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CIENCIA FICCIÓN

Basura: ¿nos quedaremos sin espacio en el cosmos?

NAVES ABANDONADAS, TORNILLOS, componentes electrónicos y otros restos vagan alrededor de la Tierra. Una chatarra de lujo que ahora es una amenaza exterior como dice el experto en residuos espaciales de la NASA, N. L. Johson en la revista Investigación y Ciencia, donde analiza la problemática de la basura espacial. Hace 30 años el escritor polaco Stanislaw Lem alertaba sobre el problema. No sería tomado en serio hasta 1980. En su novela Diarios de las estrellas. Viajes y memorias (Dzienniki Gwiazdowe, 1971), narra, en clave satírica, las aventuras del cosmonauta Ijon Tichy. En ella enuncia la ley de la Basura, que mide el grado de desarrollo tecnológico de una civilización: 'Cada civilización en fase técnica empieza a hundirse en los desperdicios, sufriendo graves trastornos, hasta que consigue llevar los muladares al espacio. Para que éstos no entorpezcan la cosmonáutica, se los coloca en una órbita espacial. Alrededor del planeta crece un anillo de vertederos de basura, cuya presencia demuestra una era superior del progreso alcanzado.' Así, una civilización avanzada se distingue por la cantidad de basura espacial en la órbita de su planeta.

En los más de 40 años de era espacial (del Sputnik a la ISS) los cohetes han situado en órbita más de 20.000 toneladas de material. Una quinta parte aún anda por allí, repartida entre 10.000 objetos de los que sólo un 5% son naves operativas, según Johson. Se trata de objetos grandes, pero se cifra en millones la cantidad de fragmentos menores que vagan dispersos en una región que abarca órbitas que distan desde cientos hasta más allá de los 40.000 kilómetros de la Tierra. En términos espaciales, esta región se considera aún vacía: por debajo de los 1.500 kilómetros la densidad de los residuos es de un objeto por cada 100 millones de kilómetros cúbicos. Y además, esta basura se acumula en determinadas órbitas.

Los movimientos de los residuos son diferentes de los que siguen el cortejo de rocas y fragmentos de hielo de los anillos de los planetas como Júpiter. Mientras éstos describen órbitas ordenadas, aquéllos se mueven erráticamente. Por las elevadas velocidades relativas entre ellos cualquier choque puede ser catastrófico: la colisión de una nave con un tornillo puede destruirla y arruinar la misión. Radares y sensores ópticos detectan y catalogan fragmentos de hasta un metro a altitudes geosincrónicas (36.000 kilómetros). Radares especiales y radiotelescopios terrestres localizan los cuerpos más pequeños de 10 centímetros. Los todavía menores se detectan por inspección de las superficies acribilladas de las naves espaciales y mediante modelos teóricos. La escoba para barrer la chatarra es natural: a estas altitudes existe el suficiente aire como para que las órbitas de los residuos se vean afectadas por el rozamiento. Los fragmentos pierden energía, caen hacia órbitas inferiores y aumentan su velocidad. Al final, atraviesan la capas más densas de la atmósfera y se desintegran antes de precipitarse sobre la Tierra.

No puede confiarse sólo en este proceso natural para resolver el problema: el vertedero espacial no cesa de aumentar. ¿Llegaremos pronto a franquear la barrera de la basura? 'Con el tiempo los vertederos cambian. A medida que se desarrolla la técnica, hay que tirar chatarra de ordenadores, sondas viejas, satélites artificiales... Estos desperdicios pensantes no quieren girar infinitamente en un anillo de basura y se escapan, llenando las regiones cerca del planeta o, incluso, el sistema planetario. Entonces, el intelecto poluciona el medio ambiente'.

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