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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Política irresponsable

El rechazo tibio a las agresiones callejeras y las acusaciones mutuas de los partidos son una estrategia peligrosa

Un hombre se disponía en Nochevieja a golpear una piñata que representa a Pedro Sánchez, cerca de la sede del PSOE en Madrid.
Un hombre se disponía en Nochevieja a golpear una piñata que representa a Pedro Sánchez, cerca de la sede del PSOE en Madrid.JUAN BARBOSA
El País

Un puñado de ciudadanos se divirtieron en la pasada Nochevieja apaleando ante las puertas de la sede del PSOE en Madrid una piñata que pretendía representar al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. El suceso en sí, aderezado de insultos y amenazas hacia el jefe del Ejecutivo, no debería tener más trascendencia que un mero incidente de orden público. El problema es que detrás de manifestaciones tan agresivas está la mano de un partido de extrema derecha y que otras formaciones políticas constitucionales, como el PP, se niegan a rechazarlas con la debida contundencia.

El juego en el que está sumida la política española es demasiado peligroso. El mes pasado, el líder de Vox, Santiago Abascal, aseguraba que los españoles querrán ver colgado de los pies al presidente del Gobierno. Apenas unas semanas después, unos 300 seguidores de su marca juvenil, Revuelta, cuelgan al muñeco a las puertas de Ferraz profiriendo todo tipo de insultos. Abascal había matizado previamente sus declaraciones, pero la clara concatenación de hechos evidencia el potencial destructivo de los discursos de los líderes políticos para dinamitar la convivencia.

Este incidente ha provocado un rifirrafe entre los dos principales partidos y eso forma parte de la irresponsable dinámica establecida en la política española. El PSOE pide un rechazo contundente al PP y este sí dice deplorar lo ocurrido, pero —siempre hay un pero— acusa al contrincante de medir con distinto rasero otras agresiones. Lo sucedido en Nochevieja, un acto tan cargado de simbolismo tras escuchar a Abascal, debería servir como un llamamiento a la prudencia verbal.

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Jalear a las masas con arengas es una estrategia perniciosa e inflamable. Perdidas las elecciones por el bloque PP-Vox, sus líderes no han hecho otra cosa que intentar tapar con ruido su frustración. Manejan sin contemplaciones la descalificación del contrario. Movilizan a la calle a sabiendas de que más adelante puede ser incontrolable. La buena noticia es que la ciudadanía, al menos de momento, se resiste a los discursos de odio. El PSOE, cuyas sedes se han visto acosadas con demasiada frecuencia, se plantea denunciar los hechos por considerar que son una incitación al odio. Recurrir a la justicia, sin embargo, no siempre tiene sentido en estos tiempos en los que se reclama desjudicializar la política, aunque lo fundamental es que el PP no tenga la tentación de seguir la vía trumpista de Vox. Bastaría con que los líderes tomaran conciencia real del peso de sus palabras y comprendieran que son ellos quienes pueden poner fin a esa deriva.

Reconsiderar su estrategia es imperativo para partidos como el PP, que pretenden ofrecer una alternativa de gobierno. Ya basta. Hace años que los sondeos han dejado clara la aspiración de la sociedad española al diálogo y el entendimiento. El PP, sin embargo, está encastillado en la hipérbole permanente, en una actitud belicosa que emula más a la extrema derecha que a los partidos conservadores con los que se codea en Europa. La estrategia de confrontación beneficia fundamentalmente a sus socios extremistas.

Las manifestaciones ante las sedes del PSOE, las injurias a instituciones del Estado, como la Corona, las quemas de banderas o los agresivos gestos entre políticos puede que aún no hayan contagiado a la calle, pero son un pésimo síntoma que hay que revertir. Las democracias corren peligro cuando la clase política no solo no aísla a los extremistas, sino que en ocasiones casi los azuza. Las democracias funcionan mejor cuando las Constituciones se apuntalan con normas no escritas: la tolerancia mutua y la contención son guardarraíles imprescindibles. Los discursos del odio tienen consecuencias. Lo hemos visto ya en el Capitolio, en Brasil, en muchos países.


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