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ANATOMÍA DE TWITTER
Columna
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La libertad de censurar libros

Desde 2021, más de 5.800 obras han quedado prohibidas en escuelas y bibliotecas de Estados Unidos

Jaime Rubio Hancock
Libros prohibidos en Estados como Florida y Texas se exhiben en la librería Barnes & Noble en Pittsford, Nueva York, en septiembre de 2022.
Libros prohibidos en Estados como Florida y Texas se exhiben en la librería Barnes & Noble en Pittsford, Nueva York, en septiembre de 2022.Ted Shaffrey (AP)

Isaiah Berlin escribía en Dos conceptos de la libertad que los historiadores han documentado “al menos doscientos sentidos de esta palabra sumamente poderosa y proteica”. Hay políticos que se esfuerzan por crear dos o tres significados más cada vez que abren la boca, pero me cuesta creer que alguno de ellos incluya la posibilidad de ponerse a prohibir libros.

No es un ejemplo hipotético: el diario de Florida Orlando Sentinel publicaba la lista de los 673 libros prohibidos en las escuelas e institutos del condado de Orange. La foto con la lista completa a dos páginas se ha compartido miles de veces en X (que es como se empeña Elon Musk en llamar a Twitter).

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El gobernador Ron DeSantis, trumpista que va camino de perder las primarias republicanas frente a su ídolo, aprobó unas leyes para excluir de las escuelas libros que incluyan material lascivo o pornográfico. En teoría, el objetivo era que los padres pudieran controlar la educación de sus hijos (“¡mi niño no aprenderá matemáticas!”), pero en la práctica vemos que sirve para excluir títulos como El paraíso perdido, de John Milton, y Las metamorfosis, de Ovidio, además de obras que cualquier adolescente interesado en la libertad puede leer y disfrutar, como Un mundo feliz, de Aldous Huxley, o el teatro de Aristófanes.

Por supuesto, ese adolescente puede leer esos libros en su casa y, además, el personal del condado revisará la lista y quizás salve alguno, en un proceso que puede tardar años. Pero, de momento, los lectores tienen menos posibilidades de tropezar con ellos. Y todo por el temor a que un alumno pueda leer un libro que quizás moleste a sus padres, algo que cualquier adolescente de bien tiene la obligación de hacer vez en cuando. O, al menos, intentarlo, porque alguno se llevará una decepción si se pone a leer a Milton en busca de material erótico.

Este ejercicio de censura en Florida no es un episodio aislado: PEN America, asociación a favor de la libertad de expresión, apunta en su web que se han prohibido 5.800 libros en las escuelas y bibliotecas estadounidenses desde 2021, en su mayor parte escritos por mujeres, personas racializadas y autores LGBT+. Hay medidas similares en Texas, Florida, Misuri, Carolina del Sur… Y en Utah, donde hace unos meses un vecino pidió la exclusión de la Biblia de las escuelas de su distrito, en lo que era una protesta hacia estas medidas arbitrarias y pacatas.

Esta petición calificaba la Biblia de “pornográfica”, de acuerdo con las leyes del Estado. Y no le faltaba razón: el Antiguo Testamento está lleno de sexo, además de matanzas y asesinatos. Pero no hablamos solo de sexo entre dos adultos que se quieren: las hijas de Lot emborracharon a su padre para, en fin, yacer con él y —lo pone aquí, no me lo estoy inventando— tener hijos suyos. La Biblia quedó excluida de unas cuantas escuelas, pero esta prohibición se echó atrás poco después.

Al final es lo de siempre: los supuestos adalides de la libertad solo defienden su libertad y no la ajena. Les preocupa mucho una supuesta dictadura woke que al final son cuatro tipos que tuitean mucho, pero les parece normal que acabemos con listas de libros prohibidos, todo con la excusa de “¿pero es que nadie va a pensar en los niños?”, la frasecita que ya parodiaron Los Simpson en un episodio de 1996.

Lo malo es que las modas comienzan en Estados Unidos, pero enseguida se contagian. Podemos recordar a los Abogados Cristianos, que en Twitter publican mensajes en contra del adoctrinamiento en las escuelas, pero en los juzgados se dedican a amedrentar a cómicos y a intentar coartar la libertad de expresión. O a Javier Milei, presidente argentino que ganó las elecciones gritando “libertad” todo el rato, pero que ha incluido entre sus primeras medidas la prohibición de las protestas contra el resto de sus medidas. Supongo que es el sentido 201 de la palabra “libertad”: poca y solo la mía.

Sobre la firma

Jaime Rubio Hancock
Editor de boletines de EL PAÍS y columnista en Anatomía de Twitter. Antes pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor, entre otros temas. Es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', además de la novela 'El informe Penkse', premio La Llama de narrativa de humor.
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