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Por culpa de la ciencia-ficción, el futuro ya no es lo que fue

Lo de abrirse camino hacia las estrellas siempre ha sido un tema recurrente en las novelas de anticipación desde que Julio Verne imaginase un proyectil lleno de pasajeros y directo a la Luna

Ciencia ficcion
El actor estadounidense Gary Lockwood en el set de 2001: Odisea en el espacio, escrita y dirigida por Stanley Kubrick.Sunset Boulevard (Corbis via Getty Images)
Montero Glez

Las personas aficionadas a la ciencia ficción que ya contamos unos años, nos imaginábamos el futuro de otra manera y no como ha ido sucediéndose a medida que se ha hecho presente.

Sin ir más lejos, en nuestros delirios futuristas pensábamos que existirían lanzaderas espaciales dispuestas a llevarnos de viaje a otros planetas. Y que sería cosa normal quedar en Venus o en Marte y alcanzar la otra cara de la luna. Imaginábamos un mundo feliz gracias a los avances tecnológicos; un mundo casi perfecto en el que salir de la Tierra y darse una vuelta por el espacio sería posible sin mucho esfuerzo.

Porque lo de abrirse camino hacia las estrellas siempre ha sido un tema recurrente en las novelas de anticipación desde que Julio Verne imaginase un cañón gigante apuntando a la Luna donde llegaría un proyectil lleno de pasajeros. Dejando a un lado las contadas excepciones, por lo general, las novelas de ciencia ficción que leímos en nuestra adolescencia no supieron predecir el futuro. Por ejemplo, nadie imaginó que cargaríamos computadoras de bolsillo como si de una prótesis se tratase y que esas mismas mini computadoras nos servirían para leer el periódico, para abrir la puerta de un hotel o para conectarnos con el resto del mundo.

En este caso, la excepción fue el escritor Arthur C. Clarke, pero no fue en una novela, sino en una entrevista, donde anticipó el futuro que hoy es nuestro presente. Aparte de este rebuscado documento, hay poco que ofrecer tan certero. En todo caso, en algún relato de Stanislaw Lem protagonizado por su quijotesco viajero estelar Ijon Tichy, nos encontramos con chatarra espacial flotando sin control, algo de lo que no se habla mucho y que puede sonar a disparate. Sin embargo, por desgracia, la realidad no resulta tan disparatada.

Porque en el espacio, en particular en la órbita terrestre, podemos encontrar desechos de variado tamaño, escombros pertenecientes a las distintas misiones espaciales. Por eso, por mucho que llenemos el espacio con satélites y futuros puntos de encuentro, los desechos generados en nuestra aventura siempre serán un problema a tener en cuenta, pues, al contrario de lo que pasa en las novelas de Ijon Tichy, las estrellas no son incineradoras de basura espacial. Hace poco más de un año pudimos observar desde distintos puntos de la península el cielo de la noche iluminado por la chatarra tóxica de un cohete chino. Cosas que pasan.

Por si fuera poco, aquí abajo, en la Tierra, tenemos el Punto Nemo, bautizado así por la famosa novela de Julio Verne: 20.000 leguas de viaje submarino. Se trata de un punto del Pacífico Sur donde se sitúa el Cementerio de Naves Espaciales y donde Lovecraft imaginó la residencia de Cthulhu en la aterradora ciudad de R’lyeh, un lugar de pesadilla al que nuestras ciudades poco o nada tendrán que envidiar de aquí a unos años.

Volviendo al principio, las personas aficionadas a la ciencia ficción que ya contamos unos años, nos imaginábamos que el futuro se iría construyendo con valores positivos y no como un relato de terror distópico. Nuestra candidez de entonces no nos permitía pensar en negativo y la gramática grosera del presente todavía quedaba muy lejos. Con todo, aún estamos a tiempo para dar la vuelta al futuro.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

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Montero Glez
Periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como 'Sed de champán', 'Pólvora negra' o 'Carne de sirena'.
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