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LA TELEVISIÓN QUE SE VE EN: ISRAEL

La realidad bombardea a ‘Fauda’

La trama de la serie, que ha llevado hasta una audiencia global la ocupación y el conflicto con los palestinos, se extravía en la franja de Gaza

Lior Riaz, en un instante de la tercera temporada de 'Fauda'. Vídeo: tráiler de la serie.
Juan Carlos Sanz

El caos que lleva implícito el mismo nombre de la serie, Fauda, ha emergido en un territorio que los israelíes abandonaron formalmente hace ya 15 años. La primera temporada –estrenada en 2015 y plausiblemente la mejor, producción original de la compañía israelí Yes– evocaba en Cisjordania la violencia de la Segunda Intifada (2000-2005). Su continuación, ya de la mano de Netflix, giraba en torno a la improbable presencia del ISIS tras la Línea Verde o frontera del territorio ocupado. Estrenada este año a escala global en la misma plataforma, la trama de la tercera parte de Fauda se ha extraviado en la franja de Gaza por la senda de una acción desenfrenada que en ocasiones convierte cualquier parecido con la realidad en pura coincidencia.

Soldados y colonos judíos salieron en septiembre de 2005 del enclave costero palestino, que quedó poco después sometido a bloqueo terrestre y marítimo. Las tropas solo regresaron en el curso de tres guerras (la última en 2014), aunque los bombardeos israelíes se siguen escuchando de tanto en tanto, como ha venido ocurriendo en agosto. El conocimiento que los guionistas tienen sobre la Franja es forzosamente limitado.

Lior Raz, actor protagonista, es un veterano de las operaciones de seguridad encubiertas del Shin Bet en Cisjordania. Coescribe la serie con el periodista Avi Issacharoff, antiguo corresponsal de Asuntos Palestinos del diario Haaretz. Por mucho que lo intenten en la ficción, las imágenes no logran convencer de que no se trata de Gaza, sino de Jisr al Zarqa, la única población árabe en la costa de Israel.

El éxito internacional de las series israelíes llegó de la mano de adaptaciones estadounidenses, como en la saga Homeland en la cadena Fox, inspirada en Hatufim (Secuestrados). Con Fauda, la industria israelí dio el salto desde las incubadoras de start-up de productos de bajo coste a productoras con ambición de servir a las grandes plataformas de streaming.

En contrapartida por el mérito de haber colocado en el mercado global un producto en hebreo y árabe –como La casa de papel, en castellano–, sus guionistas parecen haber tenido que pagar el precio de alejarse de la verosimilitud. Y a cambio de poder seguir atrayendo el interés de una audiencia internacional poco familiarizada con Oriente Próximo, escenarios y personajes dejan de ser reconocibles para quienes, como periodistas y cooperantes extranjeros, los han visitado y frecuentado.

En su estreno, Fauda abrió una brecha en el muro de desconocimiento sobre la vida cotidiana en Palestina erigido ante la misma sociedad israelí por un conflicto con más de siete décadas de antigüedad. El arte se limitaba entonces a imitar la realidad, pero la trama se ha acabado por extraviarse en Gaza. Las andanzas de los mistaarvim (los que viven entre los árabes, en hebreo), comandos encubiertos que operan clandestinamente en territorio ocupado bajo la apariencia de palestinos de a pie, fueron un buen pretexto para lanzar una serie de acción con gancho.

Como en la mayoría de las series de Netflix, al hilo narrativo de una panoplia de planes perfectos se ven truncados por acontecimientos imprevisibles, la producción de Yes refleja la incertidumbre de la vida misma. En su viaje a Gaza, como han destacado analistas televisivos y sociales a ambos lados de la Línea Verde, la quiebra argumental de Fauda no ha tenido en cuenta las diferencias culturales entre Cisjordania, más cercana a Jordania, y Gaza, que gira en la órbita árabe egipcia.

Resulta patente el desconocimiento de los guionistas hebreos sobre la realidad gazatí tras la “desconexión” de 2005 y el bloqueo y las guerras que estallaron a partir de 2007, cuando el movimiento islamista Hamás se hizo con el poder en la Franja. Hace apenas dos años, un comando israelí infiltrado en Gaza fue desenmascarado por las fuerzas de seguridad de Hamás, supuestamente porque hablaban árabe con un acento ajeno al enclave. Un oficial de operaciones especiales murió en el enfrentamiento, que se cobró la vida de cinco milicianos y dos civiles palestinos, en uno de los incidentes armados más graves desde la guerra de 2014.

Para la mayoría de los israelíes, la serie producida y emitida por la plataforma Yes ha representado además otra oportunidad de asomarse a la calle palestina. Incluso en Gaza. Pese a la sucesión de paradojas e inconsistencias, los apagones –que ahora acaban de ampliarse después de que Israel haya bloqueado el suministro de combustible a la única central eléctrica de la Franja– y la miseria salpican las escenas de la tercera temporada. En el territorio costero la tasa de paro alcanza el 45% —la más elevada del planeta según el Banco Mundial— y el 80% de sus dos millones de habitantes dependen de la ayuda internacional para sobrevivir.

La tercera parte también ha tenido que afrontar el rechazo cultural promovido por la campaña Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS), que propugna imponer a Israel medidas internacionales de aislamiento como las que se aplicaron a la Sudáfrica del apartheid. Desde la óptica israelí, sin embargo, la narrativa de la serie justifica medios reprobables con el fin justo de liberar a civiles israelíes secuestrados. Finalmente, la complejidad y los matices de los personajes del comando de mistaarvin no se corresponden con el trazo grueso de radicalización y fanatismo de sus perseguidores gazatíes.

En el caos de Fauda todo vale. Se llegan a traspasar líneas rojas. Agentes israelíes (que acuden a auxiliar a un compañero herido) se hacen pasar por cooperantes internacionales (con medicamentos) urgentes para pacientes oncológicos pediátricos) para adentrarse por el paso fronterizo de Erez, al norte del enclave. Tras el incidente real registrado en 2018, cuando un comando encubierto se infiltró con documentación falsa, se produjo una de las más violentas escaladas bélicas desde la guerra de 2014. Con todo, sigue valiendo la pena seguir en Netflix una trama que aproxima al conocimiento del conflicto de Oriente Próximo sin demasiados excesos maniqueos, a pesar del empeño de los guionistas en que la realidad no les estropee una buena serie.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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