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TRIBUNA
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Pedro Sánchez se cargó al PSOE federal

El PP de Feijóo es hoy más regionalista que la izquierda. El jefe del Ejecutivo ha construido un partido presidencialista, cambiando a sus barones por los socios independentistas

Pedro Sánchez, con varios miembros de su ejecutiva federal, reunidos el lunes en Madrid, en una imagen del partido.
Pedro Sánchez, con varios miembros de su ejecutiva federal, reunidos el lunes en Madrid, en una imagen del partido.
Estefanía Molina

Dicen que Pedro Sánchez se ha cargado a sus barones. Mientras el presidente continúa en La Moncloa, el PSOE perdió varias autonomías el pasado 28-M, cosechando una caída de más de 400.000 votos en toda España, y retrocediendo frente al nacionalismo ahora en plazas como Galicia. Y es que el PSOE federal es historia. Sánchez ha cambiado a sus baronías por los socios plurinacionales que le apoyan en el Congreso, pero ese giro no responde simplemente a un factor de egoísmo personal.

De un lado, porque es cierto que Sánchez ha edificado un partido presidencialista. Al ganar las primarias en 2017, laminó el contrapeso interno que suponía el Comité Federal. Eran los tiempos en que se decía que era “más democrático” que la militancia eligiera al secretario general y avalara sus decisiones. Si bien Sánchez logró con ello otro objetivo encubierto: engrilletar a sus dirigentes territoriales para que no pudieran impugnar nunca más sus pactos con los independentistas y Podemos —algo que ocurrió en 2015— o, incluso, que lo llegaran a echar otra vez —como en 2016—.

Así que Sánchez encontró en la debilidad orgánica de sus barones una forma de mantener al PSOE en el poder: hoy puede recibir el apoyo de ERC, Bildu, el BNG, el PNV o Junts sin que Emiliano García-Page se lo impida o Susana Díaz lo destrone. Y, siendo realistas, es el precio a pagar porque la izquierda siga gobernando España. Si Feijóo no está hoy en La Moncloa —pese a haber una mayoría de derechas en el Congreso—, es porque Vox le impide cualquiera de esos socios. Claro está, el giro plurinacional condiciona la cosmovisión de este PSOE. A diferencia de Felipe González, el eje de poder ya no pivota sobre el clan andaluz o una España más rural, sino sobre los socios que lo sustentan desde Cataluña y Euskadi.

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Y los más perjudicados de ese giro están en la España interior. Se salva García-Page, que mantiene su mayoría absoluta adoptando un discurso antinacionalista para su base social más conservadora. Aunque en otros casos, como en la Comunidad Valenciana, fue el desplome de los socios del PSOE, como Compromís o Podemos, lo que arrebató a Ximo Puig la presidencia, pese a crecer en votos y escaños.

La pregunta es si había alternativa al giro territorial de Sánchez. Dicho de otro modo, ¿qué habría sido del PSOE si hubiese abrazado la gran coalición permanente con la derecha? Hoy parecen lejos aquellos tiempos de un Pablo Iglesias disparado, del miedo a la pasokización que podría haber acabado con el principal partido de la izquierda si este no se hubiese abrazado a Podemos —y las tesis de la nueva izquierda sensible con la plurinacionalidad— para recuperar esos votantes que se fugaron en masa al partido de Iglesias. Es más, a menudo incluso se obvia que antes del retroceso electoral del PSOE el 28-M, muchos barones recuperaron poder territorial en los comicios de 2019 gracias a la visibilidad que les ofrecía La Moncloa. Entonces nadie puso el grito en el cielo, pese a que ERC o el PDeCAT apoyaran la moción de censura en 2018.

Asimismo, Galicia revela otro problema de fondo para la izquierda: el factor generacional. Tras la pujanza de ERC, de Bildu o del propio BNG, hay muchos jóvenes votantes que antes recalaron en las confluencias de Podemos y, tras el hundimiento de esos partidos, anidaron en sus izquierdas de proximidad. Por ejemplo, Ana Pontón habló más de políticas sociales que identitarias en su campaña. Ciertas escisiones jóvenes de la izquierda abertzale son hoy más socialistas que independentistas, en parte, porque sus votantes no vivieron el pasado de ETA. Por el contrario, en Cataluña se ha abierto paso un nuevo voto dual. Muchos independentistas apostaron por el PSC el pasado 23-J para impedir que la ultraderecha gobernara.

Aunque ello tampoco disculpa el presidencialismo de Sánchez. En comunidades como Madrid o Andalucía, este se limitó a imponer los eslóganes que interesaban a La Moncloa, por ejemplo, para alimentar su pulso con Isabel Díaz Ayuso. Los candidatos eran además poco conocidos, o paracaidistas, algo que el secretario general tampoco se molestó en corregir.

En consecuencia, el PSOE federal de los años ochenta vive hoy en el Partido Popular de Feijóo. El actual PP es un reino de taifas que se ha especializado en tener un discurso distinto en cada territorio: en los mítines de Moreno Bonilla ondean banderas andaluzas; en Galicia, el PP es una suerte de Partido Nacionalista Gallego; Ayuso enarbola su madrileñismo particular. El propio Feijóo fomenta que sus barones sean más fuertes que la dirección nacional, como activo para llegar al poder. Los populares serán residuales en Cataluña o Euskadi y no podrán pactar con el PNV o Junts, pero dominan el Senado como otra expresión de su arraigo territorial. Sánchez se cargó en 2017 al PSOE federal, sí, pero quizás ese darwinismo haya sido la única forma de que el primer partido de la izquierda pueda sobrevivir ante la nueva realidad. Es decir, maximizando la ventaja de pactar con los socios plurinacionales, algo que la derecha no puede hacer. Aunque, paradójicamente, hoy la izquierda sea percibida como más centralistacon el principal centro de mando en La Moncloa— que el PP regionalista de Feijóo.



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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER.
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