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Albert Lladó: “La justicia siempre ha confundido histrionismo con teatralidad”

El periodista, dramaturgo y escritor catalán acaba de publicar ‘Contra la actualidad’, un ensayo en el que reflexiona sobre la tensión entre la humanidad inherente al acto de preguntar y la robotización a la que se encuentra sometida la actualidad

BABELIA 27/01/24 EN POCAS PALABRAS LLADO
Massimiliano Minocri

El periodista, dramaturgo y escritor catalán Albert Lladó (Barcelona, 1980) acaba de publicar Contra la actualidad (Galaxia Gutenberg), un ensayo en el que reflexiona sobre la tensión entre la humanidad inherente al acto de preguntar y la robotización a la que se encuentra sometida la actualidad.

En el libro se plantea 30 preguntas y la primera es: ¿a qué llamamos actualidad? ¿Cuál es la respuesta breve a esa cuestión? La actualidad no es lo mismo que el presente. La actualidad nos viene dada como algo cerrado, como si lo único que pudiéramos hacer con ella fuera consumirla como una fábrica de impactos. La actualidad, así, queda atrapada en la trampa de lo inmediato, mientras el presente acoge, en su propia temporalidad, el pasado (siempre imprevisible) y el futuro (siempre abierto). La actualidad se alimenta de nuestra impotencia. El presente es un ahora que no renuncia a todas sus potencias… Potencias que, como en la teoría del movimiento de Aristóteles, pueden transformarse en actos. Depende de nosotros. En el presente tenemos algo que decir. En la actualidad nuestro silencio es cómplice.

Si consumimos la actualidad como robots, ¿qué hacer para rehumanizarnos? El ensayo explora cuatro formas de resistencia: el deseo, el juego, la mirada y la pregunta por el sentido. El deseo, liberado del mero consumo, nos desplaza, nos compromete, y nos reconcilia con el animal que somos. El juego atiende a la polifonía que todos encarnamos. Nos recuerda que el rol que ocupamos depende del contexto, y que somos mucho más que nuestra máscara. El juego, además, es un acto de libertad que nos vincula con el otro. La mirada atenta nos permite cambiar de perspectiva, descubrir lo extraño y lo extranjero que existe frente a nosotros, y que no hemos sabido ver cuando nos comportábamos como burócratas de lo cotidiano. Y la pregunta por el sentido es una invitación para ir más allá del significado, para que el saber narrativo tenga su espacio frente a la omnipresencia del saber positivo.

Es periodista, ensayista, y dramaturgo. ¿En qué punto se tocan esas formas de escritura? Me parecen tres dialectos de un mismo idioma. El periodismo, el pensamiento y el teatro se articulan a través del arte de la pregunta. Si no es así, si no hay conflicto en nuestra narración, caemos en la pedagogía (ilustrar un concepto o una idea) o, mucho peor, en la propaganda. La filosofía nace de la pregunta, no de la demostración. Y la duda y la intuición suelen ser más fértiles que el argumento autocomplaciente.

¿Qué libro le convirtió en lector? Historias de cronopios y famas, de Julio Cortázar. No he vuelto a subir una escalera de la misma manera desde entonces.

¿Y en escritor? Mortal y rosa, donde Francisco Umbral demuestra que la gramática no es una colección de signos unívocos, sino alquimia, un artefacto mágico que nace de la imaginación.

¿Cuáles son sus tres autores teatrales de cabecera? Koltès, porque la ortografía se transforma en orografía. Havel, porque nos alerta sobre cómo todos podemos acabar escupiendo propaganda por la boca. Camus, porque el compromiso no renuncia a la alegría.

¿Cuál es la última obra de teatro o danza que le gustó? Falaise, de Baró d’Evel. ¿Podemos convocar, a la vez, a la ambición y el juego, a la celebración y el virtuosismo?

¿Qué personaje teatral se le parece más? Me gustaría parecerme, en algún momento de lucidez y coraje, a Yánek Kaliáyev, de Los justos de Albert Camus. Porque, rodeado por la tentación de la violencia, nunca olvida que la belleza es la forma de resistencia más radical. Y porque nos recuerda que “la revolución no se hizo para matar niños”. Es asquerosamente actual.

Cite sus tres series favoritas de todos los tiempos. Fawlty Towers (porque el personaje de Manuel nos demuestra que la torpeza también es una forma de sabotaje al poder), The Wire (donde la educación no se ha transformado en una estadística protocolaria) y Succession (porque Shakespeare vive entre nosotros).

¿Y la última que vio del tirón? Endeavour. Nos quieren policías, pero aún podemos mirar como detectives. ¿Quién dice que la vida no es un enigma?

¿Qué libro tiene ahora mismo en su mesilla de noche? Estoy releyendo Apología a Sócrates, de Platón. La justicia siempre ha confundido histrionismo con teatralidad.

¿Y uno que no lograra terminar? Crimen y castigo, de Dostoievski. Dice demasiadas verdades para ser soportable.

¿Un músico al que admire especialmente? Enrique Morente. Vino desde lo atávico para enseñarnos el futuro. La voz también puede ser un oráculo.

¿Qué canción suena en bucle en su cabeza en este momento? L’animale, de Franco Battiato. Es una deliciosa adicción.

¿En qué museo se quedaría a vivir? Más que en un museo, en una sala. En la de Las pinturas negras de Goya, en el Prado. Es como poner una canal de noticias 24 horas, pero sin la cháchara deportiva.

¿Tiene algún placer culpable en materia cultural? First Dates. Me parece un ejercicio de dramaturgia extraordinario.

¿Qué trabajo no aceptaría jamás? Los más raros, y los peor pagados, ya los he aceptado.

¿Qué está socialmente sobrevalorado? Los aplausos.

De no ser escritor, le habría gustado ser… Músico. Para mi desgracia, no tengo demasiado oído musical. Sin embargo, me parece que el ritmo propio es de las cosas más importantes que uno puede dejar al mundo.

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