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“Es como si no hubiese existido nada, como si nos hubiesen borrado”

Los miembros de la familia Díaz, de La Palma, perdieron su casa a los pocos días de explotar el volcán, hace un año. Han recibido ayudas, se han comprado un terreno en otra parte de la isla, pero confiesan que no consiguen remontar, ni anímica ni económicamente

Jorge Valentín Díaz y María Asunción García,  con el volcán de fondo y la montaña rajada, cerca de donde tenían su casa, en La Palma.
Jorge Valentín Díaz y María Asunción García, con el volcán de fondo y la montaña rajada, cerca de donde tenían su casa, en La Palma.Samuel Sánchez

A las tres y diez de la tarde del domingo 19 de septiembre de 2021 estalló el volcán y la familia Díaz reaccionó como se esperaba porque estaban avisados: tenían una maletita preparada con ropa y las escrituras de la casa, los cuatro perros atados con cadenas para no perder tiempo buscándolos por ahí, el gato localizado y el loro metido en una jaula más pequeña y transportable. Cargaron todo en una furgoneta y salieron corriendo el padre, la madre y el hijo que vivía con ellos, hacia la casa de los padres de ella. Uno puede estar preparado hasta para el despertar explosivo de un volcán a medio kilómetro de tu casa. Pero no para lo que vino después.

Un año más tarde, la casa se encuentra sepultada bajo 15 metros de lava. Ni el padre, Jorge Valentín Díaz, de 56 años, ni la madre, Asunción María García, también de 56, volvieron a acercarse a ella después de ese domingo. Asunción, cada vez que se acuerda de eso, mira hacia algo que solo ella ve y exclama: “Si por lo menos hubiera podido llevarme las fotos viejas, los recuerdos de mi vida, si por lo menos hubiese podido ir una vez más a la casa…”.

Antes de que todo se volviera del revés, ella trabajaba en una empresa empaquetadora de plátanos. Ahora está en ERTE porque las plataneras de la entidad también fueron afectadas por la colada. Ha estado visitando periódicamente al psicólogo y confiesa que no se ha recuperado anímicamente. No quiere ver vídeos del volcán devorando casas y una y otra vez vuelve a la sensación de orfandad y vacío que sufre cuando trata de reconocer el paisaje donde se asentaba su casa y su barrio, una sensación que comparte con muchos otros habitantes de la isla: “Es como si no hubiese existido nada, como si nos hubiesen borrado”. No solo a ellos. Los siete vecinos que vivían cerca también huyeron atropelladamente ese domingo. Ahora andan desperdigados, unidos en grupos de Whatsapp, buscando terrenos en otros lugares de la isla, peleándose con la inflación que sube día a día los metros cuadrados.

El padre, más animado, más locuaz, ha encontrado trabajo, paradójicamente, arreglando los caminos que conducen a los miradores turísticos desde donde, en un futuro, se podrá contemplar el volcán. Antes trabajaba en la construcción. Como todo en esta isla, el volcán te quita y el volcán te da.

El hijo pequeño, Aníbal, de 26 años (el mayor vive en Barcelona), no pudo con la tristeza y decidió mudarse. Ahora busca trabajo en Gran Canaria: “El día a día es muy complicado, porque no estás en tu sitio. Yo, por ejemplo, aún no he asimilado las cosas. Y esto le pasa a mucha gente. Llevo dos meses aquí. Necesitaba un cambio de aires, salir de La Palma. Decidí dejarlo todo, probar suerte y empezar una nueva vida. Todo el mundo me decía que después de tanto malo vendrían cosas buenas… a ver si se cumple”.

La foto de los componentes de la familia Díaz salió en todos los periódicos de España cuando, días después del estallido del volcán, los Reyes de España y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, hablaron con ellos en una visita oficial. “Les pedimos que no se olvidaran de nosotros, que las ayudas fueran reales, que no se empantanaran con la burocracia. Y nos prometieron que así sería”, recuerda Jorge, el padre.

Aníbal Díaz, en una visita reciente a La Palma.
Aníbal Díaz, en una visita reciente a La Palma. Arturo Rodríguez

En este año han recibido 60.000 euros del Gobierno de España, 10.000 del cabildo, 12.000 procedentes de donaciones gestionadas por el Ayuntamiento de El Paso y 11.000 para comprar muebles y enseres del Gobierno canario. Faltan 30.000 euros prometidos por el Ejecutivo canario que aún no han llegado. A lo que les correspondió del seguro (85.000 euros) hubo que descontar lo que les quedaba de hipoteca (35.000). Con todo eso, más los ahorros de una vida y la ayuda de los abuelos, se han comprado un terreno en la otra punta de la isla, en Breña Alta, desde donde no verán nunca el cono del volcán. En cuanto ultimen la compra de una casa prefabricada y la instalen, tendrán de nuevo un hogar propio. Tal vez en Navidades.

Atrás quedarán entonces los meses vividos en casa de los abuelos y en una vivienda prestada por un vecino de Santa Cruz, propietario de varios inmuebles, que les cedió uno con un terrenito para que vivieran ellos y sus animales durante todo el tiempo que necesitaran.

Se resignan, pero no olvidan la casa que construyeron con sus propias manos, en la que vivieron más de treinta años y en la que, además de los animales que llevaron con ellos, había un huerto, un jardín, una piscina pequeña, un rebaño de pavos reales, cuatro ocas y un grupo de gallinas de Guinea que no pudieron trasladar. La misma tarde en que ellos corrieron a refugiarse, liberaron a todos con la idea improbable de que salvaran la vida en la falda de la montaña.

Jorge sabía aquel día que no volvería jamás a su casa. Calculó que la fuerza de la erupción y la trayectoria de la lava no iba a dejar escapatoria. Pero Asunción siempre pensó que aquella huida era una simple escapada provisional. Para la foto, se citaron con el fotógrafo en Las Manchas, desde donde se ve la Montaña Rajada, la loma en cuyo pie se asentaba su casa y que ellos contemplaban desde la ventana y que se ha convertido en la única referencia válida para reconocer un paisaje nuevo. A medio kilómetro, la mole del volcán, gris, marrón y blanca. María Asunción no emplea mucho tiempo en contemplarlo. Tras la foto, Jorge habla de no rendirse, de continuar, de seguir para adelante. Ella se limita a mirarle sin demasiada convicción. Luego se marchan, cogidos de la mano, hacia su nueva casa.

Aníbal cuenta: “El volcán nos ha quitado mucha vida. Mi madre me lo dice mucho, y yo lo pienso también. Hemos pegado un bajón todos. Lo notamos en la vida cotidiana, en el día a día…”. De los cuatro perros, uno, el más viejo, tuvo que ser sacrificado a los pocos meses de escapar y dos andan ya muy enfermos, con males que el estrés ha empeorado. Hasta el loro dejó de hablar por los sucesivos y depresivos cambios de casa. Aún no ha vuelto a hacerlo.

Con todo, la vida se abre paso a pesar del volcán, y, a veces, gracias a él. Aníbal habla de su actual pareja. Se conocieron hacía 11 años por medio de las redes sociales y habían perdido totalmente el contacto. “Pero después de no saber de ella desde hacía tanto tiempo, me escribió para interesarse por mí después de enterarse de lo que nos había pasado. Empezamos a hablar, quedamos y la conocí por primera vez en persona”. Ahora viven juntos en Gran Canaria: el volcán te quita y el volcán te da.


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