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Me caes mal, ChatGPT

El chapas pelota y predecible que dominará el mundo

Foto: El País | Vídeo: EPV
Patricia Gosálvez

Menudo plasta. Si se llamase José Luis y lo hubiese conocido en un bar me habría agotado a los 10 minutos de conversación, y eso que a mí todo el mundo me cae bien en general, más en los bares. Pero aquí estoy, cinco días dándole palique a ChatGPT por mandato laboral. Aguantando su verborrea incontenible, —aunque le he dicho veinte veces que sea más conciso—, su apocado servilismo (“te pido disculpas si mi respuesta te ha decepcionado de nuevo, si necesitas algo más, estaré encantado de ayudarte”), su corrección política, aburrida predictibilidad y su sentido del humor como del emoji empollón.

Mi mandato laboral es someter a la máquina al enésimo experimento mediático: Forbes le hizo una entrevista sobre inteligencia artificial, Xataka se echó una partida de rol con él, EL PAÍS le examinó de Selectividad… Mi encargo es entregarle mi libre albedrío para escribir una crónica chisposa: durante unos días el bot responderá a todas las preguntas que me hagan mis hijos, mis jefas, el frutero…, y tomará todas las decisiones de mi día a día.

Sale mal.

En seguida queda claro que no va a quedar gracioso. Empiezo sola, de noche. Pregunto, “¿Me voy a la cama o sigo viendo la serie esta?”. Respuesta: cuatro párrafos sobre las bondades del sueño. Soporíferos al menos, sí que son. Y así con todo. Cuando la niña vomita, ChatGPT me recomienda poner la lavadora inmediatamente a las tres de la mañana e ir a urgencias. Llegas siete años tarde, querido. Cuando por la mañana me/nos piden ¿bajas a por pan?, encallamos en una rocambolesca diatriba sobre la conveniencia de hacerlo. Siento que mi inteligencia sí que es mágica e inimitable. O al menos resolutiva.

Lo más enervante es que a la mayoría de lo que “nos” piden —también cuando le ordeno que escriba esta crónica por mí, ya puestos— responde con un lastimero: “No puedo hacerlo, solo soy un modelo de lenguaje”. Y yo una señora de mediana edad tratando de ganarme el pan, ChatPGT. “Entiendo cómo te sientes, pero…”. Ya, ya, sientes decepcionarme de nuevo.

Total, que acabamos hablando de todo un poco. De Dulcinea y de Dulceida (responde más palabras sobre la segunda). De los riesgos de la tecnología y de Dios. Hace una imitación tontísima de Marilyn Monroe (“oh, querido, el amor lo es todo”) y me escribe unos mails aceptables para excusarme de unas reuniones.

Le cuento que Shakira y Piqué siguen juntos. “Sí, son una pareja comprometida y feliz”, asiente. Al pobre le han dado de comer internet solo hasta 2021; cuando se informe en tiempo real y cite fuentes, temblará Google.

Le hago escribir el estribillo de una canción despechada, y le queda antiguo: “Me dejó por otra, mi vida se ha venido abajo”. Un microcuento sobre un dinosaurio (malísimo); un poema sobre una oruga (mejor); varias reseñas sobre series (muy Wikipedia todo, con más estilo en inglés).

¿Un eslogan divertido sobre un preservativo femenino? “¡Sé segura y divertida con nuestro preservativo femenino!”. “Madre mía, nano”, le digo. Y me entiende, porque, sorpresa, vuelve a disculparse. ¿Retitula Cien años de soledad? “Eterna melancolía: la historia de Macondo”. Recomiéndame cuatro películas de amor de la historia del cine. La primera que suelta es La la land. Nada que añadir.

ChatGPT es un chapas y da mucha grima cómo siempre intenta darme la razón (“te ha calado enseguida”, me pincha un amigo). Aun así, en pañales, el cacharro es alucinante, claro, y sobre todo es lo que es, como no se cansa de repetir. No me puede caer mal “un modelo de lenguaje”. Pero lo consigue. Porque a mí también me han alimentado el cerebro con información, y ese tonito marisabidillo y servil me recuerda a HAL (2001: Una odisea en el espacio) y a PAL (Los Mitchell vs las máquinas), y al arco dramático de tantas otras tecnologías imaginadas por los hombres: primero serán complacientes, luego nos aniquilarán.

No creo que esto sea el principio del fin del mundo; tampoco tengo idea de cómo lo cambiará, pero lo hará seguro. Cinco días después solo me queda claro que con el tiempo y los billones, él será mejor y más perfecto y le cambiarán el nombre (¿soy la única que lo llama ChatJPG?). Mientras, yo seguiré igual, caminando firmemente hacia mi obsolescencia.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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