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La UCI más larga: 57 días esquivando la muerte

Julio Lumbreras, de 65 años, cerró los ojos sin saber que tenía coronavirus y los ha abierto casi dos meses después en un mundo distinto

Julio Lumbreras, de 65 años, junto al equipo de la UCI del Hospital de Torrejón, donde ha pasado 57 díasVídeo: G.H. / Atlas
Pablo Linde

Julio cerró los ojos sin saber que tenía el coronavirus. Era una España, la del 27 de febrero, que no se imaginaba lo que se le vendría encima unas semanas después, que ignoraba que ya por entonces la epidemia iba corriendo como la pólvora, mientras las autoridades vigilaban unas decenas de casos con la creencia de que todo estaba bajo control. Los abrió sin saber dónde se encontraba ni qué había pasado. Tras 57 días en cuidados intensivos, el miércoles volvió a planta; fue uno de los primeros pacientes de covid-19 que requirió UCI y el que más tiempo ha pasado en una por culpa del SARS-CoV-2.

La larga estancia de Julio Lumbreras, de 65 años, en la unidad de cuidados intensivos del hospital de Torrejón es la historia de cómo la enfermedad avanzó por el país: del desconocimiento inicial, las incertidumbres posteriores, los tratamientos experimentales, del drama de las familias de los enfermos y de los rayos de esperanza, que también asoman en la mayor crisis sanitaria en un siglo.

No había estado en Italia ni en China, ni había tenido contacto con nadie que hubiera viajado por aquellos países, según relata Sergio, uno de sus cinco hijos. El 19 de febrero, cuando empezó a sentirse mal con síntomas parecidos a los de una gripe no se le pasó por la cabeza que pudiera tener la enfermedad. Tampoco a su médica de cabecera, que tras auscultarlo unos días después y notar problemas en la respiración, lo mandó al hospital a que le hicieran una radiografía de los pulmones. El diagnóstico: una fase inicial de neumonía. Antibióticos, y para casa.

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Cada vez se encontraba peor, mientras tomaba una medicación que no servía de nada contra un virus. Dos días después, casi no se tenía en pie, así que su familia decidió llevarlo al hospital. Había perdido mucho oxígeno. Lo dejaron la noche del 26 de febrero en observación y a la mañana siguiente decidieron intubarlo. Su vida corría grave peligro.

“Ha sido un largo proceso lleno de incertidumbre y angustia”, explica por teléfono Sergio. “Cuando lo intubaron pensamos que sería para unos días, una ayuda a su respiración, pero nunca imaginamos que pudiera pasar tanto tiempo. Es un proceso complicado que el confinamiento agrava, porque somos una familia numerosa que comparte mucho tiempo junta. Nos impidió vernos o ir a hacer compañía a mi madre, que lo ha pasado fatal”, continúa. Según el Ministerio de Sanidad, los pacientes de coronavirus suelen estar en cuidados intensivos entre 20 y 28 días de promedio. “Es muy raro que alguien esté menos de 10”, añade Gabriel Heras, miembro del equipo que atendió a Julio.

A pesar de todo, la familia Lumbreras se considera afortunada. Heras es director del proyecto HU-CI de Humanización de los cuidados intensivos y el hospital de Torrejón es uno de los pocos que permite a los familiares visitar a los pacientes, así que Yolanda, la esposa de Julio, ha estado todas las tardes junto a su marido desde que él ingresó. “Si nos planteamos que los pacientes sufran y mueran solos porque no tenemos un EPI [equipo de protección personal], tenemos que reflexionar sobre la clase de sociedad que somos”, plantea este médico, que reconoce que estuvo a punto de tirar la toalla después de un mes sin mejoría y que llegó a plantear a la familia de Julio que muy probablemente no saldría de esa.

“Si nos planteamos que los pacientes sufran y mueran solos porque no tenemos un EPI, tenemos que reflexionar sobre la clase de sociedad que somos"
Gabriel Heras, miembro del equipo que atendió a Julio

Pero eso llegaría más tarde, a finales de marzo. Antes, todavía había que descubrir que lo que había llevado a Julio al hospital era el SARS-CoV-2, un virus que cuando ingresó ni siquiera había recibido este nombre oficial (durante las primeras semanas, provisionalmente se denominó NCoV-2019). En poco más de una semana, la que había pasado desde los primeros síntomas hasta el ingreso en la UCI, todo lo que se sabía de la epidemia iba a una velocidad de vértigo. Se empezaba a sospechar que podía estar más extendida de lo que se pensaba y se comenzó a hacer pruebas a todos los ingresados con neumonías graves. Aunque todo hacía indicar a esas alturas que la de Julio estaba causada por el coronavirus, dio negativo en los dos primeros test que le hicieron. Pero la neumonía bilateral y los síntomas eran tan similares que la dirección médica decidió insistir. Tomaron una muestra de lo más profundo de los pulmones y ahí estaba este patógeno que ha puesto el mundo patas arriba.

“Ha evolucionado poco a poco, con pasitos para adelante y para atrás”

Julio, agente de ventas de un concesionario de coches jubilado desde hace dos años, tenía varios factores que suelen ir asociados a la mayoría de casos mortales de coronavirus. Además de ser hombre y mayor de 60 años, padecía enfermedad pulmonar obstructiva crónica, fruto de muchos años de tabaco, pese a llevar ocho sin fumar. También sufría hipertensión y tomaba medicación para combatirla. Es un hombre corpulento. O al menos lo era antes de que casi dos meses en la UCI lo hayan consumido. Casi 100 kilos que hacían complicadas todas las movilizaciones.

A pesar de que fueron dándole prácticamente todos los tratamientos experimentales que se han ido probando desde que surgió la enfermedad, nada parecía hacerle tanto bien como la pronación. Pasar 17 horas al día boca abajo mejoraba su ventilación. Pero los días de respirador mecánico iban pasando factura a sus pulmones, que cada vez estaban más rígidos por la presión a la que los somete la máquina. “Era muy frustrante”, relata Heras, uno de sus médicos. “Cuando ponemos el ventilador la idea es quitarlo cuanto antes, pero no avanzaba nada. Cero. Por suerte, no le había afectado a otros órganos, de lo contrario muy probablemente no habría salido con vida”, asegura.

En la búsqueda de soluciones, le administraron corticoides. Y, no está claro si fue por eso o porque ya estaba venciendo al virus, comenzó a mejorar a principios de abril. El día 12, Domingo de Resurrección, dio negativo. “Ha evolucionado poco a poco, con pasitos para adelante y para atrás”, resume su hijo. Poco después fueron quitándole la sedación, fue volviendo a la vida y le retiraron el ventilador mecánico para aplicar técnicas cada vez menos invasivas que lo ayudasen a respirar, mientras iba recuperando el habla, dándose cuenta de qué había sucedido.

Todavía, dice Sergio, está aturdido. El miércoles, cuando subió a planta tras el aplauso de todo el equipo que lo ha tratado, estaba puesto el telediario. Cómo no, hablaban del coronavirus, de los miles de casos y muertos que va dejando por el camino. “Señalaba la tele, como diciendo: ‘Mirad, mirad, ¿habéis visto lo que está pasando?”.

Después de dos meses, Julio tiene por delante un largo camino de recuperación. Los especialistas lo llaman síndrome post-uci, una variedad de secuelas físicas y psicológicas que acompañan al paciente durante los primeros meses. Pérdidas en las capacidades motoras y cognitivas a las que, en este caso, se suman el asumir que despierta en un mundo distinto del que dejó cuando cerró los ojos.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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