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Igualdad

No se trata de defender la equidad social a través de unos impuestos justos, sino de colocar la palabra igualdad en la misma frase política que defiende la libertad de los más fuertes

Manifestación celebrada contra la amnistía bajo el lema "No en mi nombre: Ni Amnistía, ni Autodeterminación. Por la libertad , la unidad y la igualdad", el 18 de noviembre en Madrid.
Manifestación celebrada contra la amnistía bajo el lema "No en mi nombre: Ni Amnistía, ni Autodeterminación. Por la libertad , la unidad y la igualdad", el 18 de noviembre en Madrid.FERNANDO ALVARADO (EFE)

Lo escribió Jorge Manrique, la muerte lo iguala todo. Ante ella son iguales los que viven por sus manos y los ricos. Este carácter medieval de la muerte valía para legitimar las desigualdades en la vida. La verdad de Dios igualaba a sus siervos a la hora de entregar el alma. Pero en el mundo terrenal distribuía papeles entre nobles y mendigos, obispos y pecadores. Imperaban la ley divina y la obediencia inexcusable.

La filología política está muy entretenida en su juego con las palabras. Ahora toca el turno de la palabra igualdad. Después de todas las vueltas que el anarquismo capitalista le ha dado a la palabra libertad, identificada con la ambición sin límites de las grandes fortunas, toca ahora el protagonismo de la palabra igualdad. Los debates sobre la amnistía y sobre la justicia repiten el estribillo de la igualdad ante la ley. Y no se trata, por supuesto, de defender la igualdad social a través de unos impuestos justos en favor del bien común, sino de colocar la palabra igualdad en la misma frase política que defiende la libertad de los más fuertes.

Así que cuidado con la palabra igualdad. Puigdemont es un personaje muy antipático. Pocas farsas derechistas han sido tan impúdicas como la suya. Pero la antipatía está siendo utilizada para ocultar el verdadero compromiso de una sociedad con la igualdad y la justicia social. Empujados al debate jurídico, podemos acabar justificando la idea de unas leyes fijas e intocables. Se repite que somos iguales ante la ley, pero se olvida que no se trata de una divinidad, sino de leyes elaboradas democráticamente por un Parlamento, leyes que pueden cambiarse según la voluntad política y democrática. Defender la igualdad ante una ley intocable supone en realidad argumentar la muerte de la política a la hora de trabajar en favor del pluralismo, en favor de las igualdades entre los seres vivos.

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