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Sentirse un cosmonauta, pero en la Tierra

El Museo de la Ciencia y Técnica de Terrassa repasa la historia de la estación espacial 'Mir' con una réplica a escala real

Una visitante pasea por dentro de la réplica de la estación espacial Mir, en el Museo de la Ciencia y la Técnica.
Una visitante pasea por dentro de la réplica de la estación espacial Mir, en el Museo de la Ciencia y la Técnica. c. CASTRO

¿Cómo se duchan los astronautas si en el espacio no existe el agua en estado líquido? ¿Y cómo lo hacen para comer con los alimentos flotando? Estas y muchas otras cuestiones cotidianas que deben afrontar los astronautas —o cosmonautas, como se les denominaba en la URSS— durante su estancia en la estación espacial internacional se pueden descubrir en el Museo de la Ciencia y la Técnica de Cataluña (mNACTEC), ubicado en Terrassa. El museo acaba de estrenar una exposición centrada en la historia de la primera de estas estaciones, la Mir, que cuenta, como principal atractivo, con la réplica a escala real que fue utilizada para el rodaje de la película Sergio & Serguéi. La muestra —que es temporal, pero sin fecha de finalización fijada— se plantea de forma multidisciplinar y repasa las relaciones entre la astronáutica y el cine, una historia de las misiones espaciales y las aportaciones tecnológicas de esta ciencia a la vida cotidiana de los terrícolas.

La exposición está dominada por una reconstrucción de dos de los módulos (el base, donde hacían vida los cosmonautas, y el laboratorio biológico) que formaron la estación espacial Mir. El visitante puede experimentar, aunque con los pies en la tierra, cómo vivían y trabajaban los tripulantes de esta estación soviética que estuvo 15 años en funcionamiento (desde su lanzamiento en 1986 a su destrucción en 2001 tras varios accidentes). Diferentes ojos de buey proyectan imágenes de la Tierra y permiten hacerse una idea de lo que era orbitar el planeta azul a 380 kilómetros de distancia y a 27.000 kilómetros por hora. Un panel de control con botones de múltiples colores, comandos y aparatos que rezuman años ochenta, cámaras de formatos obsoletos y cintas de casete —todo escrito en riguroso cirílico— forman parte de la decoración del reducido espacio, que tiene su máximo (o mínimo, según se mire) exponente en el habitáculo de apenas un metro cuadrado en que los tripulantes dormían dentro un saco colgado de la pared y donde guardaban sus escasos efectos personales, incluidos el ordenador con el que se comunicaban con sus familias.

Diversos audiovisuales —uno en 3D para adultos y uno interactivo para pequeños soñadores con ser astronautas—, con material cedido por la Agencia Espacial Europea (ESA), explican cómo es la vida en el espacio, desde comer directamente de bolsas o latas flotando hasta limpiarse con toallitas, esponjas y jabón seco. “No es de extrañar que muchos astronautas lo primero que piden al llegar es una buena ducha”, comenta uno de los vídeos.

Pero si algo ha ayudado a construir la visión de la vida en el espacio es el cine. Precisamente, un rincón de la exposición está reservado a una selección de 12 películas de ciencia-ficción que destacaron especialmente, ya sea por ser pioneras (Viaje a la luna de Georges Méliès), por su rigor científico (2001, una odisea en el espacio o Gravity) o por su contribución al imaginario colectivo (Star Wars o Star Trek). “Mucha gente se ha interesado por la ciencia gracias a la ciencia-ficción, así que hay que reconocer el mérito de muchas películas en despertar vocaciones”, apunta Esther Font, responsable de exposiciones del Mnatec.

Un euro al día

Para los amantes y escépticos de la astronáutica, la exposición recoge las 76 misiones espaciales de la ESA, no siempre relacionadas con la exploración de otros planetas y con encontrar vida extraterrestre, que también las hay. Como la Juice, la misión con destino a Júpiter o la Biomass, para medir la masa forestal que le queda a la Tierra, las dos programadas para 2022. “Hay gente que cuestiona si es necesario invertir tanto dinero en los viajes espaciales, cuando se podrían usar en luchar contra la pobreza. Las misiones de la ESA nos cuestan un euro al día por ciudadano y tocan aspectos como la investigación del cambio climático, de los que dependen el futuro de la humanidad”, remacha Font.

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Del espacio al quirófano

Las aportaciones de la astronáutica van más allá del conocimiento del universo. La tecnología que se ha desarrollado ha encontrado su aplicación en la vida cotidiana y ha acabado aplicándose en quirófanos, ambulancias y hasta en las gafas. El desarrollo de materiales y artilugios ha tenido aplicaciones en numerosos ámbitos, como la medicina (el escáner o el TAC), las telecomunicaciones (telefonía móvil y GPS), la óptica (cristales más resistentes), la nanotecnología (nanochips informáticos), la energía solar (única fuente de alimentación en el espacio) o las emergencias (materiales ignífugos para los bomberos).

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