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Perfil | Luis Argüello, un antiguo antifranquista que niega la pederastia y los derechos LGTBI

La ideología del nuevo presidente de la Conferencia Episcopal plantea interrogantes sobre cómo será su mandato

Luis Argüello
El arzobispo Luis Argüello, tras ser elegido presidente de la Conferencia Episcopal Española, saluda a Paula, víctima de abusos en la Iglesia y vieja conocida.Jaime Villanueva
Julio Núñez

Hacía poco más de una hora que los obispos habían elegido a Luis Argüello, de 70 años, presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Pero ese 5 de marzo, el escogido por mayoría absoluta no parecía el hombre más poderoso de la Iglesia española. Se mostró distante ante el grupo de periodistas que le rodeaban en Madrid a las puertas de la sede de la CEE, como si sus pensamientos estuvieran a cientos de kilómetros de allí. En ese momento importante de su vida y su carrera, algo le había pillado por sorpresa: se acababa de reencontrar con Paula, una vieja conocida de cuando era un cura novato de Valladolid. Hacía décadas que no se veían. Ahora, él era presidente de los obispos y ella, una víctima de abusos en la Iglesia que se refugiaba detrás de una pancarta donde clamaba justicia.

—Luis, ¿te acuerdas de mí?—, le preguntó Paula. Argüello asintió con la cabeza.

—¿Puedo escribirte? —, continuó ella.

—También podemos vernos—, le contestó Argüello mientras le acariciaba la mejilla.

El nuevo presidente se despidió de ella con dos besos y se separó unos metros para volver dentro del edificio. Paula comenzó a llorar y, entre el pequeño tumulto, los ojos del arzobispo se volvieron vidriosos.

Nadie esperaba que el nuevo mando de la CEE saliera a la calle para saludar a aquel grupo de víctimas que llevaba un par de días manifestándose. Argüello, que había sido portavoz y secretario general de la CEE que entre 2018 y 2022, cocinó el argumentario que negaba el escándalo de la pederastia. Primero diciendo que solo eran “pequeños casos” y que España era una excepción en el mundo católico. Después de dos años arrinconado por las evidencias destapadas por los medios de comunicación, el discurso viró: todo es una campaña para dañar la imagen de la Iglesia. Siempre subrayó que los obispos no investigarían “proactivamente” el pasado de los abusos: “No hay datos. ¿Qué hacemos? ¿Coger un túnel del tiempo?”, dijo en 2019.

Estas declaraciones causaron mucho dolor a Paula. Argüello y varios miembros de su familia conservan un vínculo de amistad muy estrecho con ella. Paula recuerda un viaje que hicieron en autobús con un grupo de católicos a la comunidad francesa de Taizé. Eran los primeros años de la década de los ochenta y todos veían a Argüello como “el cura progresista”. Ella pensó en escribirle una carta para detallarle los abusos que sufrió por el hermano marista Emilio Álvarez Estrada en el colegio de de la orden en Valladolid repetidamente, cuando iba a recibir la catequesis. Tenía siete años y duró hasta los ocho. “La cosas que dice me duelen muchísimo. Quería que me mirase a los ojos y me las repitiese”, dice Paula. Nunca logró redactar esa misiva y tampoco esperaba encontrarse con él ese día, cuando fue elegido la semana pasada, y “decírselo de esta manera”.

La primera situación con la que se ha topado Argüello, físicamente y en sentido figurado, como presidente de la CEE es la de los casos de pederastia. Con una víctima conocida, sin esperarlo y ante la mirada atenta de todos. Paula sintió que “algo se removió dentro” de él, que quizá el encuentro fue “un revulsivo” que puede cambiar el rumbo de su discurso sobre los abusos, una especie de regreso del cura progre.

Luis Javier Argüello nació en el pueblo palentino de Meneses de Campos en 1953, donde a día de hoy, como le recordaba su padre hace unos años, solo “duermen en invierno 50 personas”. Su familia, que le llamaba cariñosamente Luisín, le envió con 11 años de interno al colegio de La Salle de Nuestra Señora de Lourdes, en Valladolid. Desde ese año, no volvió a despegarse de la capital pucelana.

Seguidor del Real Madrid

En las aulas, junto con más de 400 compañeros, formó su espíritu cristiano, pero también un fuerte fervor por el Real Madrid. Cada lunes revisaba ávidamente los ejemplares del As —siempre con la última página recortada por uno de los profesores para evitar que los alumnos vieran las fotos de las mujeres semidesnudas que se publicaban en el periódico— verificando los resultados y las crónicas deportivas. Si su antecesor como presidente de la CEE, el cardenal Juan José Omella, de pequeño anhelaba ser como el torero turolense Nicanor Villalta, Argüello se emocionaba con Paco Gento y sus seis Copas de Europa. Pasó allí solo ocho años, pero su relación con el colegio nunca se ha roto. En los ochenta fue profesor y, desde que se ordenó, ha seguido visitándolo.

Los que convivieron allí con él le recuerdan como un “estudiante brillante” y “entusiasta”. Jesús Miguel Zamora, actual secretario general de La Salle, coincidió con Argüello durante su última etapa en el internado. Nunca le escuchó reír a carcajadas, aunque describe su humor como suave, alejado de los gritos en las discusiones y “siempre disponible para el encuentro amigable”. En aquella época, cree Zamora, ya se había instalado en Argüello ese perfil de “intelectual” que tanto le define: “Consiguió el premio nacional extraordinario. Era muy inteligente, como ahora. Capaz de unir fácilmente conceptos y reflexionar sobre ello. Eso se notaba cuando daba las ruedas de prensa como secretario general. Todo lo que decía seguramente antes lo había pensado mucho”.

Esas reflexiones se han instalado en la hemeroteca como ladrillos que han cimentado el discurso conservador de la Iglesia. Así fueron sus primeras palabras sobre la homosexualidad en el sacerdocio: “Pedimos varones célibes y que sean enteramente varones y, por tanto, heterosexuales”. Le siguen otras, como sus ataques a la ley trans y el cambio de sexo registral. Recién nombrado portavoz de los obispos, decía que no era racional que alguien fuera al registro y dijera “no me llamo Antonio, a partir de ahora me llamo Mari Pili”. De algunas de ellas tuvo que retractarse. Su conocidos, como Zamora, advierten, sin embargo, que su personalidad no guarda una única cara ni su discurso unos intermitentes que solo parpadean hacia la derecha.

A diferencia de la mayoría de sacerdotes, Argüello no entró al seminario al acabar el instituto. Entre sus planes no estaba el de ser cura, sino estudiar Derecho Administrativo en la Universidad de Valladolid. “Eso se nota mucho en su forma de ver la realidad social y los proyectos que emprende como obispo”, indica Javier Burrieza, profesor universitario de Historia Moderna en la ciudad y miembro del secretariado de Cultura de la diócesis.

Argüello se matriculó en 1971, durante el terremoto de revueltas estudiantiles. Lejos de huir de las movilizaciones, trabajó en la primera línea de choque ante el régimen. Él mismo confesó a Burrieza que en 1975, cuando el Gobierno franquista ordenó el cierre de su facultad, se montó en un coche que le facilitó el Partido Comunista para viajar por España y reunirse con diferentes colectivos estudiantiles.

Durante el cierre, también formó parte del claustro de la Universidad Paralela, la alternativa independiente que tomaron varios docentes y alumnos de los últimos cursos para que ningún estudiante perdiera sus clases. Establecieron lugares secretos de encuentro para dar lecciones e intercambiar apuntes: casas particulares, librerías, unas pocas parroquias o algunas tabernas, como el bar Corinto, a dos calles de la Plaza Mayor de Valladolid, donde Argüello se reunió con compañeros de los primeros cursos para impartirles alguna materia.

Aquello años aún están frescos en la memoria de Jesús Quijano, catedrático de Derecho Mercantil, procurador y antiguo secretario general del PSOE de Castilla y León. Convivió con Argüello entre 1976 y 1980, ambos ya como profesores en la Universidad y envueltos por la atmósfera del cambio. Tanto dentro de las aulas como en sus salidas a Peñafiel para comer un lechazo asado con vino Ribera del Duero, descubrió la personalidad “dinámica” e “inquieta” de Argüello, por entonces muy implicado con algunos partidos de izquierda. Uno de ellos fue el PSOE, del que durante unos años fue asesor cultural en el ayuntamiento de Valladolid. Por eso sus cercanos se siguen sorprendiendo cómo se caracteriza en la prensa su ideología. “No creo que se le pueda etiquetar como conservador”, dice Quijano.

Animadversión al capitalismo neoliberal

Es posible que de esa época proceda su animadversión al capitalismo neoliberal, al que acusa de arrasar “los valores de las personas”, y su constante reclamación a las instituciones públicas para que regularicen a todos los inmigrantes sin papeles. En aquellos años de fervor rojo, contó él mismo al ABC, también conoció el descontento político. Fue durante una sentada activista en 1983 para protestar contra la entrada de España en la OTAN, en la que fue detenido. Una etapa de su vida que ha utilizado para atizar al ministro de la Presidencia durante sus encontronazos con él por las inmatriculaciones y la ley de memoria Democrática: “Aquí, el que ha corrido delante de los grises he sido yo”.

Entró tarde al sacerdocio ―a los 30 años―, pero su carrera eclesiástica no tardó en despegar: profesor y rector del seminario, vicario de la ciudad y miembro del consejo episcopal de Valladolid. Con la llegada del cardenal Ricardo Blázquez, se convirtió en su mano derecha y en 2011 alcanzó la vicaría general del obispado. El siguiente pasó fue vestir la púrpura, en 2016, de manos del Papa Francisco como obispo auxiliar. Dos años más tarde ya era secretario general y en cuatro se convertiría en el actual arzobispo de Valladolid.

Sus declaraciones de estos últimos años han fortalecido la imagen de un obispo conservador, martillo contra los derechos del colectivo LGTBI, el aborto y la eutanasia. La voz católica en contra de los indultos, amnistía y la agenda 2030. Una especie de caballo ganador para partidos como Vox que, según publicó el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo, lo ven como “el líder que necesita la Iglesia”.

Se le sigue viendo pasear por las calles de Valladolid, comprando novelas y dialogando con los ciudadanos. “Es un hombre que siempre busca un punto intermedio. No es etiquetable ideológicamente”, dicen unos. “No sabemos qué le ha pasado. Ahora es un facha”, dicen otros.

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