_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La caída: objetos inocentes que nos matan

La muerte puede acechar en la puerta de casa, en una cama, a la mañana siguiente de una noche feliz

Un árbol caído bloquea una calle bonaerense, el pasado 18 de diciembre.
Un árbol caído bloquea una calle bonaerense, el pasado 18 de diciembre.Rodrigo Abd (AP)
Leila Guerriero

El 13 de enero fue el Día Mundial de la Lucha Contra la Depresión que, según la OMS, afecta a 320 millones de personas, 18% más que hace una década. Las caídas, también según la OMS, causan cada año el fallecimiento de 684.000 personas y en 2021, según el Instituto Nacional de Estadística, fueron la segunda causa de muerte no natural en España (10 personas por día), sólo superada por los suicidios que son la primera causa externa de muerte en el país (en 2022 registraron un aumento de 5,6% en relación con 2021). Depresión, caídas, suicidios: las cifras son altas pero estamos a salvo. Son cosas que les pasan a otros, más frágiles, más infelices que nosotros. Semanas atrás se desató en Buenos Aires una tormenta descomunal con vientos de 100 kilómetros por hora. Yo había llegado a casa apenas antes, después de una noche feliz. Estaba durmiendo cuando, a las tres de la mañana, me despertó el viento, aterrador como el graznido de un ave monstruosa. Aturdida, salté de la cama para cerrar las ventanas pero me enredé en las sábanas y me caí. Golpeé con la cabeza en el piso. Escuché “crack”. El cuello se deformó en una torsión horrible y naufragué en una blancura cegadora. Me puse de pie como pude, aturdida. Recorrí temblando la casa, que trepidaba bajo el dominio de esa bestia invisible, preguntándome si en realidad yo no estaría muerta, yacente en el piso del cuarto. Poco después, dos vecinos tocaron el timbre: la tapa de cemento de un tanque de agua había volado como un frisbee, se había incrustado en la puerta de nuestro edificio y la había destrozado. La muerte puede acechar en la puerta de casa, en una cama, a la mañana siguiente de una noche feliz. En la falsa seguridad de nuestros cuartos, los objetos inocentes nos matan y, si no nos matan, nos recuerdan que todos podemos, alguna vez, caer.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Leila Guerriero
Periodista argentina, su trabajo se publica en diversos medios de América Latina y Europa. Es autora de los libros: 'Los suicidas del fin del mundo', 'Frutos extraños', 'Una historia sencilla', 'Opus Gelber', 'Teoría de la gravedad' y 'La otra guerra', entre otros. Colabora en la Cadena SER. En EL PAÍS escribe columnas, crónicas y perfiles.
Tu comentario se publicará con nombre y apellido
Normas

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_