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Cómo superar una ruptura según el animal más monógamo

Un experimento con los topillos de las praderas explica cómo el reencuentro con una antigua pareja genera un chute de dopamina que va descendiendo a medida que pasa el tiempo

Topillos de las praderas
Unos topillos de la pradera en libertad.sandra standbridge (Getty Images)
Enrique Alpañés

En el mejor de los casos, da pistas sobre cómo superar una ruptura amorosa. En el peor, es una pequeña metáfora sobre el amor y el olvido. Un estudio realizado con topillos de las praderas ha demostrado que estos roedores experimentan una explosión de dopamina, la hormona del placer, cuando se reencuentran con su pareja. Sin embargo, tras un periodo de separación, el efecto se va mitigando. Resumiendo, que con el tiempo, los ratones superan lo de su ex. Pero no lo olvidan.

“Sabemos que recuerdan a su pareja, incluso después de no verla durante cuatro semanas”, explica Zoe Donaldson, neurocientífica del comportamiento de la Universidad de Colorado Boulder y autora principal del trabajo. Se comportan como si la conocieran, pero su reacción, a nivel neuronal, no es la misma. Después de un mes sin contacto, no sienten el mismo impulso de aparearse o acurrucarse. Es un periodo de tiempo considerablemente largo, teniendo en cuenta que su esperanza de vida es de unos dos años. “Esto es similar a lo que nos sucede a los humanos: no olvidamos a aquellos que amamos después de que se hayan ido, aunque lo que significan, su lugar en nuestra vida cotidiana, tiene que ser recolocado”.

El comportamiento de los topillos de las praderas (Microtus ochrogaster) empezó a llamar la atención científica en la década de 1970, cuando, en un experimento en la Universidad de Illinois, vieron que había una especie de ratón que caía en las trampas de dos en dos. En parejas. Se descubrió entonces que esta especie mantiene relaciones monógamas y exclusivas durante toda la vida, a diferencia de sus parientes, los perritos de la pradera. Se calcula que solo el 3% de los mamíferos son monógamos. Desde entonces, este pequeño roedor se ha convertido en la unidad de medida del amor en la ciencia. En distintos estudios se ha comprobado que estos animales comparten el cuidado de la prole o que sienten empatía hacia su pareja. Se estresan cuando esta se estresa e intentan animarla con contacto físico. Muchos, tras enviudar, permanecen solos hasta su muerte.

La mayoría de los análisis realizados hasta ahora, se habían centrado en la fase inicial de enamoramiento, que ha sido más reflejada no solo por el cine, sino por la ciencia. “Es, digamos, la parte más divertida de investigar, el enamoramiento hedónico”, concede la doctora Donaldson. Pero su estudio, que publica este mes la revista Current Biology, destaca por haber analizado el amor estable y cómo este se erosiona con el tiempo y la distancia.

Después de la fase de enamoramiento llega el amor sereno. “Se construye la base donde comienzas a asociar a una persona… Bueno, o a un topillo… Con esta experiencia realmente placentera y satisfactoria”, explica. Con el tiempo, las relaciones se estabilizan. Los enamorados empiezan a construir una rutina. Comparten una hipoteca o una madriguera. “Y la pareja se convierte en una fuente importante de recompensa, motivación y apoyo”, señala la experta. “Queríamos saber cuál es el papel de la dopamina para mantener estos vínculos”.

Los topillos de la pradera son una de las pocas especies de mamífero fieles a la pareja.
Los topillos de la pradera son una de las pocas especies de mamífero fieles a la pareja.Nature

Para averiguarlo, su equipo aisló a un topillo enamorado en una jaula. Esta tenía dos puertas transparentes y dos palancas. Accionando una, se abría una puerta y podía llegar hasta su pareja. Accionando otra, a un ejemplar desconocido. Descubrieron que los roedores liberaban más dopamina en el primer caso que en el segundo. También se acurrucaban más con su pareja al reunirse y al hacerlo experimentaban un mayor aumento de dopamina en el núcleo accumbens (la zona del cerebro encargada de gestionar el circuito de recompensa).

“Creemos que esta liberación de dopamina mejorada ayuda a mantener vivos los vínculos en el tiempo, lo que motiva a las parejas a reunirse cuando están lejos el uno del otro”, explica Donaldson. Aunque estos efectos se van mitigando con el tiempo y la distancia. Hasta el punto en el que el topillo enamorado supera la ausencia de su ex y está disponible para empezar una nueva vida. “Pueden formar un nuevo vínculo tras este cambio en la dinámica de la dopamina, algo que no hacen mientras el vínculo previo sigue intacto”, puntualiza la doctora. Por eso, Donaldson describe el fenómeno como una forma de “superar una ruptura”.

¿Aplicable a las personas?

El estudio podría ser relevante para entender cómo las personas superamos la pérdida. Especialmente, en el caso de pacientes con trastorno de duelo prolongado, a quienes les cuesta lidiar con estas situaciones. Según Donaldson, esto se debe a que la señal dopaminérgica que genera la pareja puede no adaptarse después de la pérdida, lo que dificultaría el proceso de curación.

Los topillos de pradera no son exactamente como las personas. No ponen los cuernos, ni se deconstruyen para probar nuevos modelos relacionales, combatir la monotonía o practicar el poliamor. “Es verdad que los seres humanos somos capaces de tener una amplia gama de relaciones y tipos de familia”, reconoce Donaldson. “Pero lo importante es que nosotros, al igual que ellos, podemos formar vínculos de pareja duraderos. Y es probable que utilicemos muchos de los mismos mecanismos neurobiológicos para hacerlo”.

Diego Redolar, profesor de Psicobiología y Neurociencias en la Universidad Oberta de Catalunya e investigador del Cognitive NeuroLaB, valora muy positivamente el estudio, con el que no tiene ninguna relación. Pero es más cauto al establecer paralelismos con el comportamiento humano. “Nuestro establecimiento de vínculos se puede explicar en parte por la dopamina que se segrega en el accumbens”, explica. “Pero es mucho más complejo. También tienen un papel muy importante la oxitocina y la vasopresina”. Además, el comportamiento de los humanos no se basa solo en los instintos. “En la corteza prefrontal del cerebro se produce una actividad que nos permite adecuar nuestra respuesta al entorno ético y normativo en el que vivimos”, matiza. Por eso, aunque segregue dopamina como un topillo de la pradera, una persona no va a intentar acurrucarse y aparearse con su ex nada más verlo como hacen estos. Es algo más complejo. “Podemos tener un pico de dopamina en el núcleo accumbens que nos impulse a un determinado estímulo de apareamiento o vínculo, pero la corteza prefrontal nos va a permitir adecuar esa respuesta”.

Aunque la respuesta sea diferente, el estímulo es similar. Y las lecciones aprendidas por estos científicos en el mundo de los topillos, tienen una traslación clara al de las relaciones de pareja humanas. “Somos animales sociales y el vínculo de pareja es uno de los más fuertes que vamos a crear”, señala la psicóloga de pareja Lorenlay Fraile. Por eso, cuando una relación se rompe, el contacto cero es determinante. “Se crea una dependencia emocional y al romper se entra en un periodo de abstinencia. Al alcohólico no le vas a dar un traguito; si estás dejando el tabaco no te vas a fumar dos cigarros los lunes y los miércoles. Eso te engancha más, supone un refuerzo intermitente”, señala la experta. Con el amor sucede lo mismo.

“Cuando una relación se termina, aparece un duelo y se necesita un periodo para desadaptarse. Es muy difícil hacerlo si estás en contacto con la persona que has dejado”. Con el tiempo, explica Fraile, el vínculo con la expareja se va debilitando, igual que les sucede a los topillos de pradera. La solución no es tan fácil como pulsar una palanca y que se abra una puerta con una nueva pareja. El tiempo para superarlo serán más de las cuatro semanas que señala el estudio. Pero, a nivel cerebral y neuronal, el mecanismo es muy parecido. En el amor y el olvido, somos como topillos de las praderas.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar
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