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tribuna
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¿Hasta dónde puede llegar Orbán con su política exterior radical?

El primer ministro húngaro quiere situar a su país en el centro de las decisiones políticas mundiales, aun a costa de sus aliados más cercanos y poniendo en peligro la unidad europea

El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, en Budapest el pasado 16 de enero.
El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, en Budapest el pasado 16 de enero.BERNADETT SZABO (REUTERS)

Los dirigentes y los diplomáticos de la UE respiraron aliviados cuando el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, anunció la aprobación por unanimidad de un paquete de ayuda de 50.000 millones de euros a Ucrania.

La decisión, que demuestra que el bloque está decidido a apoyar a este país devastado por la guerra, se aprobó después de varias semanas excepcionalmente tensas con el primer ministro húngaro, Viktor Orbán. Orbán había amenazado con vetar el paquete de ayudas, por lo que le acusaron de “chantaje”, y varios líderes europeos empezaron a sugerir la posibilidad de recurrir al artículo 7 de la legislación comunitaria para arrebatar a Hungría el derecho de voto, ante las constantes maniobras de Orbán para socavar las medidas de la UE. Al final el resultado fue satisfactorio para todas las partes.

El primer ministro húngaro lleva mucho tiempo criticando a la “élite de Bruselas”, expresando su rotunda oposición a muchas políticas europeas y a las valoraciones que hace del nefasto historial de Hungría en materia de Estado de derecho. ¿Pero por qué, en esta ocasión, Viktor Orbán ha planteado sus exigencias de forma tan radical hasta casi poner en peligro unas ayudas vitales para Ucrania?

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Una de las razones es que Bruselas está investigando al Gobierno húngaro con arreglo al mecanismo de condicionalidad del Estado de derecho de la UE y hay decenas de miles de millones de fondos estructurales congelados hasta que cumpla las reglas democráticas de la UE. Es la máxima prioridad de las relaciones de Orbán con la UE.

En 2023, después de varios meses de intensas negociaciones que no sirvieron para liberar unos fondos sustanciales, Orbán cambió de rumbo y empezó a buscar formas más radicales de chantajear a la Comisión Europea. De modo que su Gobierno anunció que vetaría el posible aumento del presupuesto y las ayudas a Ucrania, teniendo en cuenta que esta última medida es crucial para la seguridad de la propia UE.

Aunque varios políticos húngaros negaron que hubiera una correlación directa entre su perspectiva sobre los fondos congelados y la posición del país sobre Ucrania, Orbán había dicho sin reparos ya en julio que pensaba abordar ambos temas a la vez y que, cuando la UE presentara los planes para aprobar una nueva estructura de financiación para el bloque, Hungría no se sumaría sin más. En diciembre instó abiertamente a los diplomáticos húngaros a adoptar las medidas necesarias, lo que le permitió obtener una concesión importante: 10.000 millones de euros en fondos de cohesión que estaban paralizados.

Para Orbán, jugar con los problemas más graves que afrontan Hungría y el bloque europeo en general se ha convertido en algo habitual, vinculado en última instancia a su intento de mostrarse poderoso en el escenario internacional. Los aliados y amigos pueden ser ahora simples peones a los que chantajear dentro de esa campaña.

Este cambio de comportamiento tiene sus raíces en su deseo de establecer un nuevo paradigma de política exterior para Hungría. El primer ministro aspira a situar a Hungría, un pequeño país de Europa del este en la periferia de la cooperación transatlántica, en el centro de la toma de decisiones mundial. Es una estrategia llena de riesgos y costosa.

Sus vínculos cada vez más sólidos con líderes autoritarios han provocado un choque entre Orbán y sus aliados occidentales. No obstante, el hecho de estar a caballo entre las exigencias antagónicas de Oriente y Occidente ha beneficiado enormemente a Orbán y a las élites empresariales húngaras más leales. Hungría disfruta de seguridad, ha experimentado un gran aumento de las inversiones extranjeras directas y se ha convertido en un actor de primer orden en la toma de decisiones mundial.

Sin embargo, la guerra de Ucrania ha puesto en peligro esa posición. El conflicto directo entre Europa y Rusia y su desvinculación de China amenazan con hacer fracasar la doble maniobra de Orbán. Ahora tiene que afrontar un nuevo panorama político, en el que Polonia, los Estados bálticos y Escandinavia van a ser centros de seguridad para el continente, sin olvidar la posibilidad de que una Ucrania respaldada por Estados Unidos se convierta en un nuevo miembro de la UE. En esta perspectiva, Hungría acabará de nuevo en la periferia. Ese es el motivo de que Orbán se dedique de forma sistemática a frenar la adhesión de Ucrania, al mismo tiempo que lucha por mantener su relación con Rusia y China. Una política exterior, cada vez más radical, que está alejando a Hungría de sus aliados más cercanos y poniendo en peligro la unidad europea en las cuestiones más cruciales.

Los líderes europeos, quizá para sorpresa de ellos mismos, han conseguido meter a Orbán en cintura. Pero el dilema no está resuelto. Para llevar a cabo sus ambiciones visionarias, Orbán necesita el poder que obtuvo hace 14 años, al recuperar el gobierno, y no está dispuesto a perderlo. Su autoritarismo creciente es la base que le permite atreverse a asumir riesgos. Mientras no tema perder el poder en casa, puede atreverse a lo que sea en política exterior, en Europa y fuera de ella.

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