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Los mitos de la cultura de la violación en el juicio a Alves: del ‘no dijo que no’ a las lesiones vaginales

El comportamiento de la víctima, cómo opera el consentimiento o supuestas respuestas fisiológicas son algunas de las creencias falsas que se han intentado usar en el proceso

Dani Alves
Dani Alves, durante la primera sesión del juicio, el lunes, en Barcelona.ALBERTO ESTÉVEZ (Pool/ EFE)
Isabel Valdés

Todavía en España, como en el resto del mundo, sobrevuelan ciertas ideas y estereotipos alrededor del sexo que en realidad no tienen que ver con él, sino con el poder y con la concepción de que las mujeres son propiedad del hombre. Es la cultura de la violación: las creencias o conductas que sustentan la idea de que el sexo es un derecho para los hombres que las mujeres deben satisfacer. Cuando eso ocurre, el sexo deja de ser sexo —deseo, reciprocidad— y se convierte en violencia.

Frases como “las mujeres dicen no cuando quieren decir sí”, “iba vestida como una puta”, “lo estaba pidiendo” o “¿por qué no se fue de allí?” son ejemplos del sistema de mitos de la cultura de la violación recogidos por la ONU para describir este concepto. Algunas de esas ideas se han filtrado a lo largo del proceso y el juicio a Dani Alves, que acabó la noche de este miércoles tras tres sesiones en las que la única oportunidad de la defensa —con las pruebas forenses, las periféricas, la declaración de la víctima y de los testigos— era desacreditar a la víctima: la mujer de 23 años que lo denunció por intentar obligarla a practicarle una felación, abofetearla, insultarla y violarla en un baño de la discoteca Sutton de Barcelona el 31 de diciembre de 2022.

A continuación, los momentos en los que los falsos mitos de la cultura de la violación se han colado en el juicio y cómo la Fiscalía y los forenses del juzgado han desmontado algunos.

La culpabilidad de las propias víctimas

“Inicialmente, no quería denunciar por miedo a la repercusión que podía tener, dijo que se sentía culpable de lo ocurrido y tuvimos que contarle que ella no era culpable de nada”. Eso fue lo que el policía que habló con la víctima la Nochevieja de 2022 contó en el juicio. La cultura de la violación no opera solo en los hombres; es, como su propio nombre indica, una estructura social. Según la ONU, esa cultura es “omnipresente”, “está grabada en nuestra forma de pensar, de hablar y de movernos por el mundo”.

En este caso, esas ideas son las que llevan a que una mujer se sienta responsable de su propia agresión. Por eso, como demandan desde hace décadas especialistas e instituciones, e introdujo como obligatorio la ley de libertad sexual, cualquiera que trabaje en los procesos por delitos sexuales ha de conocer y reconocer esas falsas creencias para atajarlas y eliminar sesgos, desde los agentes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad hasta los profesionales sanitarios o los judiciales.

“¿La denunciante le dijo que no?”

“¿La denunciante le dijo que no quería practicar sexo, lo apartó, le hizo algún gesto para indicar que no daba su consentimiento?”, preguntó este miércoles la letrada, Inés Guardiola, a su defendido, Alves.

Desde la entrada en vigor de la ley del solo sí es sí, el consentimiento ha de ser afirmativo. Hace solo unos días, la fiscal de sala de violencia sobre la mujer, Teresa Peramato, explicaba a este periódico por qué era importante ese cambio, que también tiene que ver con una de las ideas de la cultura de la violación: la relacionada con que a veces las mujeres quieren decir sí cuando dicen no —y aun cuando en este caso la víctima declaró expresamente que después de entrar al baño, quiso salir, pero ya no pudo—.

Por eso, hasta hace no mucho y todavía ahora, parece que se ha de exigir “que se resistan, lloren o peleen en contra de ese acto”, alegaba Peramato. “Cuando sabemos que en muchas ocasiones, y esto ya lo sienta el Tribunal de Derechos Humanos, muchas mujeres —y los y las menores— se quedan paralizadas durante una agresión, sin saber qué hacer [la llamada inmovilidad tónica], y si estás en shock, si eres incapaz de resistirte, con el modelo del no es no, ¿qué se entiende por consentimiento?”, añadió. El forense que atendió aquella noche a la víctima explicó durante el juicio que su reacción en el baño, donde se quedó paralizada, es perfectamente normal —”es un mecanismo de defensa del cuerpo, no se puede controlar”, dijo—.

“Estábamos disfrutando los dos ahí”

“No, en ningún momento me dijo nada. Estábamos disfrutando los dos ahí y ya está, nada más”, contestó Alves cuando la letrada le hizo la pregunta anterior.

La respuesta de Alves es similar a la de tantos otros acusados por delitos sexuales. En el caso de La Manada, también los agresores respondieron en varias ocasiones de esa forma e incluso uno de los jueces que emitió voto particular habló de “jolgorio y regocijo” en lo que luego supuso una condena por violación múltiple y continuada. Esa percepción del sexo como disfrute individual, totalmente ausente de reciprocidad, está ligada a la idea de poder, de derecho a que puso sobre papel por primera vez en 1975 la periodista y escritora estadounidense Susan Brownmiller en Contra nuestra voluntad: hombres, mujeres y violación, donde planteó la violación como un acto de poder y no pasional, una herramienta de control sobre las mujeres.

Casi 40 años después, Alexandra Rutherford, profesora de psicología en la Universidad de York, hizo una revisión de aquel libro donde incluyó ejemplos de clichés muy extendidos históricamente y que llegan, a veces, hasta el presente, como que “las mujeres en realidad disfrutan siendo violadas”. O también que “las mujeres dicen no cuando quieren decir sí”.

Ni el antes ni el después

Otra de las ideas comunes de la cultura de la violación que Rutherford incluyó en aquella revisión es que “las mujeres piden [ser violadas] vistiéndose provocativamente”. Es decir, que cómo se vistan las mujeres o qué hagan o qué actitud tengan no solo tiene relación, sino que es causante de la agresión que sufran.

En el juicio a Alves, esa idea se filtró en varias ocasiones. Por ejemplo, cuando Inés Guardiola, la abogada del exjugador, preguntó a la amiga y a la prima de la víctima: “¿La vio bailar abrazada a Alves?” o “¿su amiga rozaba con las nalgas las partes íntimas del acusado?”. Fue la fiscal, Elisabet Jiménez, la que este miércoles, durante la última sesión, explicó: “Que una mujer acepte una copa o subir a un reservado no implica que tenga interés sexual”.

Según estableció la ley de libertad sexual a través de la modificación del artículo 709 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, ni el antes ni el después de la agresión son elementos que la justifiquen y, por lo tanto, el presidente del tribunal está legitimado para limitar las preguntas en este sentido y solo las admitirá de estar justificadas.

El sí: ni eterno ni extensible

Al Mosso con el que la víctima habló la noche del 31 de diciembre de 2022, le contó que había accedido de forma voluntaria al baño, pero que después, cuando quiso irse, ya no pudo. La abogada de Alves, con ese testimonio, insistió durante todo el proceso en que la mujer había prestado su consentimiento y que nunca lo revocó. “Cualquier otra persona en la misma posición que Alves hubiera entendido exactamente lo mismo que él”, argumentó. Ahí radica el problema: la presunción, errónea, de que un baile, ir a una sala privada o un beso suponen, siempre y sin excepción, un sí para cualquier otra práctica sexual.

En el trasfondo de la ley del solo sí es sí, es decir, en el trasfondo de las últimas décadas de avances en materia de violencia sexual y en cómo garantizar la libertad sexual de las mujeres, está, entre otras cosas, en que esa libertad sea continua y sin condicionamientos: que un sí a las 22.00 puede desaparecer a las 22.05 o que un sí para un beso no es un sí para una penetración. El sí es revocable en cualquier momento y en cualquier contexto.

Lo que las heridas (no) demuestran

En medio de la cultura de la violación está también inserta esta frase que la profesora de psicología en la Universidad de York Alexandra Rutherford recogió en 2011 para describir el fenómeno: “Cualquiera que luche lo suficiente puede resistirse a una violación”. Esto lleva implícito que solo cuando hay señales de esa lucha puede entenderse que hubo agresión, es decir, que una violación depende de la capacidad y la intensidad con la que se resista una mujer.

En el juicio, la defensa de Alves intentó argumentar que no se había producido violación porque no existían lesiones vaginales. “¿Es imprescindible que haya lesiones vaginales para que haya violación?”, preguntó la fiscal.

No lo es. Investigaciones desde hace décadas establecen que la lubricación no está asociada al consentimiento y ni siquiera al deseo, y que el flujo vaginal durante una violación se debe, en ocasiones, a una respuesta fisiológica de defensa. Ya en 2004, Roy Levin, un experto en fisiología de la sexualidad del Reino Unido, publicó la mayor revisión de la bibliografía existente hasta esa fecha sobre esta cuestión —Excitación sexual y orgasmo en sujetos que experimentan estimulación sexual forzada o no consensuada—, para examinar “si la estimulación sexual no solicitada o no consensuada puede provocar una excitación sexual no deseada o incluso un orgasmo”. La conclusión: “La excitación y el orgasmo no indican consentimiento” por lo que esas cuestiones “no tienen validez intrínseca y deben ignorarse”.

El teléfono 016 atiende a las víctimas de violencia machista, a sus familias y a su entorno las 24 horas del día, todos los días del año, en 53 idiomas diferentes. El número no queda registrado en la factura telefónica, pero hay que borrar la llamada del dispositivo. También se puede contactar a través del correo electrónico 016-online@igualdad.gob.es y por WhatsApp en el número 600 000 016. Los menores pueden dirigirse al teléfono de la Fundación ANAR 900 20 20 10. Si es una situación de emergencia, se puede llamar al 112 o a los teléfonos de la Policía Nacional (091) y de la Guardia Civil (062). Y en caso de no poder llamar, se puede recurrir a la aplicación ALERTCOPS, desde la que se envía una señal de alerta a la Policía con geolocalización.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.
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