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Columna
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Vuelve la eugenesia

Una empresa ofrece leer el genoma de los embriones de sus clientes

Test genetica
Un científico observa la secuencia de un genoma en la pantalla de un ordenador.Andrew Brookes (GETTY)
Javier Sampedro

Científico de élite, opinador polémico, sexista o racista según sus críticos y carente del mínimo talento para el eufemismo, James Watson puede ser acusado de cualquier cosa menos de falta de claridad. Le pregunté una vez si la eugenesia iba a volver. La eugenesia, o mejora de la raza, es seguramente la palabra más fea que ha salido de la biología del siglo XX. La exhumación de las leyes de Mendel en 1900 ―habían pasado inadvertidas durante 35 años— planteó casi de inmediato la posibilidad de identificar los genes indeseables de cualquier población humana y evitar que sus portadores se reprodujeran. Las cabezas visibles de la emergente genética norteamericana apoyaron la idea o callaron ante su propagación. Suecia aprobó la esterilización de los discapacitados mentales, y la Alemania nazi adoptó el concepto en su deriva genocida que acabó en el Holocausto.

Watson me respondió que sí, que la eugenesia estaba condenada a volver porque ya no iba a depender de los gobiernos, sino de los padres. Creo que tenía razón.

Orchid Health, una firma de fecundación in vitro (FIV) basada en Palo Alto, California, ha anunciado este mes que está lista para secuenciar (leer) el genoma de los embriones de sus clientes. Cuando una pareja acude a la FIV, lo usual es fecundar varios óvulos para asegurar la jugada, y luego se implantan uno o dos al azar. Orchid puede ahora tomar unas pocas células de cada embrión ―una pérdida que el embrión repara sin problemas— y obtener genomas de alta calidad. Hasta ahora se había hecho algo similar para evitar tal o cual enfermedad genética que porten los padres, pero ahora estamos hablando del genoma entero, y esto es una cuestión muy diferente.

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Hay miles de enfermedades debidas a la mutación de un solo gen (anemia falciforme, talasemia, fibrosis quística, hemofilia, Huntington y miles más), pero las patologías más comunes tienen componentes hereditarias mucho más escurridizas. No hay un gen del infarto, sino decenas o centenares de ellos, cada uno con un pequeño efecto y cuyos daños solo afloran en ciertas combinaciones. Solo si lees el genoma entero puedes elegir o descartar un embrión para implantarlo. Eso es lo que Orchid ofrece ahora por primera vez.

Y hay un asunto aún más interesante. Casi cualquier cosa que un psicólogo experimental pueda medir (agresividad, carácter conciliador, inteligencia, propensión al riesgo o a las adicciones) tiene una componente hereditaria sustancial, tan distribuida como en el ejemplo del infarto. A partir de ahora también podrá leerse en el genoma completo del embrión. ¿Quiere que su hija tome drogas o no? ¿La quiere lista y arriesgada o vulgar y feliz? ¿Depresiva, esquizofrénica? Los genes concretos no se conocen bien aún, pero eso es solo cuestión de tiempo.

La iniciativa de la empresa de Palo Alto no ha caído bien entre los genetistas y neurólogos académicos. El Consorcio de Genómica Psiquiátrica (PGC), que agrupa a 800 investigadores de medio mundo, está que trina porque muchos de los datos en que se basa la oferta comercial de Orchid provienen de científicos del consorcio, y allí nadie ha autorizado que los utilice una empresa que pretende lucrarse con ellos. Pero estoy seguro de que Orchid tiene mejores abogados que PGC. Así está el tema.

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