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Columna
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Zorrería lúdica

Una canción tirando a idiota ha enfrentado a las militantes vanguardistas con las clásicas del feminismo. Una dama rubia y con voz olvidable proclama arrogantemente su amor al zorrerío, símbolo máximo de la libertad

La actuación de Nebulossa, en el Benidorm Fest.
La actuación de Nebulossa, en el Benidorm Fest.Morell (EFE)
Carlos Boyero

Sé que la música alimenta al corazón, es la acompañante ideal para diversos estados de ánimo, hace soñar, permite compartir sensaciones gozosas con otras personas, es un bálsamo para la soledad, esas cosas. Pero como irremediable troglodita, yo no soy capaz de percibir la hermosura en la música que consume ahora la gente joven, la que inunda las emisoras de radio y los programas de televisión, y debe de poseer arte y encanto cuando la melomanía de las multitudes se identifica con esos sonidos y letras, pero yo ya he desistido de que esos estilos transformen mi ermitaña existencia. Al rap y el hip hop, reguetón, trap, drill y otros géneros con éxito universal. Los músicos que me han acompañado siempre están muertos o a punto de jubilación. Quiero pensar que muchos náufragos seguirán escuchando en los próximos siglos lo que ellos parieron, que siempre habrá alguien enamorado de la belleza que acompaña al clasicismo. Y ese concepto abarca al jazz, el rock, la música clásica. Todos ellos en olvido o en destierro.

Tampoco he podido inscribirme nunca en algunos cultos populares respecto a la música, acontecimientos que acaparan el fervor del pueblo llano. A mí me resbalan, me repelen o me sonrojan desde que era pequeñito. Por ejemplo: los festivales de Eurovisión y de Benidorm, el programa Operación Triunfo, tantas competiciones que hacen suspirar a su masivo público, todo él muy patriota. Últimamente se vuelcan en ellos una clientela dominante y poderosa impuesta por el signo de los tiempos.

Pero hacen tanto ruido que es imposible no enterarte. Por ejemplo, de una canción tirando a idiota que ha enfrentado a las militantes vanguardistas con las clásicas del feminismo. Una dama rubia y con voz olvidable proclama arrogantemente su amor al zorrerío, símbolo máximo de la libertad. La acompañan danzando unos señores grandotes ataviados con tangas de pedrería y el culo depilado. Y hasta el presidente del Gobierno, tan agobiado él por cuestiones exclusivamente terrenales, tiene tiempo para dar su jocosa opinión sobre canción tan presuntamente subversiva. Afirma que el feminismo no solo es justo sino también divertido y provocador. Dylan, Van Morrison y Tom Waits todavía no han manifestado lo que piensan de la canción. Parece ser que Cicerón se sentía desolado en las Catilinarias al exclamar: “¡Oh tiempos!, ¡Oh costumbres!”. Pues eso siento yo también, aunque no posea su elocuencia.

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