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Guillermo Martín Bermejo: un mínimo arte grande

Los meticulosos dibujos del artista madrileño reclaman el material desechado por la realidad de la vida, todo lo frustrado, humillado y excluido, para una redención por la poesía

'La cruzada de los niños' (2023), de Guillermo Martín Bermejo.
'La cruzada de los niños' (2023), de Guillermo Martín Bermejo.Galería Fernández-Braso

Hace ahora veinte años, en una exposición titulada Soledad de los supermercados, en galería madrileña Travesía Cuatro, vi por primera vez el trabajo de Guillermo Martín Bermejo. También era una de sus primeras exposiciones. En aquellas obras, unos pequeños seres desvalidos, de gran cabeza y cuerpos que, al contrario, parecían afectados por alguna atrofia, aparecían en el abandono de unos espacios anónimos y mecanizados, acusando su íntima soledad. Así lo recuerdo. También recuerdo que las pequeñas pinturas sobre tabla enseguida inducían a pensar que ese contraste entre el mundo y la intimidad era vivido por aquellas criaturas como una verdadera expulsión del paraíso.

Veinte años después, lo sintético, casi heráldico, de aquellas figuras y escenas, ha desaparecido, sustituido por su contrario: el exacerbado detallismo de un dibujo cada vez más realista —cada vez más realista-mágico, por decirlo así—. Pero las incertidumbres, los terrores y las amenazas en el corazón adolescente, permanecen. A la vista ahora de esta Música de cámara, la hermosa exposición que se presenta en la galería Fernández Braso, vemos hasta qué punto aquella primera experiencia de la discontinuidad entre el mundo y el yo, la gran quiebra que caracteriza esa etapa de la vida, permanece en la obra de Martín Bermejo como constitutivo de su poética, con la condición de una revelación. Si entresacamos unas cuantas palabras de los títulos de sus exposiciones, veremos la evidencia de esa constante: soledad, histeria, niños perdidos, niños héroes, jóvenes ausentes, fragilidad, jardines olvidados, debilidad, desesperación, sueño… Una exposición de 2012 se tituló Paseo por el Parque de los Príncipes Pálidos. Es suficiente.

'La espalda del ángel' (2023), de Guillermo Martín Bermejo.
'La espalda del ángel' (2023), de Guillermo Martín Bermejo.Galería Fernández-Braso

Y es inevitable también que ese clima nos conduzca ahora, a través de estos (en general) pequeños y extremadamente meticulosos dibujos, a un territorio cultural y artístico muy reconocible. Los árboles desnudos del invierno, las patologías del ensimismamiento, los puntiagudos campanarios en las lindes del bosque, nos hablan de una crisis del espíritu, de la cultura y de la historia —la crisis moderna, por antonomasia— que tuvo por sede una geografía bien delimitada, para entendernos, la antigua área habsbúrgica, postromántica o tardo romántica, más buena parte de una Francia boscosa.

Los rostros y las ramas, los pájaros y las ventanas vienesas, se interpenetran hasta confundir la distinción del fondo y la figura, un poco como pasa en los ingenios de Escher

Esta multitud de rostros melancólicos nos trae al recuerdo autores y personajes literarios que van desde el fundante Wilhem Meister a Hoffmanstal; La marcha de Radetzky; el Törless, de Musil; el castillo de Duino, pero también el del Bieldo, de la Isabel, de Gide; Raymond Radiguet, o, más atrás, la Julie Romain, de Maupassant, en su alucinada Villa Antaño… Los rostros y las ramas, los pájaros y las ventanas vienesas, se interpenetran hasta confundir la distinción del fondo y la figura, un poco como pasa en los ingenios de Escher. La sensación de abigarramiento lo es también de indistinción, de agónica batalla por el reconocimiento de lo individual. ¿No es esa la lucha adolescente? En alemán, Bild, dice por igual forma e imagen, de modo que es plausible entender en el Bildungsroman —el género literario correlativo de esa ansiedad— la búsqueda de la imagen propia, es decir, de la propia identidad, una y otra vez hurtada a manos del mundo, pero también a las de nuestros propios mundos imaginarios.

Por cierto que en la cultura húngara se llama délibáb (como en Portugal se puede llamar saudade al sentimiento popular nacional) a una propensión hacia los mundos imaginarios que es capaz de negar las leyes de la realidad. Pero, en general, en esa Europa brillante y abismada, las turbulencias de los hechos históricos tuvieron su correspondencia en el afloramiento de un malestar estrechamente relacionado tanto con la adolescencia colectiva que abandonaba un viejo mundo, como con la producción de imágenes nuevas: nuevas identidades.

'Lou y Rainer, primera visita a Duino' (2023), de Guillermo Martín Bermejo.
'Lou y Rainer, primera visita a Duino' (2023), de Guillermo Martín Bermejo.

París, Viena, Praga y Budapest fueron los escenarios predilectos de la suspicacia, la negación y la crítica. En los dibujos de Guillermo Martín Bermejo hay muchos homenajes explícitos: El malogrado, de Berhardt; Kurt Weill; Messiaen; Piasecki y su Osa Mayor… Pero no nos debemos confundir —aunque es fácil—. No, no estamos ante un pintor literario, con toda la carga despectiva que acarrea ese adjetivo. El “aire retro” (como precisa Óscar Alonso Molina en el catálogo) de toda la exposición, así como el uso de los viejos papeles decaídos, apuntan a la aguda consciencia con la que GMB ha trabajado las formas y los medios.

El repertorio iconográfico está compuesto por imágenes lo bastante codificadas, y la introducción de esos soportes reciclados, con sus abrasivas heridas, es tan patente, como para indicarnos la presencia de lo que Julien Green llamaba un “juego superior”

La voluntad del artista por ocupar un lugar singular, solitario y al margen del “establishment de la modernidad académica”, debe ser entendido en consonancia con esa condición hiper-reflexiva. El repertorio iconográfico —los uniformes militares, las miradas abatidas, los relamidos peinados, las estrechas corbatas, los rostros durmientes…— está compuesto por imágenes lo bastante codificadas (la fotografía, el cine…), y la introducción de esos soportes reciclados, con sus abrasivas heridas, es tan patente, como para indicarnos la presencia de lo que Julien Green, en un prólogo tardío a su Adrienne Mesurat, llamaba un “juego superior”. Ese sentido reclama nuestra atención: el material desechado por la realidad de la vida, todo lo frustrado, humillado y excluido, o sea, estas mismas imágenes —sí, literarias— que han sido ahora salvadas de sus clichés, y esos pobres papeles enmohecidos rescatados del basurero, son llamados aquí a una nueva vida, a una esperanza, en gran medida a una redención por la poesía. Y es así como unos ínfimos dibujos alcanzan la altura del arte grande.

‘Música de cámara’. Guillermo Martín Bermejo. Galería Fernández-Braso. Madrid. Hasta el 10 de junio.

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