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EDUCACIÓN
Tribuna
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Educar en Inteligencia Artificial

Que la balanza de pros y contras de la IA se decline del lado positivo va más allá de formar en su conocimiento técnico. Supone, sobre todo, enseñar cómo utilizar su potencial de manera ética y responsable

ChatGPT de OpenAI
Fotografía de archivo de una pantalla con el sitio web del ChatGPT de OpenAI el 26 de abril de 2023.Rayner Peña R. (EFE)

El sistema educativo al completo se encuentra atento a los cambios a introducir para adaptarse al impacto de la Inteligencia Artificial (IA) sobre la investigación, la docencia y la propia gestión institucional. Se reclama una participación activa de los reguladores para poner límite a los peligros que la IA puede presentar ―en caso de mal uso y abuso― sobre las personas, especialmente sobre los más vulnerables. Entre ellos, destacan los menores, pero nadie queda exento de sufrir las consecuencias negativas que pueden derivarse en determinadas circunstancias. El Consenso de Pekín, que la UNESCO promulgó en 2019, señala las pautas que deben seguirse para preparar a quienes formulan las políticas educativas en materia de IA, si bien todavía no contamos con un análisis de cómo se han implantado estas recomendaciones.

Por otro lado, las instituciones educativas conocen bien las resistencias culturales a los cambios. El miedo a lo incierto, al error, puede resultar paralizante o al menos ralentizar la aceleración de la innovación tecnológica y también docente. Ante la inteligencia artificial, no merece la pena centrar el debate sobre si las máquinas aniquilarán la función docente ―algo que se antoja improbable―, sino de qué manera la van a transformar. El modo de dar clase ha de ser completamente repensado y con él, el rol que los educadores tienen para guiar en el buen uso de una tecnología que, inevitablemente, está ya presente en todos los ámbitos de la sociedad. Concienciar y acompañar al personal docente e investigador (PDI) en esta transición digital, así como al de administración y servicios (PAS), es condición indispensable para el éxito de la IA en el sistema educativo.

El Gobierno de España aprobó en mayo pasado en Consejo de Ministros destinar algo más de 1.300 millones a los costes de esta preparación docente, provenientes de los fondos europeos de recuperación, transformación y resiliencia. Pero canalizar esta importante inversión y materializarla en resultados requiere no solo recursos, sino también tiempo. Un tiempo que puede verse innecesariamente alargado si no se trabaja colaborativamente, con voluntad constructiva y la participación coordinada de todas las partes implicadas.

A pesar de las estas dificultades, los beneficios pueden resultar muy superiores para optimizar la investigación y hacer más eficiente la gestión académica. Algunos pueden albergar mayores dudas sobre las ventajas que la IA puede tener en la práctica docente, donde la vertiginosa velocidad de cambio resulta inasumible para los rígidos sistemas educativos. Una muestra: según el Global Education Monitoring 2023, la tecnología evoluciona a un ritmo mayor del que es posible evaluar, donde los productos de tecnología educativa cambian, de media, cada 36 meses.

Sin embargo, que la balanza de pros y contras de la IA se decline del lado positivo va más allá de formar en su conocimiento técnico, sin lugar a dudas, necesario. Supone, sobre todo, educar en cómo utilizar todo su potencial de manera ética y responsable. Este compromiso por el uso ―y no el abuso― debe trasladarse a toda la cadena de la IA: desde el programador, quien debe asegurarse de minimizar los sesgos que puede llegar a perpetuar ―e incluso ampliar― la propia tecnología, a las empresas que lo impulsan y aplican, donde es preciso establecer límites normativos y morales que no violen los derechos humanos en aras del beneficio económico.

Tampoco debemos obviar la responsabilidad individual en el uso que hacemos de la inteligencia artificial. Esa responsabilidad comienza en esforzarse por aprender a manejar esta tecnología. La tentación de sucumbir a la comodidad que representa la IA en nuestras vidas, a cambio de datos, puede ser legítima, pero debe hacerse con conocimiento de causa ―aflorando o, mejor, evitando, cualquier patrón oscuro y malintencionado― y protegiendo a los más vulnerables.

Solo si reguladores, legisladores, instituciones académicas, educadores, estudiantes, profesionales y ciudadanos ponemos en el centro a la persona y nos formamos y educamos en su uso responsable, la inteligencia artificial podrá ser vivida en todo su esplendor.

Anna Bajo Sanjuán es jefa global de impacto social de Santander Universidades en Banco Santander.

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