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Columna
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Empoderarte con bragas y sujetadores

Solo me exploto yo, vendrían a decir las cantantes-vedettes de nuestro tiempo; solo yo tengo derecho a sacar mucha pasta de poner cachondos a los hombres

Jennifer López y Maluma, durante su actuación en los American Music Awards.
Jennifer López y Maluma, durante su actuación en los American Music Awards.getty
Najat El Hachmi

La publicidad se ha adueñado del lenguaje emancipatorio de las luchas sociales vaciándolo de contenido y, lo que es peor, pervirtiendo su sentido original. Si en su momento las marcas que se dirigían al público femenino no tenían reparos en asustarnos con la soledad, la falta de amor y el destierro si no comprábamos sus productos, ahora nos dicen que el maquillaje o la lencería nos empoderan. ¿Para qué esforzarte por llegar a ocupar sitios de responsabilidad, tener independencia económica o acceder al saber y el conocimiento o conquistar tu propia libertad si comprándote las bragas de Jennifer López puedes tener tanto poder como ella? Sin duda, la cantante es poderosa, pero, disculpen la obviedad, no por su ropa interior, sino porque es una mujer rica y famosa. Con talento, sí, pero a nadie se le escapa que parte de su riqueza viene del esfuerzo, tiempo y dinero que dedica a su apariencia externa, lo cual demuestra que seguimos en un sistema en el que la explotación sexual de los seres humanos de segunda, las mujeres, no solo no es cuestionada, sino que es un valor absoluto de la cultura hegemónica occidental.

Beyoncé y Rosalía nos dirán que son feministas y las letras de sus canciones inspirarán a las nuevas luchadoras por la igualdad, pero siguen integradas en una estructura que antepone la capacidad de excitar a los hombres a cualquier otro “don” que puedan tener. Ellas mismas juegan bien ese juego, aunque luego se quejen cuando se las sexualiza sin permiso, como le pasó a la catalana con el fotomontaje de JC Reyes. Solo me exploto yo, vendrían a decir las cantantes-vedettes de nuestro tiempo; solo yo tengo derecho a sacar pasta, mucha pasta, de poner cachondos a los hombres. He aquí, según algunos publicistas y colaboradoras de este sistema de dominación, el summum de la liberación y el empoderamiento.

Y antes que alguien me venga con el manido tópico de que las feministas odiamos el sexo, más bien es todo lo contrario: porque nos parece algo demasiado importante para convertirlo en mercancía, nos negamos a aceptar el denigrante papel de aprovecharnos de las necesidades sexuales de los hombres para ganar poder, porque el sexo es un espacio compartido que solo puede ser gozoso si es gratuito, deseado y se da entre iguales. Es vil y ofensivo pretender que sigamos como siempre, conformándonos con unas migajas de los privilegios que tienen ellos a base de enfundarnos en ásperos e insostenibles sujetadores de encajes de poliéster.

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