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La opacidad gobierna Cuelgamuros: nuevos casos de pederastia entre los benedictinos, el mismo silencio de siempre

Un testimonio eleva a siete los religiosos acusados de abusos cometidos en los años sesenta, y uno de ellos sigue siendo sacerdote en Madrid. El monasterio benedictino no investiga los casos ni da información desde hace más de un año

Abusos sexuales Cuelgamuros
El monje del Valle de los Caídos Tirso Blanco, a la derecha y con gafas, acusado de abusos en el internado en los años sesenta, en una imagen de 1967.
Íñigo Domínguez

EL PAÍS puso en marcha en 2018 una investigación de la pederastia en la Iglesia española y tiene una base de datos actualizada con todos los casos conocidos. Si conoce algún caso que no haya visto la luz, nos puede escribir a: abusos@elpais.es. Si es un caso en América Latina, la dirección es: abusosamerica@elpais.es.

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Las acusaciones de pederastia en el internado de la abadía benedictina del Valle de los Caídos, ahora llamado de Cuelgamuros, alcanzan ya a siete frailes, desde finales de los años cincuenta, cuando se inauguró, hasta los años setenta. Tras las informaciones de este diario que en diciembre destaparon el caso con testimonios contra seis religiosos, otro antiguo alumno de la escolanía se suma a las tres acusaciones contra uno de ellos, Tirso Blanco, y añade otro más a la lista. Sin embargo, los benedictinos siempre se han negado a dar explicaciones, a responder a las preguntas de este diario y no contestan a los correos electrónicos. EL PAÍS ha remitido las anteriores acusaciones en sus dos primeros informes sobre abusos de diciembre de 2021 y junio de 2022, entregados a la Conferencia Episcopal y al Papa, sin obtener reacción de la congregación ni suscitar su interés.

La opacidad es total, en una orden especialmente descentralizada dentro del mundo religioso, pues cada abadía es totalmente autónoma y no tiene un superior común que pueda exigirle respuestas. La de Cuelgamuros depende orgánicamente de la de Solesnes, en Francia. Como otras congregaciones y diócesis españolas, desobedece sistemáticamente al Papa en la lucha contra la pederastia. Las víctimas ni siquiera saben a quién tendrían que dirigirse en la orden para denunciar lo ocurrido. La abadía ha vuelto a ser noticia estos días por la exhumación de los restos de José Antonio Primo de Rivera de la basílica del valle, y además el Gobierno prevé su cierre: uno de los siguientes pasos de la aplicación de la ley de memoria democrática, con un nuevo decreto, será la salida de los monjes del lugar. Entretanto, la comisión de investigación del Defensor del Pueblo ha recibido las denuncias de estos antiguos alumnos y es la única iniciativa en marcha para aclarar lo ocurrido.

El nuevo testimonio que sale a la luz es de Alfredo, nombre ficticio de un antiguo alumno del internado, que no desea revelar su identidad. Acusa al que era el hermano portero en la segunda mitad de los sesenta. No logra recordar cómo se llamaba. “Su celda estaba al lado de la puerta exterior. Según entras, a mano derecha”, explica. “Un día fuimos de visita a la destilería de DYC, en Segovia, y al volver me dijo: ven a mi celda que yo tengo una botellita, y me dio unos tragos de whisky. Me sentí mareado, y me decía: bebe más, bebe más. Y en esto me dio un empujón, me tiró sobre la cama y se arrojó encima de mí, pero doblé las piernas, le empujé y logré escapar, me fui al monte”.

Con este, son ya cinco los testimonios sobre los abusos en la abadía. Un internado que aún hoy sigue en funcionamiento, con los menores que forman parte del coro infantil del cenobio. El total de casos de abusos en la Iglesia española contabilizados hasta ahora por EL PAÍS, la única estadística de referencia ante la ausencia de datos oficiales, es de 954 acusados y 1.812 víctimas.

Alfredo contactó con EL PAÍS a raíz de las informaciones publicadas el pasado mes de diciembre, que le causaron una gran conmoción, al ver que antiguos compañeros suyos se atrevían a contar por primera vez los abusos que sufrieron: “Fue una liberación, al quedar expuestos los demonios, eso te libera. Y ves que no eras tú solo, y eso te alivia, porque tienes ese sentimiento de culpa, de por qué me habrá pasado a mí”.

Abadía del Valle de los Caídos, en la segunda mitad de los años sesenta, en una imagen cedida.
Abadía del Valle de los Caídos, en la segunda mitad de los años sesenta, en una imagen cedida.

El testimonio de este antiguo escolán es relevante porque además refuerza las acusaciones contra uno de los frailes, Tirso Blanco. Es la cuarta persona que afirma haber sufrido sus abusos. Blanco, que dejó el monasterio en 1975 y se pasó al clero diocesano, ha sido luego párroco durante casi 50 años en pueblos de la sierra de Madrid. Ordenado en 1961 en la abadía, estuvo allí hasta 1975, un periodo en el que pasaron cientos de menores por el internado. Luego ha sido párroco en Galapagar y Cercedilla hasta 2003 y, desde entonces, en Collado-Villalba. Está jubilado desde 2013, pero sigue adscrito a una parroquia de esta localidad. Este diario lo localizó allí hace unos meses, pero negó las acusaciones. “No sé de qué me habla”, respondió al periodista. Ha pasado un año y cuatro meses desde que EL PAÍS informó de las acusaciones contra él, en el primer informe sobre abusos que este diario entregó al Papa y a la Conferencia Episcopal, pero sigue donde estaba y nadie ha tomado medidas.

El relato de Alfredo sitúa los abusos en uno de los trayectos que hizo con Tirso Blanco en el Land Rover de la abadía. Según explica, era frecuente que los frailes bajaran al pueblo a hacer algún recado, o a acercar a alguien al coche de línea, y a veces se llevaran algún niño con él. “Yo iba sentado de copiloto, y de pronto Tirso alargó la mano y me abrió la bragueta. Me estuvo acariciando un rato, y yo no tuve ninguna sensación de ningún tipo, para mí es como si el tiempo se parara. Esto me ha marcado durante muchísimo tiempo”, recuerda.

Como él, otros tres antiguos alumnos relatan experiencias similares. Las acusaciones de abusos contra Blanco abarcan al menos cuatro años, de 1966 a 1970. El primero que salió a la luz fue José G.: “Con la excusa de que me gustaban los sellos, me llevó a su celda a enseñarme su colección, y allí me bajó la bragueta y empezó a toquetearme”. Le siguió Carlos Pedro Martínez Martínez: “Me invitó a ir a su celda, me senté y de pronto me abrió la bragueta, comenzó a tocarme, y me preguntó si esto lo hacíamos con otros compañeros. Yo me quedé asombrado de lo que decía, y lo negué, al cabo de un rato de masturbarme, cuando vio que no me excitaba, lo dejó. Luego por fin pude irme”. Juan Manuel Barahona Quintana relató: “Yo tenía 11 años. Este elemento me llamó una tarde a su celda y me empezó a decir que otro compañero y yo nos masturbábamos, una cosa que a mí me dejó de piedra y que le negué, pero mientras me decía eso empezó a tocarme los genitales, y siguió tocándome hasta que me levanté corriendo y me escapé de allí”.

Tras recibir el primer informe de abusos en la Iglesia española de EL PAÍS, de diciembre de 2021, la Confer (Conferencia Española de Religiosos), el equivalente a la conferencia episcopal en el ámbito de las órdenes religiosas, envió a los benedictinos los casos que les incumbían. Pero la abadía no hizo nada, ni siquiera informó al arzobispado de Madrid de las acusaciones contra Blanco, que llevaba décadas en parroquias de su territorio. Es más, la archidiócesis de la capital se enteró a través de este periódico y entonces sí que hizo algunas gestiones. El vicario de zona habló con el sacerdote y se ratificó en su negación de las acusaciones, señalan fuentes del arzobispado. Añaden que los informes de las parroquias por las que pasó también han sido negativos, así como la información recabada de gente de su época. En este momento está jubilado sin ningún encargo pastoral. La diócesis mantiene que no puede hacer nada si las víctimas que han hablado en prensa no acuden al arzobispado a denunciar directamente y si no surgen nuevas evidencias. Por ese motivo, anima a las posibles víctimas a ponerse en contacto con Repara, su servicio de atención a afectados por los abusos.

Pederastia en el Valle de los Caidos
Antonio Arévalo y José G., antiguos alumnos del internado del Valle de los Caídos que denuncian haber sufrido abusos en el lugar durante su infancia. Andrea Comas

Otro de los monjes acusados es Albino Ortega, fallecido en 1980, famoso porque fabricaba un licor benedictino. “En el área oeste tenía una destilería. Llevaba a los niños allí. Me acuerdo del sabor dulzón del licor. Nos daba una copita y luego abusaba de nosotros”, ha relatado este diario Antonio Arévalo González, que estudió en el internado nada más abrirse la abadía, de 1959 a 1961. Este fraile dejó la abadía en 1966 y se trasladó al monasterio de Samos, en Galicia, hasta su muerte. Arévalo acusa a cuatro más, según lo que vio y las confidencias de otros compañeros: L. S. B., J. A. G., el hermano F. y uno del que no recuerda el nombre, solo el apodo, La Oveja. Todos estos casos estaban incluidos en el segundo informe sobre abusos de este periódico, entregado a la Iglesia en junio de 2022.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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