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Beyoncé celebra en ‘Black is King’ la cultura negra con mucha forma y poco fondo

El nuevo visual de la artista aterriza en Disney + entre críticas por la estetización y la banalización de la lucha racial en tiempos de Black Lives Matter

Beyoncé, en el centro, en una de las imágenes de 'Black Is King'. En vídeo, el tráiler de 'Black Is King'.
Xavi Sancho

“Es mi proyecto más apasionado, para el que he estado grabando, editando e investigando día y noche durante el último año. Lo he dado todo y ahora es vuestro. Fue originalmente rodado como un complemento a la banda sonora The Lion King: The Gift y está concebido para celebrar el halo y la belleza de negritud ancestral”. De este modo, tan profesional y detallado que parece redactado por algún tipo de algoritmo, presentaba a través de su cuenta de Instagram Beyoncé Knowles su nuevo proyecto, el álbum visual Black is King., que ayer se estrenó en todo el mundo en la plataforma audiovisual Disney +.

En la imagen, la de Houston con un vestido blanco en lo que parece una playa sosteniendo un bebé en sus brazos. Es poco probable que exista una estrella en la historia del pop tan dueña de su propia narrativa como la ex integrante de Destiny’s Child. Lo ha conseguido sin apenas hablar con la prensa, comunicándose directamente con sus fans, en cuya naturaleza -la de los suyos y las de todas las de más estrellas- está no cuestionar a su objeto de deseo.

“Es mi proyecto más apasionado, para el que he estado grabando, editando e investigando día y noche durante el último año”, dijo la artista

Más raro ha resultado que los medios tampoco hayan dudado nunca, aceptando su papel de comparsas en una de las relaciones románticas más sólidas y duraderas del siglo XX: la que mantiene Beyoncé con sus seguidores. Pero este idilio podría empezar a hacer aguas. Como se dice en estos casos, personas ajenas a la pareja han decidido ponerla en entredicho.

Todo empezó con el teaser de Black is King. En él, la autora de Single ladies adelantaba que este iba a ser un proyecto basado en la opulencia y, sobre todo, el cliché. El Washington Post se hacía eco de lo mal que había sentado en parte de la comunidad afroamericana la visión sobre África que se daba en las imágenes. Torsos desnudos, bailes regionales, caras pintadas. Parecía un espectáculo para turistas.

La CNN justificaba esto diciendo que, al fin y al cabo, el grueso del público de Beyoncé es estadounidense, y esa imaginería concuerda con la forma en que muchos en aquel país aún entienden África. Además, el proyecto está basado en El Rey León, que no es exactamente una pieza basada en discursos del activista Malcolm X o volúmenes del filósofo afroamericano Cornel West.

“Creo que cuando los negros contamos nuestras propias historias, podemos cambiar el eje del mundo y narrar la verdadera historia de prosperidad generacional y riqueza del alma que no se cuenta en nuestros libros de historia”, insistió vía Instagram Beyoncé, en una nueva prueba de disonancia cognitiva.

La parte visual del trabajo tiene tanta importancia como la musical.
La parte visual del trabajo tiene tanta importancia como la musical.

Por su parte, la escritora surafricana Moky Makura, en una pieza publicada por la web de la CNN insistía en que “Beyoncé ha hecho más por dar a conocer la realidad africana en EE UU que el sistema educativo. La visión de disco es poderosa, su influencia será enorme y sus intenciones son buenas”. Pero el mundo ha cambiado, los jóvenes ya no se conforman, están más informados sobre estos temas que nunca y, por primera vez en muchas décadas, los que están verdaderamente comprometidos prefieren ser educados por esos libros de historia que por las frases hechas de una estrella del pop.

Black is King, aunque se venda como algo en consonancia con el mundo que está intentando crear el movimiento Black Lives Matter, es justamente todo lo que esas movilizaciones quieren dejar atrás. Después de esto, Beyoncé tiene dos opciones: o acepta que su idiosincrasia y su público ya no va a rejuvenecer, o abre las puertas de su mansión y sale a las calles.

Black is King, disponible en Disney Plus desde la mañana del viernes 31 de julio, arranca con unas evocadoras imágenes de la diva en esa playa que apareció en su post de Instagram. Es todo bellísimo. La voz en off de James Earl Jones actúa como hilo conductor en lo que es una sucesión de apabullantes videoclips dirigidos por colaboradores habituales como Jake Nava (Single ladies, Crazy in love), Pierre Debuscherre o Kwasi Fordjour (ha ejercido de coguionista), y nuevos aliados como el brillante Ibra Ake, director creativo del videoclip para This is America, de Childish Gambino, que, si algo es, es la antítesis de lo que sucede en Black is King.

En conjunto, el resultado redunda en una narrativa algo descacharrada, que lo mismo glamuriza algún suburbio africano que utiliza una mezquita como pista de baile

En conjunto, el resultado redunda en una narrativa algo descacharrada, que lo mismo glamuriza algún suburbio africano que utiliza una mezquita como pista de baile o se va a un desierto a grabar imágenes de alto contenido épico. Todo ha sido grabado en Ghana, Bélgica o el Gran Cañón, asegurando, por encima de cualquier cosa, que el espectador lo note.

También aparece la mansión de la diva, su familia y un mayordomo blanco, algo que molestó profundamente a un puñado de arios. Cuando estos se enteren de que Green book, la cinta en que un blanco hace de chófer de un negro, ganó el Oscar a la mejor película en 2019, les puede dar un soponcio.

Beyoncé, rodeada de sus bailarines, en otro momento del disco visual 'Black Is King'.
Beyoncé, rodeada de sus bailarines, en otro momento del disco visual 'Black Is King'.

Lo más interesante tal vez sea el homenaje al escuadrón Dahomey, un ejército femenino que luchó en África contra las fuerzas colonizadoras, en el que la diva logra perfeccionar el arte de la subversión con ropa cara. La cantidad de atuendos que luce Beyoncé en la hora y media que dura esta historia de autoafirmación, descubrimiento personal y elegía africanista, no cabe en un par de semanas de la moda. Hay cameos de Naomi Campbell, Pharrell Williams o Kelly Rowland. No falta de nada.

En lo musical, el producto aporta el tema Black Parade, lanzado por Beyoncé en plena oleada de protestas por el asesinato de George Floyd. El resto recorre la más que notable banda sonora ideada y seleccionada por Beyoncé en la que participaban Kendrick Lamar, Moonchild, Major Lazer o Burna Boy, música a medio camino entre lo que entendemos como r’n’b en el siglo XXI y lo que se entiende como música africana desde que los que hacen música en ese continente tienen Internet.

“Ningún rey verdadero muere. Nuestros ancestros nos sostienen en nuestros cuerpos, guiándonos a través de nuestros propios reflejos”, narra Beyoncé en la eterna comitiva funeral que aparece en el vídeo de Nile. ¿Qué significa eso? Nada. Pero es bonito. Para ciertas cosas, con eso alcanza. Para otras, no tanto.



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Xavi Sancho
Forma parte del equipo de El País Semanal. Antes fue redactor jefe de Icon. Cursó Ciencias de la Información en la Universitat Autónoma de Barcelona.

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