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La normalización de los anabolizantes en los gimnasios: “Empiezan cada vez más jóvenes”

El consumidor típico es un chico de poco más de 20 años que quiere conseguir resultados rápidos, imposibles sin ayuda química

Usuario de un gimnasio haciendo ejercicios de musculación.
Usuario de un gimnasio haciendo ejercicios de musculación.pexels
Pablo Linde

Después de media vida levantando pesas, Alfredo Martín asumió que había llegado a su límite. El cuerpo que ansiaba, forjado en su cabeza a base de los hipermusculados dibujos animados de su infancia, quedaba muy lejos. Y decidió dar el paso. En 2017 no solo comenzó a usar química para ponerse más fuerte, sino también contarlo en sus redes sociales bajo el pseudónimo de Villano Fitness. En sus canales, o en entrevistas como la que dio recientemente en el podcast Lo que tú digas, reconoce abiertamente lo que durante mucho tiempo se ha escondido o se ha quedado en la trastienda de los gimnasios: que para conseguir ciertos físicos no vale con el entrenamiento duro. Hacen falta hormonas del crecimiento, testosterona, trembolona o una sustancia llamada SARM, que es el último grito en el dopaje amateur. Y cada vez son más los que confiesan sin sonrojo el uso de sustancias anabolizantes peligrosas para la salud, lo que para muchos de sus seguidores, lejos de un menoscabo, es motivo de orgullo: “Al menos tú eres sincero, bro”.

También comienzan a reconocerlo, menos abiertamente, algunos actores que encarnan papeles de personajes con cuerpos fuera de una realidad sin ayuda química. Zac Efron, que protagonizó Los Vigilantes de la Playa en 2017, dijo hace un par de años que el cuerpo que lucía en la película no era “ni realista ni sano”. No, los físicos de los superhéroes y otros personajes similares no se consiguen en unos meses solo con exigentes entrenamientos y un suplemento proteico, como quieren hacer creer algunas revistas de fitness.

Los anabolizantes llevan ahí décadas. No hace falta más que ver las competiciones de culturistas de hace medio siglo para comprobarlo. Al ser sustancias ilegales para ese uso, no existen cifras oficiales de hasta qué punto son frecuentes, o si están creciendo. En lo que coinciden varios expertos consultados es en que su consumo se ha normalizado en ciertos ámbitos. “Cada vez los usan chicos más jóvenes”, asegura Santi López, jefe de la Unidad de Consumo de la División de Investigación Criminal de los Mossos d’Esquadra.

“El consumidor típico es un chaval de 22 o 23 años que se apunta al gimnasio porque ya ha dejado de hacer otros deportes, como fútbol. Le gusta, se empieza a poner grande, pero su cuerpo tiene un límite. Y aquí aparece la figura del traficante, que es muy fácil de encontrar en los gimnasios. No tiene ni idea de lo que está vendiendo porque no sabe ni puede garantizar qué es, de dónde lo han traído ni qué te ofrece”, continúa López.

Esta es, junto con internet, la vía más frecuente de inicio en los esteroides, que en el mundillo se suelen llamar roids o, en tono humorístico, asteroides. Hay decenas de páginas muy fáciles de localizar que ofrecen todo tipo de productos. Los chavales suelen empezar con dosis orales de cualquier sustancia anabolizante y van comprobando cómo el entrenamiento les cunde cada vez más y más rápido, “no son capaces de valorar los riesgos”, dice este agente. “Y ahí se entra en un ciclo: ‘Me veo bien, quiero más; me veo mejor, quiero todavía más”.

Consecuencias que pueden ser irreversibles

Los efectos para la salud pueden ser irreversibles y una vez que se entra no es fácil salir. Lo sabe bien Alberto Garrido, que en sus perfiles de redes sociales se define como exculturista y exadicto a sustancias dopantes. Estuvo 20 años ―de los 18 a los 38― inyectándose anabolizantes. Hace 11 años, le “petó” el riñón. Estuvo a punto de morir y asumió que tenía que dejarlos. Desde entonces, se ha convertido en un activista para advertir de los daños para la salud de estas sustancias. “Tuve suerte y recuperé la capacidad de generar testosterona en unos años. Pero sé que en cualquier momento el corazón me puede fallar”, asume.

Garrido empezó tras sufrir bullying en el colegio. “Me encantaba la película de Conan y pensaba que si me ponía como él no se metería conmigo”, dice. Ahora, los chavales tienen otros referentes: dibujos animados, otros superhéroes, o las redes sociales, donde a menudo solo se muestra la parte bonita de la vida, y no su cara B. “Ven gente muy grande y quieren conseguir lo mismo. Si haces un ciclo [suele haber periodos de toma y descanso, por eso reciben este nombre] vas a conseguir en tres meses lo que de forma natural te costaría tres años. Con la toma de la sustancia en sí no sientes nada, no es la adicción que generan otras drogas, pero se produce una sensación de euforia, de bienestar, confianza en uno mismo, éxito social. Los chavalitos pueden subir sus fotos a Instagram. Y si lo dejas, vuelves a tu cuerpo normal. El cerebro no está preparado para eso. Es adictivo en ese sentido: psicológicamente”, resume Garrido.

Esa especie de dependencia psicológica conduce a menudo a consumir cada vez más. Porque para seguir creciendo, los ciclos tienen que ser cada vez mayores. Y es raro llegar al cuerpo que cada uno tiene en la cabeza como perfecto. Porque ni siquiera es fijo. Se va moviendo, como les sucede a las personas que padecen anorexia, que nunca se acaban de ver bien. Quieren estar más y más delgadas. En los casos más graves de consumo de anabolizantes, sucede lo contrario. Ansían un cuerpo cada vez mayor. Lo dice Alfredo Martín (Villano Fitness) en uno de sus vídeos: “Yo soy un loco, tengo un trastorno mental que es la vigorexia y, por tanto, soy adicto a verme cada vez más grande”. Tampoco pone en cuestión que esto es perjudicial: “Cuando haces uso de ciclos a dosis que no sean la de una terapia de reemplazo de testosterona [que los médicos pueden pautar en caso de que el cuerpo no produzca la suficiente de forma natural] y lo repites a lo largo del tiempo durante años, es malo”.

Nieves Palacios, coordinadora del Grupo de Endocrinología, Nutrición y Ejercicio Físico de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición, explica que los efectos secundarios dependen mucho de las sustancias y las cantidades, porque normalmente, no se acude solo a una, sino que se emplea una combinación de hormonas “que forman un cóctel tremendo”, aunque “ninguna cantidad que no esté pautada por el médico es sana”.

A corto plazo, enumera Palacios, se pueden ver, entre otros: cambios repentinos de humor, de la euforia a la depresión, ansiedad, agresividad, irritabilidad, aumento de acné, alteraciones sexuales, problemas de erección, disminución de libido y aumento de riesgo de cardiopatía. A medio y largo, la lista es interminable: síndromes maniacos, alucinaciones, incrementos de suicidios, agresividad y violencia con la familia, aumento del riesgo cardiovascular, con mayor frecuencia de infartos de miocardio, aumento de accidentes cerebrovasculares, colesterol, arritmias, problemas de fertilidad, alteración de todo el complejo hormonal, problemas renales, hepáticos (incluyendo tumores), ginecomastia, disminución del tamaño testicular… Esto, en hombres. En mujeres el uso es más infrecuente, pero también existe, con posible virilización, amenorrea, lesiones osteoarticulares y tendinosas, entre otras. Y en adolescentes, en los que según la doctora se está viendo un aumento del consumo, además de todo lo anterior, puede producirse una osificación temprana, lo que detiene el crecimiento.

Internet para conseguir información y esteroides

Es fácil encontrar en foros de internet cómo los usuarios exponen sus consumos, normalmente con cantidades calculadas por ellos a través de lo que han visto en esos mismos sitios. “Trembo [trembolona] no quiero tocar. Tenía pensado 500 mg de testo [testosterona] + 500 mg de máster [masteron] o 500 mg de primo [primobolan]”. Y cómo otros, bajo anonimato, les dan consejos: “Espera un poco si no vas a empezar en breve porque hay algunos compis que están probando el primo de labs nuevos y analizándolos. Si aportan buenos resultados serán opciones interesantes y tal vez algo más económicas que las ya reconocidas”.

En estos sitios se recomiendan proveedores, incluso hacen análisis para comprobar que las sustancias son de calidad, o que tienen el principio activo que anuncian, cosa que a veces no sucede en el mercado negro. Hay entramados de webs difíciles de perseguir, ya que normalmente tienen sus servidores en el extranjero y las tareas para localizarlas son costosas y lentas.

Un portavoz de la Unidad Técnica de Policía Judicial de la Guardia Civil explica cómo funcionaba una red que desarticularon recientemente, una operación con la que calculan que han quitado del mercado el 90% de SARM que circulaba. Se trata de un medicamento en fase de pruebas que sirve para inducir la producción hormonal y que todavía no han sido aprobado. “La organización, formada por gente de un gimnasio en Valencia, lo traía de China al por mayor. Lo llevaban a un laboratorio en Andalucía, donde lo metían en goteros y lo envasaban con un aspecto muy comercial, de apariencia fiable. Y una célula en Madrid se dedicaba a distribuirlo en webs. Ahí se corría la voz en los gimnasios, donde va de boca en boca”.

Un estudio publicado en 2019 revelaba que el 70% de los consumidores de estas sustancias son conscientes de los riesgos para su salud. En los foros se tiende a minimizarlo o, al menos, a relativizarlo: “Creo que lo dramatiza un poco, eso de que si usas nunca recuperarás el eje [hormonal]… Si ha hecho las cosas bien, no tiene por qué ser irreparable”. “El que fuma un paquete de tabaco al día sabe que en un futuro seguramente tenga un problema y asume las consecuencias, y el que usa anabólicos regularmente, lo mismo. Pero ya depende de cada uno y del uso responsable de estos ese futuro problema”. “A los 60 años llegarán los problemas [de salud], hagas lo que hagas. Y, si no es a los 60, será a los 70, es ley de vida”.

Los perjuicios para la salud se pueden minimizar o asumir, pero es muy probable que aparezcan con el consumo de hormonas sin pauta médica. Todo, porque como dice Alberto Garrido, “es muy difícil decirle a un chaval que tenga paciencia, que vaya poco a poco; o, directamente, que hay cosas que no se pueden conseguir”.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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