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La inacción y la desinformación del Gobierno de Bolsonaro agravan la pandemia en Brasil

La falta de gestión y la promoción de curas ineficaces causan muertes evitables y agudizan la epidemia hasta llevar los hospitales al colapso

Personal sanitario en una unidad de emergencias en un hospital en Porto Alegre en marzo. En video, la situación actual en Brasil.Vídeo: REUTERS | VIDEO: AP / REUTERS
Naiara Galarraga Gortázar

La pandemia no da tregua en Brasil, al que el sistemático aumento de muertes y contagios durante los últimos meses ha colocado como epicentro mundial. Supera las 3.000 muertes diarias. Entre las múltiples causas de la gravísima situación, una distingue a Brasil del resto de países: la inacción del Gobierno que dirige el presidente Jair Bolsonaro y su promoción de curas ineficaces, lo que ha causado muertes evitables y agravado la epidemia hasta llevar los hospitales al colapso, según coinciden un estudio publicado en Science y la ONG Médicos Sin Fronteras. El Senado de Brasil acaba de aprobar una comisión de investigación.

“La falta de voluntad política en Brasil es inaceptable”, ha declarado este jueves en una rueda de prensa Meinie Nicolai, la directora general de MSF, que tiene equipos trabajando en la crisis sanitaria tanto en Brasil como en otros países. MSF cifra en miles las muertes causadas por la inacción oficial. “La P.1 solo no explica la situación actual en Brasil”, ha dicho en referencia a la denominada variante brasileña del virus, que es mucho más contagiosa que la cepa clásica y está muy extendida por Brasil. Nicolai ha comparado a continuación la situación brasileña con Sudáfrica. “Allí también ha aparecido la P.1 y tienen muchos menos vacunados, pero el esfuerzo coordinado de las autoridades ha logrado que tengan menos casos”, ha detallado. La diferencia entre ambos países es enorme. Miembros de los BRICS, tienen una población similar, pero Brasil acumula más de 13 millones de contagios mientras Sudáfrica tiene seis veces menos, según Our World in Data.

La ONG sanitaria acusa a las autoridades de “haber dejado a los médicos a su suerte en la línea del frente”. Los hospitales de casi todo el país están atestados y el personal sanitario improvisa UCIs como puede. Y todavía quedan médicos que están recetando medicamentos sin eficacia comprobada que el Gobierno federal promovió con entusiasmo y que están causando graves estragos e incluso muertes.

Brasil sigue con una curva ascendente y bate un récord (negativo) tras otro mientras la epidemia va amainando en muchos otros países. En enero, un estudio de la Universidad de São Paulo, publicado en primicia por este diario, acusó a Bolsonaro de liderar “una estrategia institucional de propagación del virus”. Otras acusaciones no van tan lejos. Pero sí son cada vez más y más explícitos quienes señalan directamente al Gobierno Bolsonaro por su responsabilidad en la acelerada expansión del virus.

“La respuesta (del Gobierno) federal (al virus) ha sido una combinación peligrosa de inacción y negligencias, incluida la promoción de la cloroquina como tratamiento a pesar de la falta de evidencia científica”, según describió este miércoles en Science el equipo liderado por la investigadora brasileña Marcia Castro, de la Escuela de salud Pública de la Universidad de Harvard. Sostienen que “ninguna narrativa explica sola la propagación del virus” por Brasil, pero citan expresamente la influencia de la politización en el grado de adhesión a las recomendaciones básicas.

También han contribuido a la expansión del virus, el tamaño y la desigualdad de Brasil, que las conexiones regionales no se cortaron en los picos y que las autoridades locales impusieron y relajaron las restricciones a su aire. Todo eso dio alas al coronavirus.

Reino Unido y Estados Unidos, dirigidos al principio de la crisis por negacionistas como Bolsonaro, enderezaron el rumbo. El primero, cuando Boris Johnson regresó al poder tras casi morir por la covid. El segundo, cuando Donald Trump perdió las elecciones.

Brasil fue el primer país donde, en nombre de la libertad, hubo manifestaciones contra las restricciones. Más de 350.000 muertos después, todavía se celebran protestas contra los confinamientos mientras el presidente insiste en que “el hambre mata más que el virus”. Científicos y médicos brasileños llevan meses insistiendo en que sin un confinamiento estricto de 3-4 semanas es imposible frenar la transmisión.

MSF reclama al Gobierno de Bolsonaro, que va por su cuarto ministro de Salud, un plan de gestión coordinado y nacional, directrices claras, una campaña de información para promover las medidas básicas de eficacia comprobada (mascarilla, mantener la distancia y lavarse las manos) y un plan amplio de test para poder detectar los nuevos casos y aislarlos.

El Gobierno está concentrado en conseguir vacunas pese a que la OMS insiste en que solo las vacunas no atajarán la emergencia.

MSF sostiene que, sin un cambio de rumbo inmediato por parte del Gobierno federal, la catástrofe seguirá agravándose: “La transmisión se acelerará, con lo que habrá más enfermos graves, más presión sobre los hospitales y más muertos”.

Bolsonaro empezó banalizando la epidemia como “una gripecilla”, declaró que “de algo había que morir” y, a sus compatriotas espantados por los récords de muertos, les espetó hace un mes: “Dejad de quejaros y de lloriquear”. Solo las quejas públicas de la clase económica le convencieron de la necesidad de impulsar la vacunación. Y fueron esas mismas exigencias las que crearon el ambiente para que el Tribunal Supremo ordenara al Senado la apertura de una comisión de investigación que aún no ha echado a andar. Mucha más celeridad mostraron los parlamentarios para tramitar una ley que permita a los empresarios importar vacunas por su cuenta para sus familias y empleados. El único requisito es que donen la mitad a la sanidad pública.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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