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La séptima ola de covid llega a su fin: hospitales sin presión, pero 62 muertes diarias

Desde que cambió la contabilidad de Sanidad, el 28 de marzo, casi 9.000 personas han fallecido con el coronavirus, pero no está claro si en todas ha sido determinante

Transporte público mascarillas
Usuarios del transporte público en Barcelona, este jueves.Gianluca Battista
Pablo Linde

La séptima ola de covid ha caído tan rápido como subió. Los datos limitados con los que se mide la incidencia desde abril (solo en mayores de 60 años) muestran que la circulación del virus es la más baja en lo que va de año: 195 casos por 100.000 habitantes en 14 días. Los hospitales en ningún momento han llegado a la saturación, pese a la casi total ausencia de medidas de protección, y las UCI están rozando los menores niveles de ocupación desde que comenzó la pandemia: 303 ingresados. Pero la covid sigue matando: desde el 28 de marzo, cuando cambió la contabilidad de casos, han fallecido 8.982 personas, según el instituto de Salud Carlos III. Es un promedio de 62 cada día.

Los datos de la séptima ola dejan varias conclusiones y algunas incógnitas. La primera es que, pese a que las estadísticas no reflejan su magnitud por el cambio de contabilidad, la transmisión ha sido enorme. “Muy parecida a la sexta ola, y probablemente mayor”, apunta Salvador Peiró, de la de la Fundación para el Fomento de la Investigación Sanitaria y Biomédica de la Comunidad Valenciana. La incidencia acumulada en mayores de 60 años alcanzó en el pico, el 12 de julio, los 1.255 casos por 100.000 habitantes; la onda del pasado invierno llegó a 3.418 para toda la población, pero la de los mayores se quedó en torno a 1.700. La comparación exacta es complicada porque las pruebas caseras son cada vez más frecuentes y muchas de ellas quedan sin reportar.

La segunda conclusión, que se viene asentando desde que comenzaron las vacunaciones, es que la gravedad de la enfermedad es muy distinta a la de las primeras olas. Pese a haber muchos más casos, el número de hospitalizados ha sido muy inferior a las olas previas a las vacunas: 12.789 en el peor momento, frente a más de 20.000 en la segunda ola y más de 30.000 en la tercera (no hay datos fiables de los de la primera, que fue seguramente la mayor en términos de saturación del sistema). Y este fenómeno se ha visto todavía mucho más acentuado en las Unidades de Cuidados Intensivos. El máximo de ocupación en esta ola ha sido de 547 pacientes, frente a los más de 3.100 de la segunda, los más de 4.800 de la tercera o, incluso, los más de 2.200 de la sexta ola.

La mayor incógnita tiene que ver con las muertes: 8.982 desde el 28 de marzo contabilizadas por el Carlos III; más de 4.700 notificadas por el Ministerio de Sanidad desde que la ola comenzó a repuntar con fuerza, a partir del 10 de junio, datos que van con retraso y tienen que consolidarse. Las 62 muertes diarias desde finales de marzo son menos de la mitad que las registradas en el resto de la pandemia: 136 diarias, con muchas más medidas restrictivas, incluyendo el confinamiento de marzo y abril. Pero sigue siendo una cifra alta, similar a la que causa cada año la gripe (que puede ir entre 5.000 y 15.000, según el año), con la diferencia de que, en el caso de la covid, hay varias olas al año.

En lo que va de 2022, Sanidad ha notificado de forma provisional 22.262 fallecimientos por coronavirus. De confirmarse el dato, y si todas ellas tienen a la covid como principal causante, es una cifra similar de muertes a las que causa el cáncer más mortal en España en todo un año, el de pulmón. Los fallecidos por el coronavirus hasta agosto son, no obstante, menos de los 30.479 del primer año de la pandemia y los 30.832 de 2021, estos dos últimos, con datos ya consolidados.

Las estadísticas del Carlos III muestran que los difuntos eran personas más mayores cada mes que pasa: el porcentaje de fallecidos mayores de 90 años sobre el total ha pasado de un 23,2% antes del 28 de marzo a un 31,5% después, mientras que los menores de 60 suponían antes un 5,5% y ahora un 3,7%. Esto, junto a la observación clínica de múltiples médicos consultados a lo largo de estos últimos meses, reflejan que, cada vez más, quienes fallecen son personas muy ancianas y vulnerables. A los expertos les queda la duda de saber cuántos de estos fallecimientos tuvieron como causa real la covid y cuántos difuntos fueron positivos sin morir realmente por culpa de coronavirus. O en qué número de casos el patógeno contribuyó a descompensar una situación muy grave, que se podría haber visto agravada por cualquier otra circunstancia.

“Puede ser que la covid haya reemplazado de alguna manera a otros microorganismos que antes eran los que causaban este desequilibrio. Están muriendo muchas personas por encima de los 90 y 100 años en los que se está buscando si tenían covid, cuando antes de la pandemia quizás no se sabía el agente presente en esa descompensación”, explica Óscar Zurriaga, vicepresidente de la Sociedad Española de Epidemiología.

El exceso de mortalidad, un indicador que mide el número de fallecimientos sobre el previsto para una época del año, sería una buena herramienta para encontrar una respuesta. Pero este verano están presentando unas cifras anómalamente altas, probablemente producidas en buena parte por las olas de calor, aunque todavía no están claras todas las causas.

Habrá que esperar a que el Instituto Nacional de Estadística recopile todas las causas de muerte, las analice y las publique, algo en lo que se suele demorar unos seis meses una vez que termina el año. “Eso debería agilizarse en estas circunstancias”, reclama Peiró. “Ahora mismo no tengo tan clara qué mortalidad estamos viendo de personas con covid o por covid. Lo que no le quita importancia. Pero en torno a un 75% de los fallecidos mueren en hospitales y a todos esos les hacemos prueba. Si hay muy alta circulación del virus en la calle, también la habrá entre los fallecidos”, añade.

Futuras olas

Aunque cuando se habla de covid el futuro siempre es incierto, por las mutaciones que un virus todavía muy nuevo pueda sufrir, nada indica que las siguientes olas vayan a ser más graves que las anteriores. Más bien al contrario, de seguir la tendencia. “Debemos estar en una tensa calma. Está claro que la barrera inmunitaria es cada vez mayor por las infecciones y las vacunas, pero no sabemos cuánto va a durar esa protección, ni la capacidad de reinfección que tendrán nuevas variantes”, dice Peiró.

La variante BA.5 de la ómicron, la principal causante de la séptima ola, ha reinfectado como no lo había hecho ninguna hasta ahora. Aunque las vacunas, mezcladas con la inmunidad natural, se han seguido mostrando muy efectivas a la hora de reducir los casos más graves y las muertes, la protección frente al contagio parece haberse minimizado (a falta de estudios). Ha sido muy frecuente que personas que habían pasado la covid incluso el pasado invierno hayan vuelto a infectarse.

Después de tres años sin una ola de gripe normal, Peiró teme que la de este invierno pueda ser más virulenta. “Le temo casi más que a la covid, aunque en Latinoamérica, que están ahora en su invierno, no está siendo muy grave”, señala.

En la campaña de vacunación de gripe es probable que se vuelva a administrar un nuevo refuerzo de la covid, al menos a los mayores de 60 años, como contempla la estrategia del Ministerio de Sanidad. Será con una dosis bivalente que se ha mostrado efectiva también para proteger frente a la ómicron, y no solo para la variante original, como las que se han inyectado hasta ahora. Reino Unido ha sido el primer país en aprobar esta formulación a la farmacéutica Moderna, esta misma semana. Para la mayoría de las personas que lo reciban será el cuarto pinchazo.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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