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Tribuna
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Las trampas del discurso sobre la vejez

La demografía no es la única variable a tener en cuenta a la hora de valorar la viabilidad del sistema de pensiones. De lo que más depende en realidad es de la capacidad de la economía para generar riqueza, impuestos y salarios

Milagros Pérez Oliva
Reforma de las pensiones
Personas mayores haciendo ejercicio en el parque del Tío Pío en Vallecas, Madrid.gema García

Las batallas políticas no se ganan o se pierden el día que se vota una ley en el Congreso de los Diputados. Se ganan o se pierden mucho antes, cuando se instaura el marco mental que encuadra el debate sobre la cuestión. El discurso público sobre el envejecimiento es un ejemplo claro de cómo esos marcos calan en el diseño de las políticas públicas. Aunque nos asuste, poder envejecer es lo que todos deseamos. Quizá algún día la ciencia consiga retrasar o parar el reloj biológico, pero mientras tanto, hacernos mayores es lo mejor que nos puede ocurrir. Si eso es así, ¿cómo es posible que la mayor conquista de la humanidad se presente día sí y día también como una catástrofe? Que en apenas un siglo hayamos doblado la esperanza de vida es el avance que cristaliza muchos otros progresos. Hemos pasado de apenas 43 años a comienzos del siglo XX a más de 83. Pero el envejecimiento de la población raramente se contempla como un éxito. Al contrario, se presenta como una carga para la economía y un lastre para el futuro.

Es cierto que cada vez hay más personas mayores y eso implica más gasto en dependencia, en sanidad y también en pensiones. Cuando se aprobó la Seguridad Social, la esperanza de vida media al jubilarse era de apenas de cinco años. Ahora es de 21,6. Pero la mayor parte de la vida ganada es vida con salud y capacidad. Y en todo caso, la demografía no es la única variable a tener en cuenta a la hora de valorar la viabilidad del sistema de pensiones. De lo que más depende en realidad es de la capacidad de la economía para generar riqueza, impuestos y salarios.

El marco mental del envejecimiento como catástrofe cobró fuerza coincidiendo con el lanzamiento de los planes privados de pensiones. Años después, nadie los considera realmente una alternativa. Pero el discurso público sigue poniendo el acento en el envejecimiento mientras ignora otros factores tan importantes, como la pérdida de peso relativo de los salarios en el PIB, la desregulación y externalización de la producción, con la generalización de falsos autónomos que cotizan por la mínima, la economía sumergida o un sistema tributario lleno de agujeros. Se habla mucho de la caída del número de cotizantes por cada pensionista, pero muy poco de que con salarios de mil euros, pocas pensiones se pueden pagar.

Relacionada con este marco mental está también la metáfora del invierno demográfico, una expresión acuñada por el teólogo de la universidad católica de Lovaina Michael Schooyans, que alimenta el miedo a la decadencia. En nuestro caso, si la pirámide de edad se invierte es porque concurren dos factores: la mayor esperanza de vida y la menor tasa de fecundidad, 1,23 hijos por mujer. Y no es que las mujeres no quieran tener hijos. De hecho, en las encuestas dicen que tienen menos de los que querrían. Si el debate se centra en el envejecimiento, la consecuencia lógica será cuestionar el sistema de pensiones, pero si se considera también la crisis de fecundidad, entonces habrá que hablar de políticas de apoyo a la maternidad. Pero de eso se habla mucho menos.

Y aún hay otra derivada perversa de ese marco mental: el enfrentamiento intergeneracional. Eso es lo que se promueve cuando se dice, por ejemplo, que no es justo que un jubilado cobre más de 2.000 euros cuando muchos jóvenes no llegan a 1.000 trabajando. El problema, obviamente, no es que los mayores reciban aquello a lo que tienen derecho. El problema es que los salarios de los jóvenes se han hundido, y no ha sido precisamente porque los jubilados cobren sus pensiones. Si lo que se impone es el marco mental de que hay demasiados viejos para tan pocos jóvenes, y que no hay quien pague tantas pensiones, la solución estará cantada: recortar y recortar. La semana que viene se votará en el Congreso de los Diputados una nueva reforma de la Seguridad Social. A diferencia de la anterior, esta vez no se busca la viabilidad del sistema por la vía de recortar las pensiones, sino por la de aumentar los ingresos. Ha costado sobreponerse al marco mental de la catástrofe, pero en este caso se ha demostrado que otro enfoque es posible.

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