigurdsson creyó que su origen eran ovejas que en 1933 habían sido llevadas allí desde Alemania, y como en sus análisis no detectó parásitos o bacterias que justificaran el mal, acabó imputándolo al contagio de un posible virus de acción lenta, con más de un año de incubación. La sospecha ganó terreno cuando se demostró que el agente infeccioso y la rida podían ser transmitidos inoculando en las cabras sanas extractos cerebrales de las cabras enfermas.

La rida es considerada hoy una forma de tembladera o scrapie, enfermedad que afecta a las cabras y ovejas haciendo que pierdan el equilibrio y se froten y arañen en árboles, rocas y vallas, originándose calvas de lana en el cuerpo. La autopsia de los animales enfermos muestra una amplia degeneración neuronal, sobre todo en el tronco del encéfalo. El agente infeccioso, supuestamente el virus de progresión lenta propuesto por Sigurdsson, se transmite y expande por las heces que dejan los animales enfermos en la hierba que los sanos comen. La enfermedad es silenciosa durante años hasta que aparecen los primeros síntomas.

Sorprendentemente, algo parecido a la tembladera se observó también en la primera mitad del siglo XX en los habitantes de la tribu fore de Okapa, una subprovincia de Nueva Guinea. Sus miembros todavía practicaban el canibalismo y muchos morían de una rara enfermedad llamada kuru, nombre que también significa «temblar». Como en las ovejas islandesas, la enfermedad en los nativos empezaba con problemas de equilibrio y ligeros temblores de la cabeza y las extremidades, avanzando en meses hacia una incapacidad para a hablar, caminar o controlar los movimientos, además de demencia y cambios emocionales progresivos. La muerte no tardaba más de dieciocho meses y a veces menos de medio año.

La autopsia de los enfermos mostró degeneración del cerebro, particularmente de los ganglios basales, y una considerable atrofia del cerebelo. La enfermedad se parecía mucho, tanto en los síntomas como en la neuropatología, a la de los rumiantes islandeses, una similitud que se confirmó cuando primates no humanos fueron inoculados con extractos cerebrales de víctimas humanas del kuru y tras un período de incubación de seis meses a cuatro años mostraron también los mismos síntomas que los nativos de Nueva Guinea, quienes contraían el kuru comiendo la carne humana de sus difuntos en rituales de duelo, pero atribuían la enfermedad a brujería. Como era de esperar, la eliminación del canibalismo acabó con la enfermedad.

Fue por entonces, cuando el médico estadounidense de origen húngaro Daniel Carleton Gajdusek, que visitó el lugar de la epidemia, no tardó en observar la similitud entre los síntomas y la patología del kuru y los de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, mostrando asimismo que podía ser transmitida a primates no humanos inoculando en sus cerebros extractos procedentes de biopsias humanas portadoras del agente infeccioso. Se pensaba que estas enfermedades, llamadas genéricamente “encefalopatías espongiformes”, debían ser causadas por un agente infeccioso del tipo virus lento propuesto por el islandés Sigurdsson. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de Gajdusek y otros investigadores, ese posible virus no aparecía por ningún lado.

Fue entonces, en 1982, cuando Stanley B. Prusiner, experto en virología y neuropatología de la Universidad de California en San Francisco, logró obtener extractos cerebrales purificados que transmitían la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob y que contenían una sustancia de carácter proteico que denominó ·prion” (partícula proteica infecciosa). La hipótesis de que una proteína pudiera ser el agente de una enfermedad infecciosa originó mucho escepticismo, pero eso no desanimó a Prusiner que, dos años más tarde, en 1984, volvía a sorprender a la comunidad científica mostrando que el gen que codifica tal proteína se encuentra en el genoma de muchos mamíferos, incluido el hombre. Resultaba increíble que el prion, presunto agente de gravísimas lesiones neurodegenerativas, fuera sintetizado normalmente en nuestro propio organismo.

Por su descubrimiento de los priones, Stanley B. Prusiner recibió en 1997 el Premio Nobel en Fisiología y Medicina, y, por sus investigaciones sobre el kuru, en 1976 a Daniel Carleton Gajdusek se le concedió también el Premio Nobel de Fisiología y Medicina. Desgraciadamente, el historial científico de este último quedó empañado cuando algunos años después fue condenado a diecinueve meses de prisión por una acusación de pederastia que él mismo acabó reconociendo. Se exilió más tarde en Europa, donde murió.

Materia gris es un espacio que trata de explicar, de forma accesible, cómo el cerebro crea la mente y controla el comportamiento. Los sentidos, las motivaciones y los sentimientos, el sueño, el aprendizaje y la memoria, el lenguaje y la consciencia, al igual que sus principales trastornos, serán analizados en la convicción de que saber cómo funcionan equivale a conocernos mejor e incrementar nuestro bienestar y las relaciones con las demás personas.

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Ignacio Morgado Bernal
Es catedrático emérito de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia y en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona
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