_
_
_
_
_

“El móvil no es el enemigo, esos padres tienen mucho miedo”: la batalla por el primer teléfono sacude a las familias españolas

Un chat de Barcelona ha creado un ‘tsunami’ nacional para retrasar la edad del primer móvil, pero otros padres creen que prohibir no es el camino: “Educar lleva trabajo”

Smarthphone niños
Esther Ginés, madre y profesora de Tarragona, es partidaria de que los adolescentes tengan un uso controlado de los móviles.Albert Garcia
Jordi Pérez Colomé

Esther Ginés, profesora y madre de un joven de 14 años de Tarragona, estaba mirando las noticias en Twitter/X cuando vio un artículo sobre padres que se organizaban en chats para retrasar la edad del primer móvil de sus hijos: “Me sorprendió y busqué la plataforma en Telegram; como docente debo estar al día de lo que pasa”, dice Ginés. El grupo se llamaba, en catalán, Adolescencia libre de móviles. Ese día había ya 3.500 personas, y escribió: “Como iniciativa está bien para crear conciencia, pero el móvil no es un enemigo sino un aliado, la clave es la educación”.

Ginés fue recibiendo respuestas, desde las que buscaban el debate genuino a las que destilaban cierta aridez: “Honestamente, si tan claro lo tienes ¿por qué entras en este grupo?”, le decían. Ginés escribió algún mensaje más y lo dejó: “Lo dije adrede para ver cómo respiraban, no sabía si iban a atender a razones o están obcecados”, explica ahora. Ginés cree que el miedo es la clave de este movimiento: “Estos padres tienen miedo. Son personas que les faltan habilidades educativas porque se han encontrado con estos nativos digitales y no se lo esperaban. No saben lidiar con esto. Educar lleva trabajo”, dice.

Sea por miedo o por otros motivos, hay decenas de miles de padres españoles preocupados por cuándo deben dar un móvil a sus hijos. El grupo de Telegram central tiene más de 9.300 miembros. Fue creado por Elisabet Garcia Permanyer, una profesora de inteligencia corporal de Poblenou, después de que un chat de WhatsApp del barrio llegara al límite. Un artículo en EL PAÍS sobre la iniciativa provocó una explosión que Garcia Permanyer aún no se explica: “Es una locura, brutal, en solo una semana”, dice.

La magnitud es ya inabarcable. Hay más de 70 grupos de WhatsApp y Telegram organizados por comunidades, ciudades, pueblos y barrios. Mallorca, Navarra, Madrid o Andalucía tienen grupos con miles integrantes. Hay un grupo de toda España que hace sus anuncios en las cuatro lenguas oficiales. Hay incluso un grupo de WhatsApp con los representantes de los grupos de toda España y pronto tendrán una reunión nacional, para no dispersar esfuerzos.

“Salió el artículo de EL PAÍS en el chat de familias del colegio de mi hija menor y yo tengo una amiga que vive justo en Poblenou”, dice Yamila Masoud, creadora del grupo en Aravaca-Pozuelo. “Entonces me dijo que estaba metida y yo lo creé aquí. Ha sido brutal. Al principio es un poco caos; he pedido ayuda a personas que quieran estar con un rol más activo. Ni de broma pensé que iba a pasar esto”, dice.

En los mensajes se mezclan debates, quejas por el exceso de mensajes, ofertas de ayuda y preguntas sobre si en el pueblo del que preguntan también hay un grupo así. Los chats se han convertido en comunidades de WhatsApp para que quepa más gente y canales internos en Telegram para separar el debate de los recursos y de la organización. La sofisticación tecnológica de algunos padres es notable. Después de unos días, el objetivo en estos chats es hacer ya reuniones físicas.

“Íbamos a empezar a moverlo y vino el tsunami de Poblenou”, dice Rodrigo, creador del grupo de Madrid, que tiene ya 2.000 miembros y prefiere no decir su apellido. “En Madrid el tema asociativo es más flojo que en Barcelona. Por eso ha estallado allí. Tampoco supone tanto esfuerzo, es poner de acuerdo a la gente en hacer lo que ya quieren hacer. Si somos muchos será más fácil. Si somos los raritos, nadie querrá serlo”, añade.

Es una ‘revolución francesa’

“Es como una revolución francesa, una revuelta social”, dice Garcia Permanyer, que teme que con tanta gente el foco se desvirtúe. Su principal objetivo es retrasar la edad, no prohibir nada: “Nuestra idea es intentar dejar de normalizar que un niño con 12 años tenga móvil”, dice. En 2022, según datos del INE, un 75% de niños y niñas de 12 años tenía móvil; a los 13 subía hasta más del 94%. “Empieza a salir gente que se opone, pero dicen algo parecido a lo que decimos nosotros. Solo decimos que es importante retrasar la entrega del móvil, no hablamos de prohibir”, añade Garcia Permanyer.

Pero es natural que todo se mezcle. Una madre y profesora ha creado una petición en Change(.)org para que el Congreso prohíba el móvil hasta los 16 años, que tiene casi 6.000 firmas. Hay un celebrado psicólogo clínico en estos chats que pide prohibir el móvil hasta los 16 años. Otros supuestos expertos proponen sus cursos y esperan que sus vídeos viralicen. Hay opiniones vehementes junto a padres que buscan soluciones razonables. El debate ha llegado también a redes abiertas. Esta semana Elisabet Bolarín, directiva de recursos humanos de Murcia, discutía en LinkedIn con un formador que había colgado el artículo de EL PAÍS. Al final acabó bloqueada.

Elisabet Bolarín, catalana de nacimiento y residente en Murcia, ha sido directiva de recursos humanos y ahora estudia el máster de Responsabilidad Social Corporativa en la Universidad Católica San Antonio de Murcia, donde también desarrolla proyectos de Metaverso. Cree que los padres deben tratar de educar a sus hijos adolescentes a pesar del miedo.
Elisabet Bolarín, catalana de nacimiento y residente en Murcia, ha sido directiva de recursos humanos y ahora estudia el máster de Responsabilidad Social Corporativa en la Universidad Católica San Antonio de Murcia, donde también desarrolla proyectos de Metaverso. Cree que los padres deben tratar de educar a sus hijos adolescentes a pesar del miedo.ALFONSO DURAN

Bolarín insiste también en el miedo como mal consejero. Los padres oyen el aumento real de los riesgos del móvil, lo comparan con su adolescencia y temen lo peor. Bolarín conoce bien ese miedo porque le pasó a ella: “Nos divorciamos cuando mis hijos tenían 5 y 6 años”, explica. Poco después, les dieron móvil. Era alrededor de 2012. “A mí no me parecía nada bien. Tenía una perspectiva idéntica a la que tienen estos señores. Cuando les di el móvil estaba aterrada. Por eso sé que se llama miedo”, dice. Tenía razón en tener miedo. Su hijo acabó “todo el día enganchado a la Play [una consola de videojuegos] y al móvil”.

Bolarín tuvo que cambiar su vida de arriba abajo para enfrentar el reto: “Tuvimos que ponernos muy serios y nos centramos en educarlo. Nos costó que entendiese que la responsabilidad de estudiar es suya y que debía asumir las consecuencias de sus actos. De los 11 a los 16 tuvimos una batalla ética y de valores, sobre todo con nuestra forma de vivir. He aprendido a base de caerme”, explica. Bolarín cuenta que, al principio, su hijo “podía” con ella. “He pasado por el aprendizaje de las discusiones”, explica. “Pasé de estar muy nerviosa a hablar con él. Fue mano de santo estar a su lado, estar muchas más horas con él, ahí viene la educación. El éxito es estar con ellos dando ejemplo”, continúa.

Su conclusión es que evitar esa batalla con su hijo, que ahora es universitario, no hubiera sido la mejor solución: “Ahora es encantador. Antes se enganchaba a todo. El miedo no lleva a ninguna parte, te lleva a una confusión y a un bloqueo. Lo que te ayuda es saber qué sucede y cómo puedes actuar”, dice.

La mayoría de padres de los chats están al principio de ese camino, con hijos menores de 12 años. Los temores son claramente razonables: “A mi hijo de 10 años alguna vez le he intentado explicar qué es el porno y me dice ‘mami, por favor, no quiero saberlo’”, dice Garcia Permanyer, la fundadora del grupo original en Poblenou. “Ahora, cuando me preguntaba por qué yo estaba en contra de esto, le decía que igual que él no quiere oír que hay pederastas en redes y que hay vídeos porno, yo no podía darle una herramienta como esta. El miedo de los padres es que se eduquen en las redes”, dice.

En ese debate, la madurez de cada niño y niña es la clave más compleja. Entre los 12 y los 14, muchos niños acabarán queriendo saber más del mundo, siendo algo más conscientes de los riesgos: “Los chavales saben más de sexualidad que los padres”, dice la profesora Esther Ginés. “Hay que confiar más en ellos, no son tontos. Lo tienes que tratar con normalidad. Es más miedo de los padres”, añade.

Un cortafuegos antes del instituto

Como el debate de la edad exacta a la que hay que dar un móvil a un niño es irresoluble a nivel social, los padres organizados quieren comprar tiempo sin presión. Por eso, el primer objetivo es saber cuántos padres prefieren retrasar esa edad. El método para conseguirlo es realizar encuestas locales donde los padres digan el instituto al que irán sus hijos y si tendrán móvil: “Servirá para que cuando escojas un instituto público de tu barrio puedas saber en qué punto está”, dice Garcia Permanyer. “Por un lado, si ha prohibido o no los móviles desde dirección y, por otro, el porcentaje de padres que apuntan a sus hijos allí que no darán móvil. Para mí sería un punto para saber si mi hijo irá a ese instituto o no, una cuestión más para decidir”.

Los padres que se comprometan firmarán un contrato que ahora está redactando un padre de Poblenou. Es uno de esos documentos que el grupo quiere luego compartir con todos los padres de España y no duplicar esfuerzos. También trabajan para tener una web pronto. “Estamos a tope. Es como otro trabajo entero. Somos 45 padres y madres organizados por grupos: cada uno lleva un tema. Unos hablan con instituciones, otro redacta la encuesta, otro quiere montar una web para centralizarlo”, dice Garcia Permanyer.

El debate del móvil dentro de los centros escolares merece un capítulo aparte. Para Ginés, que ha dado clases en la ESO y ahora se ocupa de ciclos, la situación empezaba a estar superada: “Hace 8 años los móviles acababan de irrumpir en las aulas. Entonces sí fue un follón. ¿Quién tenía miedo? Nosotros, los profes. No sabíamos cómo gestionarlos. Después hemos hecho multitud de reuniones porque el departamento siempre ha apostado por convivir y utilizarlos como herramienta. En cuanto el profesorado ha empezado a dominar la situación y a hacerse de respetar, ha controlado la situación y no tenemos conflictos en el aula”, explica.

Está claro que, como en las familias, la gestión de un aula depende de cómo el profesor vea su grupo y su manera de gestionar. La estrategia de Ginés es un control táctico: “En clase no digo nada. No me ven obsesionada con el móvil. Hace unos días, en primera fila, uno se puso a usar el móvil. No suelen hacerlo, aunque alguna vez se les escapa, como a los adultos. Los chavales son listos y saben con quién se juegan las castañas. Si montas un pollo, se te vuelve en contra. Un adolescente es como un miura. No puedes enfrentarlo de cara, tienes que ser más hábil”, añade Ginés.

Puedes seguir a EL PAÍS Tecnología en Facebook y X o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Jordi Pérez Colomé
Es reportero de Tecnología, preocupado por las consecuencias sociales que provoca internet. Escribe cada semana una newsletter sobre los jaleos que provocan estos cambios. Fue premio José Manuel Porquet 2012 e iRedes Letras Enredadas 2014. Ha dado y da clases en cinco universidades españolas. Entre otros estudios, es filólogo italiano.
Tu comentario se publicará con nombre y apellido
Normas

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_