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Nuestro hombre en la India: Balkrishna Doshi, pionero de la arquitectura sostenible

Pionero de la sostenibilidad, una exposición en Madrid observa el legado del primer arquitecto indio premiado con el Pritzker, fallecido en enero

Balkrishna Doshi
Viviendas para la Life Insurance Corporation of India, Ahmedabad, 1973, obra de Balkrishna Doshi.Vastushilpa Foundation
Anatxu Zabalbeascoa

En la casa de Balkrishna Doshi (Pune, 1927-Ahmedabad, 2023) convivían cuatro generaciones. “Era una escuela de colaboración, tolerancia, compasión y humildad”. Esa convivencia se traduce, arquitectónicamente, en espacios flexibles y estancias abiertas al exterior para aligerar la propia convivencia. Huérfano de madre a los 10 meses, Doshi no tenía un año cuando Motilal Nehru habló de independencia en su país. Y, como le sucedió a quien se convertiría en uno de sus maestros, el estadounidense de origen estonio Louis Kahn, una quemadura le marcó la piel y el carácter. La de Kahn fue en la mejilla. A Doshi estuvo cerca de costarle una pierna cuando tenía 11 años. Le dejó una leve cojera. Pero ese mismo año abandonó su casa, junto a su hermano mayor, por diferencias con su madrastra. Con 12 protestaba haciendo huelga de hambre por el dominio de los británicos sobre la India. Tenía 20 cuando la India británica se disolvió y Nehru se convirtió en primer ministro.

No consiguió pasar el examen de ingreso en el Royal Institute of British Architects en Londres, pero en el Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM), el arquitecto colombiano Germán Samper le contó que, con Le Corbusier, estaba construyendo una ciudad en la India. Era Chandigarh. Doshi pidió trabajar allí con gestos, no hablaba francés. Le Corbusier contestó que lo hiciera por escrito: dependería de su caligrafía. Consiguió el puesto sin ser arquitecto. No cobró durante ocho meses. En la Asamblea y en el Palacio de Justicia demostró que conocía el lugar, los materiales y el comportamiento de la gente. Se convirtió en arquitecto construyendo. Para 1956 tenía estudio propio: Vastu-Shilpa, el término que designa la arquitectura en idioma canarés, uno de los 22 oficiales en la India.

Sala de exposiciones Amdavad ni Gufa, Ahmedabad, 1994, obra de Balkrishna Doshi en colaboración con M. F. Husain.
Sala de exposiciones Amdavad ni Gufa, Ahmedabad, 1994, obra de Balkrishna Doshi en colaboración con M. F. Husain. Iwan Baan

Su nieta, la arquitecta Khushnu Panthaki Hoof, de 43 años, está hoy a cargo de su fundación. Explica que su abuelo defendía que la arquitectura no era un monumento, sino un organismo vivo, “un lugar capaz de evolucionar con la vida”. Y eso emana de la exposición que protagoniza ahora en el Museo ICO de Madrid. Una vez más, sirve para comprobar la casi imposibilidad de escribir una historia justa, o completa, también de la arquitectura. Que Doshi haya sido percibido tradicionalmente en Occidente como el hombre de Le Corbusier y de Louis Kahn en la India independiente es una lectura parcial que indica cómo miramos el mundo. Cuando recibió uno de sus primeros encargos, el Indian Institute of Management de Ahmedabad, propuso que llamasen a Kahn. “No me arrepiento, aprendí mucho de él”, dijo. Al año siguiente, con 35 años, fundó, construyó y dirigió la escuela de arquitectura de esa ciudad. La diseñó sin puertas, abierta. Era una manera de ahorrar, claro, de ventilar, pero también de acercar.

“Lo que descubrí con Le Corbusier y con Kahn es que con sensibilidad se capta lo local”, le dijo a Hans Ulrich Obrist en una entrevista. Por eso fue el hombre de Kahn y Le Corbusier en la India hasta que aprendimos lo que es la sostenibilidad social. Más allá de ideando sostenibilidad energética, Doshi aprendió a diseñar observando a la gente. “Somos caóticos, la arquitectura debe poder cambiar”. Eso que él hacía: lidiar con la escasez: “Economizar es tan importante como saber utilizar la tecnología”. La idea de que lo importante de la arquitectura no es tanto que permanezca como que pueda cambiar resume la obra de uno de los grandes arquitectos indios del siglo XX, que quería ser carpintero como su abuelo y terminó levantando una nueva ciudad. Sus edificios, los barrios y colonias que proyectó han ido cambiando. Esta muestra expone ese cambio.

Los sistemas modulares que ideó para las colonias de trabajadores permiten a los habitantes prosperar

Los sistemas modulares de vivienda que ideó para las colonias de trabajadores permiten a los habitantes crecer, prosperar y adaptarse a los giros de la vida. Para 1966, la hija de Nehru, Indira Gandhi, se había convertido en primera ministra. Y Doshi dibujaba colonias de trabajadores, en Vadodara —para la empresa de fertilizantes GSFC—, y, una década después, las de la compañía de seguros LIC en Ahmedabad. Merece la pena observar esa construcción: una escalera central unifica las tres plantas. Abajo están los directores, el edificio retranquea encogiendo los pisos de los técnicos. Mengua un poco más en el tercer piso: el espacio de los obreros. Era impensable vivir con los obreros sobre la cabeza. Compartir, y cuidar, la misma escalera fue un instrumento de cambio socioeconómico. De nuevo, la lección de humildad y tolerancia de la convivencia en casa. El resultado es un puzle de colores: cada inquilino ha pintado su casa como ha querido. Y, atención, no hay estridencias. El conjunto funciona.

La exposición permite entrar, físicamente, en una recreación del estudio que compartía con 60 colaboradores. También en un rincón de su casa. Hace posible sentarse en sus muebles, entender la convivencia entre la dureza del hormigón y el trencadís de la cerámica —también el reciclaje de los platos en mosaico—, comprobar el paso del tiempo por la invasión de la naturaleza y escuchar los sonidos de los lugares. Es una arquitectura que recrea y traslada, una exposición acogedoramente cercana. Como cercanos, y coloristas, eran los dibujos de Doshi: siempre con gente utilizando sus edificios.

Premabhai Hall, Ahmedabad, 1976, obra de Balkrishna Doshi.
Premabhai Hall, Ahmedabad, 1976, obra de Balkrishna Doshi.Vinay Panjwani India

Doshi fue un autodidacta que aprendió diseñando, observando y corrigiendo. Sert lo llevó a enseñar en Harvard, pero tuvo que esperar décadas a que su obra se reconociera en Occidente más allá de Le Corbusier. Ya había conseguido casi todos los grandes reconocimientos cuando, al final de su vida, ya nonagenario, en 2018, Doshi ganó el Pritzker. Esta es la exposición organizada por su nieta y la comisaria del Vitra Design Museum, Jolanthe Kugler, para conmemorar su trayectoria en el año de su muerte. Panthaki Hoof explica que, para su abuelo, Le Corbusier era un acróbata, por su libertad mental y su capacidad para correr riesgos, y Louis Kahn, un yogui: “Una persona extremadamente equilibrada”. Uno era la ilusión, y el otro, lo real. Casi contrarios y, sin embargo, complementarios. ¿Qué era Doshi entonces? Un niño. Fue huérfano y espabiló. Se preocupó de los niños porque sabía lo que es estar solo. Lo dice en el documental: “Soy libre porque soy un niño”.

‘Balkrishna Doshi. Arquitectura para todos’. Museo ICO. Madrid. Hasta el 14 de enero de 2024.

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