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Federico Jiménez Losantos, el apóstol de una revolución nacionalista y conservadora

Pionero en la discusión de la Cultura de la Transición, el periodista entiende su oficio como una batalla por el poder de la derecha y sostiene que los presidentes del PSOE han implantado diversas formas de dictadura en España

Federico Jiménez Losantos (en el centro), en la presentación del libro 'La última salida de Manuel Azaña', flanqueado por José Barrionuevo y José María Aznar, en abril de 1994.
Federico Jiménez Losantos (en el centro), en la presentación del libro 'La última salida de Manuel Azaña', flanqueado por José Barrionuevo y José María Aznar, en abril de 1994.Cristóbal Manuel
Jordi Amat

El jueves a primera hora, Federico Jiménez Losantos (Orihuela del Tremedal, Teruel, 1951) dedicó los minutos iniciales de su programa a analizar la carta que Pedro Sánchez había hecho pública la tarde anterior. Sobre la mesa de su estudio, como siempre, sus últimos libros a la vista para publicitarlos: La vuelta al comunismo (2020), El retorno de la derecha (2023) y El camino hacia la dictadura de Sánchez (2024). Detrás de él, un gran cartel publicitario donde se reproducen imágenes repetidas de la portada de su último libro. Ese día y en ese marco, no resultó original su primera valoración de la carta: “Una maniobra típica de los dictadores comunistas”.

Al final de ese día el locutor y columnista protagonizó el tercer capítulo de En primicia, una serie dedicada a “los periodistas más destacados de España” y producida por RTVE en colaboración con Lacoproductora (productora audiovisual de PRISA, empresa editora de EL PAÍS). En un momento del programa, tras explicar la estrategia que había seguido para competir con Iñaki Gabilondo durante sus años en el matinal de la Cope, expuso cómo se concibe a sí mismo: “Soy un intelectual metido en el periodismo porque necesito los medios para difundir mis ideas”. Si “en la España democrática no existe una trayectoria tan fascinante de un intelectual de derecha como la de Federico Jiménez Losantos” (lo escribió en 2011 Mario Martín Gijón en Los (anti)intelectuales de la derecha en España), tiene su importancia determinar cuáles son esas ideas y su concepción de los medios.

Su caso, además, contrasta con el de muchos de sus actuales compañeros de viaje. Desde hace prácticamente medio siglo, él ha sido coherente en su actuación: no ha dejado de comportarse como un revolucionario profesional al servicio de la defensa del nacionalismo español. Lo singular de su trayectoria es que esa defensa lleva más de 20 años realizándola como figura del poder de la derecha que irradia desde el Madrid neoliberal a buena parte de la España conservadora. Pero su punto de partida, tras abandonar la militancia comunista a mediados de la década de los setenta y en Barcelona, fue la disidencia. Probablemente, él, desde la crítica cultural, fue quien primero elaboró una crítica profunda a la Cultura de la Transición .

En 1977 se presentó a un concurso de la revista marxista El Viejo Topo. Ganó con el artículo ‘La cultura española y el nacionalismo’, una denuncia de la deslegitimación que la identidad española sufría en el posfranquismo. La revista le pidió que convirtiese su tesis en un ensayo, pero, ya fuera por motivos económicos o editoriales, El Viejo Topo decidió no publicarlo. Losantos supo instrumentalizar la situación para afianzarse como intelectual crítico. Redactó un manifiesto. En los dietarios Instantáneas del tiempo, de Ignacio Gómez de Liaño, acabados de publicar, explica la conversación que un día de noviembre tuvo con Juan Manuel Bonet. “Había estado hablando largamente con uno de Barcelona, No Sé Cuántos —Francisco No Sé Qué los Santos—, que pedía firmas de apoyo para algo que le habían hecho los de El Viejo Topo”.

Es uno de esos libros que tiene leyenda desde antes de nacer, como Las flores del mal”, diría Francisco Umbral cuando lo presentó en junio de 1979. Había conseguido que él y el libro, que se acabaría titulando Lo que queda de España, fueran polémicos antes de su publicación. Y el libro, en aquel contexto, era polémico porque proponía una defensa de la españolidad que se enfrentaba a dos fundamentos del Estado cultural en construcción: la cultura del nacionalismo catalán y el antinacionalismo español articulado por los intelectuales progresistas. Porque aquel lector de los nouveaux philosophes también apuntaba a Manuel Vázquez Montalbán (“el talento más nefasto de la tribu”), Juan Goytisolo (“el antiespañol por antonomasia”, Umbral dixit en la presentación) y Fernando Savater, con el que ese verano de 1979 polemizó en las páginas de EL PAÍS, invitado por Javier Pradera.

Federico Jiménez Losantos, a la salida del juzgado por la querella interpuesta por Alberto Ruiz Gallardón, el 29 de mayo de 2008.
Federico Jiménez Losantos, a la salida del juzgado por la querella interpuesta por Alberto Ruiz Gallardón, el 29 de mayo de 2008.José Oliva (Europa Press / Contacto)

A finales de 1979 Losantos dio el paso a la política vinculándose a la federación en Cataluña del Partido Socialista de Aragón. Su impugnación de la normalización lingüística del catalán era marginal, pero al cabo de año y medio su diagnóstico se convirtió en protesta colectiva. Fue uno de los impulsores del manifiesto que denunciaba la conculcación de los derechos lingüísticos. Era una mina en el consenso amplísimo que existía en el Parlament. Lo pagó caro porque, además de las críticas de intelectuales progresistas y nacionalistas, fue víctima de un repugnante atentado perpetrado por la banda terrorista Terra Lliure. Al poco se instaló en Madrid, donde tenía una buena red de contactos. El manifiesto lo había dado a conocer el suplemento cultural del Diario 16 y allí nació la relación profesional con Pedro J. Ramírez, que lo convenció para que fuese jefe de Opinión de su periódico.

Desde ese espacio periodístico, en muy pocos años, empezaría a elaborar una relectura del proceso de consolidación de la democracia que ha estado en la base de su posicionamiento como revolucionario profesional al servicio de una revolución nacionalista y conservadora: la clave era identificar al PSOE como un partido cuyo elemento constitutivo era su pulsión por subvertir el régimen constitucional. Lo vuelve a formular en su último libro: “La clave, no por casualidad, fue el asalto al Consejo del Poder Judicial en 1985, y a partir de ahí, con la ayuda del imperio Prisa, Felipe González creó una forma de régimen a la mexicana, un despotismo matizado por la corrupción, que, aunque mantenía el discurso constitucional y europeísta, hacia pedazos el Estado de derecho”.

Ese salto de la crítica a la espiral de la demagógica fue muy rápido. En 1983 afirmaba que “el cambio era necesario, pero ha sido un mal cambio”. En 1986, en la previa a las elecciones generales, ya describía así la realidad política española: “Todo parece listo para que el sistema democrático instaurado en España, merced al esfuerzo desinteresado de tantos españoles anónimos, se transforme”, escribió entonces, “será, efectivamente, un sistema a la mexicana, democrático para el exterior y dictatorial en el interior”. Era la dictadura del PSOE, los nacionalismos y el Grupo Prisa. La dictadura que resquebrajaba la Transición porque impedía la alternancia. Elaborado ese diagnóstico conspiratorio, debía pasarse a la acción porque los defensores de la libertad y la nación amenazada deben combatir la dictadura —primero fue la de González, luego la de Rodríguez Zapatero, ahora la de Pedro Sánchez—. Desde entonces hasta hoy, la actividad intelectual de Losantos estaría centrada en un combate que proclama libertad para no decir nacionalismo.

Tenía la pulsión airada y un relato intelectual sugestivo, le faltaba el medio de masas y un líder. El 1 de septiembre de 1987 dedicó su primer artículo a José María Aznar. El éxito de sus ideas, y el suyo propio, dependería del éxito de ese político. “El diagnóstico sobre los problemas de la libertad nacional y las fórmu­las para asegurar su prosperidad son, naturalmente, anteriores a la llegada de Aznar al liderato de Alianza Popular, pero, a efectos de presencia y realidad social, parecen coincidir porque es él quien las asume, resume y defiende como propias, contando a cambio con el respaldo de un grupo de intelectuales y periodistas activísimos en los medios de comunicación”.

Siempre ha tenido claro cuál ha sido y es su papel. Porque como intelectual formado en el comunismo es plenamente consciente de que el objetivo del intelectual es colaborar en la conquista del poder de un bloque social: la derecha tradicional sobre la que se sustenta el bloque de poder conservador español.

Conectando con sus lecturas patrióticas en la Transición, Losantos facilitó la apropiación de la figura de Manuel Azaña por parte de Aznar en la elaboración de la doctrina cultural que se concretaría en La segunda transición, “aunque firmado, revisado y reescrito parcialmente por el propio Aznar, es obra de un grupo escogido de los principales ideólogos de la alternativa popular, luego marginados del Gobierno”. Entonces Losantos publicó el ensayo La dictadura silenciosa y la recopilación Contra el felipismo. Al mismo tiempo, en los años de agonía socialista, se implicó en la campaña de radicalización del debate público que impulsó el autodenominado Sindicato del Crimen —Anson, Pedro J. Ramírez, Antonio Herrero, también Ramón Tamames—. Pasó en la prensa y pasó en la radio, el medio de comunicación popular que crea la opinión cotidiana en España. Se trataba de usar la crispación para dinamitar la convivencia política y, enfangado el debate colectivo, catapultar a Aznar al poder y crear un contrapoder mediático.

Pero hay un momento en el que el político debe traicionar al intelectual porque su prioridad, más que la agenda ideológica, es la llegada al poder. Los acuerdos con CiU y el PNV congelaron la implementación de la agenda de reconquista de Aznar. No deja de ser significativo que Aznar les pidiese en La Moncloa a Losantos y a Luis Herrero que descabalasen a Antonio Herrero, cuya retórica agresiva había iniciado una nueva etapa de la radio española. Y que falleció accidentalmente el día después. En aquel momento, en 1998, Losantos, que pasó a dirigir un programa de radio nocturno (con su estilo quevedesco), fundó la revista La ilustración Liberal, un espacio de reflexión neoliberal desde el que se articulaba, entre otras, una crítica al moderantismo del primer Aznar. Fue en esa revista, justo después de la victoria electoral popular en marzo de 2000 con mayoría absoluta, que el intelectual publicó un breve ensayo programático que es de lectura obligada: Aznar y el poder.

Arrancaba citando una frase pronunciada por Aznar tras esa victoria: “Ha terminado la Guerra Civil”. Y a partir de aquí iniciaba un ejercicio de crítica al PSOE y, a la vez, proponía un relato de revisionismo histórico porque actualizaba la interpretación reaccionaria del origen de la guerra: “Fue en su origen una lucha a la desesperada de la derecha religiosa, política y social para evitar su aniquilación por una izquierda sectaria y decididamente revolucionaria”. Ese era el fundamento ideológico que debía interiorizarse para impulsar una revolución conservadora cuyo propósito era una reconfiguración del poder del Estado. “Nunca la derecha democrática española ha tenido un proyecto político tan moderno, coherente y seriamente elaborado como el del Partido Popular bajo la dirección de Aznar”.

La pérdida inesperada del poder, solapada al trauma del 11-M, explica “la conspiración originaria”, para decirlo con un excelente artículo de Gutmaro Gómez Bravo. La historia reciente de España comenzó ese día, como plantea también Enric Juliana en España, el pacto y la furia. Fueron los años de la beligerancia maniaca contra la otra segunda transición —la de Zapatero—, la devastadora teoría de la conspiración del 11-M —sobre la que apenas se dijo nada en el episodio de En primicia— y la construcción de un movimiento popular de asedio al Gobierno. No exageraba Losantos en el programa. “La Cope era la que convocaba las manifestaciones”, afirma, “teníamos un papel esencial en la derecha”. Lo que pasó en las calles —en las manifestaciones contra el matrimonio homosexual, el nuevo Estatut, la negociación para el fin de ETA o la asignatura de Educación para la Ciudadanía— fue la regeneración de lo que Machado denominó el macizo de la raza y que fue un plan de agitación nacionalcatólica. El mismo que se ha reactivado contra Sánchez con el pretexto de la tramitación de la ley de amnistía y con la voluntad implícita de recuperar el poder al precio de sabotear el Estado.

Porque, sí, volvemos a vivir en una dictadura. Esta es, otra vez, la tesis de El camino hacia la dictadura de Sánchez, que recopila sus artículos publicados en Libertad Digital desde el 1 de octubre de 2017. En el libro queda claro cuándo se aceleró la actual dictadura en España: el día que el Gobierno, en virtud de la Ley de Memoria Histórica, exhumó a Franco, “que logró un apoyo pasivo masivo de lo que, aun viniendo del otro bando, no querían seguir en perpetua Guerra Civil”. Ese día en Cuelgamuros empezó “el sanchismo-leninismo”. Si se acepta esa descripción, propagada desde los medios de su propiedad generosamente financiados por el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid y otras administraciones donde el PP gobierna con Vox, ¿cómo no alentar una reacción de emergencia nacional?

Al final del documental Losantos pasea por su pueblo de infancia, Orihuela del Tremedal, del que su padre fue alcalde. Se le acerca un vecino que confiesa escucharle cada mañana y, si no puede, lo recupera en el podcast. Y antes de pedirle una fotografía, le hace una confesión. “Yo estoy dispuesto a ir con usted a partirle la cara a quien quiera”.

El camino hacia la dictadura de Sánchez. Federico Jiménez Losantos. Espasa, 2024. 576 páginas. 24,90 euros.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Ejerce la crítica literaria en 'Babelia' y coordina 'Quadern', el suplemento cultural de la edición catalana de EL PAÍS.
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