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tribuna
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Y los autónomos, ¿qué?

El derecho al tiempo es un nuevo valor que busca garantizar una vida profesional y personal digna a las personas trabajadoras. Pero no a todas

El dueño de la sombrerería madrileña Medrano trabaja en la fabricación de uno de los modelos de su tienda.
El dueño de la sombrerería madrileña Medrano trabaja en la fabricación de uno de los modelos de su tienda.JUAN BARBOSA
Sara Berbel Sánchez

Autonomía es una bella palabra que evoca independencia, toma de decisiones, emprendimiento y libertad. Muchas personas se hacen autónomas cansadas de un sistema laboral rígido que las coarta y les impide desarrollar sus capacidades y potencialidades. Otras lo hacen porque el mercado laboral las expulsa debido a su edad o condicionamiento físico o intelectual que no casa con los estrictos —y, a menudo, discriminatorios— requerimientos de los trabajos asalariados: el lecho de Procusto de nuestro mercado de trabajo no perdona. Otras lo son porque el arte no soporta ningún tipo de cadenas para crear. En todos los casos, ser autónomo implica, en nuestro imaginario, un grado de libertad mayor que no serlo. Sin embargo, las propuestas de mejoras laborales generalmente se centran en la mayoría asalariada y relegan a las personas autónomas a un rincón oscuro al que no alcanza la luz del salario mínimo, la reducción de jornada, los días de fiesta o las pagas dobles por Navidad y vacaciones.

En los últimos meses, se habla intensamente de una nueva medida que implicaría la reducción de la jornada laboral en nuestro país. Aparece de la mano de los nuevos usos del tiempo que proponen, también, un cambio en las jornadas laborales de cinco días para que se reduzcan a cuatro, y disfrutemos de tres días de ocio. Es difícil entender estas propuestas de forma descontextualizada. Aunque ya no estemos en la época del socialismo utópico, que concibió jornadas de ocho horas para acabar con la explotación industrial, nada nos impide persistir en la utopía. Nuestra sociedad se construye sobre el edificio de los derechos, que responden a nuestros valores, y su evolución da lugar a ampliar los ya existentes o a crear algunos nuevos. El derecho al tiempo es, precisamente, uno de nueva generación que ha llegado para garantizar una vida profesional y personal digna a todas las personas trabajadoras.

Sin embargo, para que sea un derecho auténtico, todas las personas deben tener acceso a él. Pero me temo que una ojeada a la vida cotidiana de quienes nos rodean —o, tal vez de nosotros mismos— nos mostrará grandes diferencias en cuanto a su disfrute, e incluso tropezaremos con algún abismo que, a primera vista, parece insalvable.

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Los estudios nos dicen que España es el país que tiene los horarios más retrasados de Europa (y de casi todo el mundo). Almorzamos más tarde que nuestros vecinos europeos, cenamos más tarde y dormimos menos que los demás. La mayoría de las personas trabajadoras que han empezado su jornada a las 8.30 la acaban entre las cinco y las seis de la tarde, pero todavía quedan algunos que acaban a las siete, o incluso a las ocho. Sin embargo, si nos asomamos a una ventana indiscreta, veremos que a las nueve hay todavía un 10% de personas que empezaron a trabajar a primera hora de la mañana: son las autónomas. Y no solo eso.

Si un sábado o un domingo observamos a alguien ultimando una entrega, un producto o un trabajo cualquiera, sin duda es autónomo. Si hay una luz en el estudio a las doce de la noche y se oye el teclear furioso del teclado del ordenador, es un autónomo. Si estás de vacaciones y tu pareja se lleva el portátil a la playa o al restaurante porque tiene que contestar unos mensajes, es un autónomo. Sin embargo, toda esa dedicación solo se ve compensada con su entusiasmo (mientras dure) o su creatividad incombustible, porque nadie paga esas horas extras infinitas. Y, además de no tener precio, ¿cómo van a reducirse?

En la época de la tecnología y la inteligencia artificial, los autónomos aumentan, pero están esclavizados. Desde 2013 su cifra no ha parado de crecer. Cuando son mujeres, los días se alargan indefinidamente para albergar una segunda jornada que les permita realizar las tareas domésticas y cuidar a las criaturas o padres mayores. Por eso, las españolas son las mujeres más estresadas de Europa y las que menos duermen.

Todas las pruebas piloto realizadas con la jornada semanal de cuatro días (más tres de ocio) han mostrado beneficios para la salud física —y sobre todo mental— de las personas trabajadoras. Los estudios en Reino Unido, Islandia y Portugal apuntan a menos estrés, menos ansiedad, menos insomnio y más bienestar general. En la balanza habrá que poner su impacto sobre la saturada Administración pública española (que no ha dado tan buenos resultados en las pruebas piloto, especialmente en sanidad y educación), sobre la productividad (para la cual habrá que aplicar otras medidas organizativas de fuerte calado) y para incluir a colectivos como las personas autónomas. De lo contrario, no será la inteligencia artificial quien destruya nuestros trabajos, sino nuestra propia incapacidad para otorgarles dignidad. Habrá que utilizar la imaginación para proponer medidas innovadoras que impacten sobre las condiciones socioeconómicas de las personas no asalariadas y hagan realidad el sueño de tantos autónomos de “ser su propio jefe”.

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