PREMIOS ORTEGA Y GASSET
Columna
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“Hoy nos junta esa emoción: / celebrar el periodismo, / aunque temamos que un sismo / lo sacuda y lo derribe”

Discurso íntegro que el periodista Martín Caparrós pronunció, en verso, durante la ceremonia de entrega de los Premios Ortega y Gasset, en la que recibió el galardón a la trayectoria

Martín Caparrós, durante su discurso, este miércoles en Valencia.Foto: Albert Garcia
Martín Caparrós

Lamento decepcionarlos,

mis queridos anfitriones,

si esperaban las lecciones

y consejos de este viejo

y hoy topan con su festejo

en versos casi guasones.

Ustedes disculparán

o quizá no, quién lo sabe,

que por ser, si lo soy, ave

de tan distinto corral

hoy les ofrezca este mal

remedo de un gaucho suave.

Distinto corral he dicho:

un pichón de la gauchesca

mudado a la picaresca

tierra donde nació tanto.

Nació, sin duda, este canto

y sus tonadas burlescas.

Aunque tiene una artimaña

el cuento que aura les doy.

Soy gauchesco y no lo soy:

mi padre nació en España

y después pudo la saña

de un caudillo y sus peleles

echarlo pa’donde duele:

al destierro. Entonces yo

nací donde él encontró

un país que lo consuele.

Yo soy uno de dos tierras:

de España soy, y argentino,

en una viví y no vivo,

en la otra vivo ahora.

Las dos son pa’mi la aurora,

y el ocaso y mi destino.

Pero eso son fruslerías.

Lo que hoy aquí nos ayunta

es el error que una junta

de notables cometió:

decir que puedo ser yo

un periodista de punta.

De punta y filo, quizá,

y más de pluma, si acaso;

el error, con ser tan craso,

me ha llenado de alegría,

me ha dado tanta energía,

me ha vuelto un poco payaso.

Tomás Eloy, Soledad,

Mónica, Carlos Fernando,

gente que llevo admirando

y queriendo muchos años:

no imaginan cuán extraño

es ser banda de ese bando.

Y más me alegra este premio

porque es del diario que leo,

donde desde chico veo

lo que querría escribir;

el que me hizo persistir

en este oficio tan reo.

Trabajo raro, el que hacemos:

nos pagan poco, nos tratan

como a las ratas baratas

o al más memo de los memos.

Y sin embargo sabemos

y no tememos decir

que si hubiera que elegir

muy pocos entre nosotros

elegirían cualquier otro:

que así queremos vivir.

Hoy nos junta esa emoción:

celebrar el periodismo,

aunque temamos que un sismo

lo sacuda y lo derribe.

Yo creo que vive, y si vive

también nosotros vivimos.

Como viven yo viví,

en medio de tanto canto;

ustedes saben que santo

nunca quise ser ni fui,

todos sabemos que aquí

en este oficio no somos

virtuosísimos palomos

pero tampoco canallas:

intentamos dar la talla

en medio de tantos ñomos.

Así que así persistí,

pues nada me gusta más

que esa emoción pertinaz

de poder contar historias,

de rescatar las memorias

que ya iban quedando atrás.

Y hacerlo con buena prosa,

sin más versos ni rimitas

que estas letras mal escritas.

Porque hacer versos es cosa

sosa, casposa y muermosa,

y ninguna rima juega

con palabras como ortega,

para no hablar de gasset:

ahi solo queda el casset

y es del tiempo de la friega.

Personas, historias, letras.

Así que nada, que todo:

de esos polvos estos lodos,

de esas letras las palabras

que al fin son las que nos labran

y nos llevan codo a codo.

Pues era que eras enteras

ya llevo con las gacetas.

Pero nunca fui profeta

ni quise serlo; así fuera

muy extraño que dijera

qué hay que hacer o no hay que hacer.

Hoy me premian por no haber

seguido nunca esas normas

y buscar siempre las formas

de escaparme del ayer.

El ayer es una guía

pero no pa’encadenarnos;

si acaso podrá enseñarnos

las maneras de enseñarle

que, sin querer desairarle,

el fin es adelantarnos.

Cuántas veces me dijeron

Martín, haga así o asá.

Y yo, muy ni fu ni fa,

porque siempre me perdieron

las ganas de ser fullero

con las formas consagradas.

Hacerles trampas, pavadas

que las puedan ir cambiando,

pa’ poder salir cantando

canciones no tan cantadas.

Y encontrar maneras nuevas

de hacer lo que siempre hicimos:

contar sin trampas ni timos,

cuidar mucho la verdad,

reforzar la realidad

mostrando cómo la vimos.

Pero nos dicen, macabros,

que estamos en una crisis

mucho peor que la tisis.

Crisis es otro palabro

que nos lleva al descalabro

de no rimar ni siquiera.

Si esta crisis, crisis fuera

sería lo desconocido

y yo nunca he conocido

un día en que no la hubiera.

Porque nos gusta sentirnos

al borde del precipicio.

Todo tiempo tiene el vicio

de inventarse apocalitsis

que son la mejor elitsis

pa’ hacernos perder el juicio.

Ahora, sin ir más lejos,

lloramos que la noticia

te la entregan en primicia

los de esas “redes sociales”.

Pero ahi nadie sabe cuáles

son ciertas, cuáles ficticias.

Igual nos priocupa que otros

cuenten antes las historias

que antes, con pena y sin gloria,

ya contábamos nosotros.

No hay que correr como potros;

más conviene concentrarse

en eso que, sin jactarse,

sabemos hacer: narrar

con destreza y sin gritar,

y analizar sin marearse.

Hoy nos acoge un teatro

y siempre las redacciones.

Pa’ cumplir nuestras misiones

ni redacción ni escenario;

nuestro lugar, nuestro fario,

es la calle y sus foliones.

Y no perderse en ronrones

como la objetividá

o aquello de preguntar

a varias fuentes si llueve:

para saber qué se mueve

lo suyo es ir a mirar.

Mirar, pensar, descubrir

lo que quieren ocultar

y al fin ponerse a contar:

pucha que se ve sencillo,

por eso abundan los pillos

que nos quieren engañar.

¿Cómo hacer pa’ descubrirlos,

cómo para desnudarlos?

Lo mejor es enfrentarlos

con la verdad verdadera,

esa que los deja ajuera

al viento, sin cobijarlos.

Y al hacerlo puede ser

que nos salgan enemigos.

Pero aquí mismo les digo

que todo no puede ser:

lo nuestro no es complacer,

ser con placer escribientes

de lo que dicen las mentes

mediocres que nos manejan.

Debemos, pese a sus quejas,

mostrar qué son esas gentes.

Recién dijo Pepa Bueno

que había que tener cuidado

entre tantos entramados

con esas cacofonías

que lanzan estas jaurías

que nos quieren engañados.

Y no seguir repitiendo

lo que dicen sus vicarios:

palabras de su sumario

que no suman ni una pista.

No hay pior para un periodista

que trabajar de notario.

Y, por fijar posición,

con todo pudor les digo

a ustedes, que son amigos,

que también pondría atención

en sortear la tentación

de aceptar argumentarios,

de recitar los rosarios

que reza la sociedad.

Debe ser la realidad

la que escriba nuestros diarios.

Y no solo hablar de esos

que suelen creerse noticia;

no quedarse en la avaricia

de contar goles y besos

y conjuras y congresos

de los que tienen poder.

Más nos vale sostener

esa ambición sin barrera

de narrar la vida entera,

la aventura de aprender.

Si alguno me preguntara

por qué me pasé la vida

viajando viajes de ida

a tanta comarca rara

donde son otras las caras,

la respuesta es muy sencilla:

vivimos en una astilla

y el árbol nunca lo vemos.

Para mirarlo tenemos

que escaparnos de la silla.

Y no les hablo de mares

exóticos y lejanos;

hablo de seres humanos,

sus costumbres, sus azares,

sus cementerios, sus bares

y todo lo que los hace.

Crece mejor lo que nace

conocido y aceptado;

mostrar el mundo borrado

es una primera base.

Pero también les confieso

algo que no debería:

en esta insistencia mía,

en mi amor por hacer eso

se refugia un vicio avieso.

Ser periodista es lograr

la coartada pa’espiar,

para pispear esos mundos

que nuestro encierro infecundo

no nos deja frecuentar.

Y así apuntar sin temor,

con ardor nuestra linterna.

Que no es igual quien gobierna

y quien sufre ese gobierno,

quienes viven un infierno,

quienes la jauja moderna.

Aura pa hacer periodismo

no se precisa una imprenta

ni aquellas cuentas sin cuenta

que antes sí se precisaban.

Aura cualquiera, a las bravas,

si quiere intentar lo intenta.

Y eso es peor y es mejor:

hay muchos desaforados,

pero ahí mismo, entreverados,

están los que inventan cosas,

los que levantan las losas

que nos tenían enterrados.

Aunque nos duela saber

que a menudo alguna prensa

se arrodilla ante la ofensa

del dinero y sus patrones,

vendiendo turbios marrones

en lugar de lo que piensa.

Dicen que hacer periodismo

es contar eso que alguno

no querría que ninguno

pueda contar. Yo, lo mismo,

creo que eso es optimismo

y que aura, pa’ que lagente

se entere, entienda y comente

hay que contarle, más bien,

nuestras historias a quien

no quiere que se las cuenten.

Y no vender lo que venda.

No dejarse cautivar

por la ilusión de ganar

más clientes para la tienda.

Muchas veces esos mendas

que “público” algunos llaman,

aman, claman y aún reclaman

tonterías irrelevantes.

A veces es importante

no darles gusto ni cama.

Por eso alguno gruñó

que resultaría más bello

trabajar en contra de ellos

y quizás exageró.

Lo que aura les digo yo

es que habría que trabajar

como si fuera ejemplar

el público que nos sigue:

uno que no se fatigue

de leer, aprender, pensar.

Y renovar, dulce esfuerzo,

las formas en que lo hacemos.

No les digo que probemos

a contarlo todo en verso

porque me creerían inmerso

en un barril de aguardiente.

Pero sí que este presente

nos ofrece tantas formas

que dormirnos en la norma

parece cosa indecente.

Ahí hay un reto concreto:

encontrar sendas distintas

de cargar las mismas tintas,

de contar las mismas cosas

con estas formas briosas

que trae la modernidá.

Y no encerrarse en la edá

ni empecinarse en lo viejo:

el mundo es nuevo, canejo,

y más nuevo que será.

En fin, que ya hablé de más,

y que he dicho muy poquito.

Estos versos son el rito

pa’ decirles que quizás

hoy es el día en que más

quisiera decirles algo,

pero valgo lo que valgo

y no se me ocurre mucho:

solo que he luchado y lucho

y que de esa no me salgo.

Ahora debo despedirme:

lo bueno, si breve, bueno

y así lo malo, si breve,

puede parecer mejor.

No suele ser el temor

lo que define mis frases

pero hoy la emoción me hace

temer y temblar entero.

Muchas gracias, compañeros,

muchas gracias, mis queridos,

me han dado felicidá

de esa que, cuando se da,

nunca cae en el olvido.

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