Los suicidios crecen en España desde 2018 y la pandemia agravó el problema
Un análisis de las últimas dos décadas muestra que el peor repunte se dio en 2011 y que las muertes por esta causa aumentan especialmente entre los extranjeros
En 2008, el suicidio se convirtió en la primera causa de muerte no natural en España, después de sobrepasar a los accidentes de tráfico o las caídas. En 2021, se quitaron la vida 4.003 personas, un 0,8% más que el año anterior y un 6,5% más que en 2018. Frente a otras enfermedades, que matan menos por la mejora de los tratamientos o la prevención, o los muertos en carretera, que también se han reducido drásticamente, el suicidio continúa con un crecimiento paulatino que hasta ahora no se ha sabido detener. Y es posible que las cifras oficiales no reflejen por completo el problema.
Alejandro de la Torre, de la Universidad Complutense de Madrid, José Luis Ayuso Mateos, de la Universidad Autónoma de la misma ciudad y Víctor Pérez Sola, del Hospital del Mar de Barcelona, todos coordinados en el Centro de Investigación Biomédica en Red-Salud Mental (CIBERSAM), han presentado este jueves en Madrid una evolución de los datos de mortalidad por suicidio en los últimos 20 años a partir de datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Entre sus observaciones, los autores del informe señalan un cambio de tendencia al alza a partir de 2018 que se agrava con la llegada de la pandemia.
En 2021, en la línea con lo observado en las dos décadas analizadas, tres de cada cuatro personas que fallecieron por suicidio fueron hombres. Por grupos de edad, el problema empeora en edades más avanzadas. La mitad de todos los que se suicidaron tenían entre 40 y 64 años y los de más de 65 años sumaron un 31%. El grupo de entre 25 y 39 años fueron el 13,8% y los de entre 10 y 24, un 5% del total de personas que murieron por esta causa.
Las cifras, fruto de la acción de investigación del consorcio SURVIVE y de la acción de vigilancia epidemiológica de la Plataforma Nacional para el Estudio y la Prevención del Suicidio, muestran también diferencias regionales. Todas las provincias gallegas y Asturias y algunas de Castilla y León o Andalucía tienen tasas superiores a las 10 muertes por cada 100.000 habitantes, por encima de la media española de 8,4 y la mundial de 9. Las peores cifras de 2021 se registraron en Lugo, con 15,6 por 100.000, Zamora, con 14,2 y Jaén, con 13,1.
Durante la presentación de los datos, De la Torre reconoció que aún no saben bien “cuáles son los factores que más influyen en los cambios de tendencia”, refiriéndose al incremento iniciado en 2018, en un momento en el que no había crisis económica y la pandemia aún no había llegado. En cualquier caso, él y sus compañeros creen que es fundamental que se tome conciencia de que es un problema que se puede reducir con cooperación entre todos los agentes sociales. “Otros países han reducido las tasas de suicidio y deberíamos poder hacerlo también. Se parece a lo que conseguimos con el tráfico. Hay prevención, con mucho énfasis en la detección de las personas de riesgo, priorizando a las personas que ya han realizado algún intento y creando una cultura general de que esto es algo que se puede prevenir y que es cuestión de todos”, ha resumido Pérez Sola.
Mucho más entre extranjeros
Los datos indican también que se producen más suicidios en los meses de más calor o que los extranjeros han sufrido un empeoramiento del problema muy por encima de los nacionales. Mientras el número de suicidios ha crecido un 6,5% desde 2018 entre los españoles, se ha disparado en un 24,3% entre los foráneos.
Entre las interpretaciones que ofrecen los autores para explicar el agravamiento durante la pandemia, especulan con que “las medidas de control de la expansión del virus”, como los confinamientos, las medidas de distancia social o las dificultades económicas derivadas “podrían estar detrás de este efecto”. Además, añaden, “son las personas de grandes ciudades y capitales de provincia, donde la implantación de las medidas de control de la pandemia han dado lugar a una mayor alteración de la vida cotidiana, las que han visto también un mayor efecto de la pandemia en la mortalidad por suicidio”.
En los datos presentados, también se observa que después de un pico de suicidios en el año 2000, con 8,39 muertos por esta causa por cada 100.000 habitantes, se produce un descenso progresivo durante la década siguiente hasta alcanzar un mínimo de 6,72 en 2010. A partir del año siguiente se invierte la tendencia y se alcanzan los 8,36 en 2014, prácticamente el mismo número al que se había llegado al principio de la década de los 2000 y al que se regresaría en 2021.
“Ahora, hay que esperar un año para las sesiones de psicoterapia y se ha acortado el tiempo de atención que se dedica a cada paciente”Javier Jiménez, presidente de la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio
Javier Jiménez, psicólogo clínico y presidente honorario de la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio (AIPIS), considera que los datos recogidos en este estudio están lejos de mostrar toda la dimensión real del problema. Jiménez, que no ha participado en el trabajo, explica que “hay más de 8.000 muertos accidentales, por ahogamiento, caídas o ingesta excesiva de medicamentos, que no se registran como suicidios y al menos en algunos casos pueden serlo”. Por eso, los datos del presente no se van a cerrar hasta 2025 y “cuando se ha preguntado a los institutos de medicina legal de España, pese a que solo contestaron la mitad, se han encontrado casi 500 suicidios que no estaban registrados en el INE”.
A la dificultad de determinar, por ejemplo, cómo ha muerto una persona que se ha precipitado en el patio interior de un edificio, hay que añadir el estigma en torno al suicidio, que hace que muchas veces, en caso de duda, una muerte que podía ser autoinfligida se registre como accidental. “En España, el principal método de suicidio es el ahorcamiento, aproximadamente la mitad de los 4.000, porque el ahorcamiento es muy raro que se produzca por accidente”, señala Jiménez. El psicólogo incide en que se pueden hacer muchas especulaciones sobre las cifras del suicidio y sus causas, pero aún falta mucha información y en algunos casos se ha dado marcha atrás. “En los años ochenta y noventa se rellenaba un casillero en los casos de suicidio con la causa y, aunque en la mitad no se sabía, en la otra mitad, sí. Ahora no tenemos esa información”, apunta.
Sobre el agravamiento del problema del suicidio durante la pandemia, Jiménez cree que hay muchos posibles factores, entre los que destaca que, por el empeoramiento general de las listas de espera provocadas durante la crisis, se ha dejado desamparadas a muchas personas en situación de riesgo. “Ahora, en algunas comunidades, hay que esperar un año para las sesiones de psicoterapia y se ha acortado el tiempo de atención que se dedica a cada paciente”, explica. “Eso se sustituye con psicofármacos, te dan un antidepresivo o un ansiolítico. Pero es obvio que no funciona, porque se ha disparado el consumo y los suicidios siguen en aumento”, plantea.
Isabel Ruiz, profesora de la Escuela Andaluza de Salud Pública, que tampoco ha participado en este trabajo, cree que estos datos “pueden servir como punto de partida, pero hará falta un estudio más en profundidad para poder interpretarlos, ver, por ejemplo, cómo están los servicios de salud o la salud mental en cada comunidad, y hacer que los datos sean útiles para la prevención”. “Esto es sobre todo un toque de atención para los responsables sociosanitarios”, concluye.
Si necesita ayuda:
- Línea de atención a la conducta suicida del Ministerio de Sanidad: 024
- Teléfono de la Esperanza: 717 003 717
- Programa de prevención, divulgación y formación de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio: www.prevensuic.org
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