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Columna
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Espanto

Ningún ser humano se preocupó por él. Ninguna duda razonable de que el infierno está en la tierra

Los Bomberos de la Generalitat han rescatado en su piso de El Prat de Llobregat (Barcelona) a un hombre con síndrome de Diógenes de 48 años y unos 250 kilos de peso.
Carlos Boyero

En Seven, el sociópata empeñado en castigar a los señalados por la Biblia, artista de la tortura y del sadismo, que se cebaba con las víctimas que encarnaban los siete pecados capitales, comenzaba su macabra fiesta haciendo comer hasta reventar a un fulano gordísimo cuyo único placer en su solitaria y patética existencia era zampar sin freno. Se supone que aquello era ficción y que al señor que pesaba 250 kilos, con síndrome de Diógenes y que ha permanecido más de tres años oculto en su casa, no le ha retenido ningún justiciero diabólico. Simplemente, que durante ese tiempo ningún ser humano se preocupó por él. Ni poco, ni mucho, ni nada. Y vete a saber si ese tipo se portó mal anteriormente con sus semejantes, pero es una barbaridad el desamparo que ha sufrido. Si han reparado en su existencia era por el olor repugnante que salía de su cueva.

Leyendo esa noticia espeluznante la asocio con la muerte hace año y medio en París de un fotógrafo de 84 años que se había caído en una frecuentada calle. La congelación acabó con él al amanecer. Cientos de personas pasaron a su lado durante toda la noche. A ninguna se le ocurrió pensar que esa persona necesitaba ayuda. O peor aún, estarían convencidos de que podría pedirla. Lo cual sería ofensivo para los que pasan sus días y sus insomnios mirando la pantalla de un teléfono. Perderían su irremplazable tiempo.

Ninguna duda razonable de que el infierno está en la tierra. Pero un escalofrío más hondo es cuando me entero de que hay niños que se suicidan. También pueden hacerlo a pares y siendo gemelas. Y entiendes al hombre que llegó al corazón de las tinieblas repitiendo con expresión sonámbula: “El horror, el horror”.

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