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Columna
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Colapso

Los habitantes de X están migrando a ecosistemas más sostenibles, donde sienten que pueden llevar una vida mejor

El dueño de X, Elon Musk, habla con el presidente electo de EE UU, Donald Trump, en un evento de la compañía aeroespacial SpaceX, también de Musk, este martes en Brownsville (Texas, EE UU).
El dueño de X, Elon Musk, habla con el presidente electo de EE UU, Donald Trump, en un evento de la compañía aeroespacial SpaceX, también de Musk, este martes en Brownsville (Texas, EE UU).Brandon Bell (via REUTERS)
Delia Rodríguez

En su libro Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, Jared Diamond diferencia entre colapso y declive de las civilizaciones. El primero es un descenso drástico de la población y la complejidad política, económica o social. El declive es, en cambio, una versión leve del colapso, como su conquista por otra sociedad vecina, pero sin que se altere el tamaño total de la población o se derroquen las élites gobernantes. Para el autor, una de las grandes causas del fin de una sociedad, que puede acabar dejándola en ruinas, es el ecocidio, es decir, el suicidio ecológico cometido por quienes destruyen los recursos naturales de los que dependen; pero también están los vecinos y socios hostiles, las malas decisiones de los gobernantes, la reacción de la propia sociedad.

No sé aún si lo de X es un colapso o un declive, pero desde luego se trata de una catástrofe ambiental digital dirigida en gran parte por su líder. Sus habitantes están migrando a ecosistemas más sostenibles, donde sienten que pueden llevar una vida mejor. “Llegar aquí ha sido como apagar la campana extractora. Con qué facilidad habíamos naturalizado soportar impertinencias, faltas de respeto, insultos y amenazas. Cómo asumimos que era el peaje necesario”, escribió Paloma Rando, columnista de este diario, en Bluesky, una red que está acogiendo refugiados digitales al ritmo de un millón al día, y que al menos proporciona herramientas avanzadas para controlar a qué contenidos desea una exponerse. Sin llegar al caso extremo de los y las periodistas —un 73% de ellas ha sufrido acoso en línea, según datos de la Unesco— los usuarios se han hartado de, en el mejor de los casos, hablar solos debido a la reducción del alcance de los mensajes; en el peor, de discutir hasta la polarización con otras personas también polarizadas, o de pagar con su sensibilidad la falta de moderación de contenidos de spam, violencia y desinformación.

Un estudio reciente de la Universidad de Tecnología de Maryland parece confirmar lo que sospechábamos: desde julio, momento en que Elon Musk respaldó públicamente a Trump, tanto su cuenta como las republicanas sufrieron un aumento drástico de visibilidad, sugiriendo que el algoritmo fue manipulado para ello. Esa página principal inundada por Musk y su agenda política extrema ha crispado los ánimos hasta dejar el hábitat invivible. España, que acogió Twitter con entusiasmo en sus inicios, también es uno de los países que está adoptando alternativas a X con ganas. En nuestro caso, el detonante no solo han sido las elecciones estadounidenses. Después del terrible estrés informativo producido por las inundaciones de Valencia, que nos han mantenido a muchos ciudadanos conectados en un bucle constante de búsqueda de novedades, ha llegado el agotamiento, lo que en el mundo anglosajón se llama information fatigue. X es tierra quemada.

A Twitter le acompañó desde sus inicios la fantasía de ser un ágora, un lugar donde personas, organismos e instituciones de todo el mundo se conectan y comparten información de forma fácil e instantánea. Algo de ello sigue habiendo, pero en el internet de 2024 estamos sufriendo las consecuencias de una superpoblación mediada por incentivos perversos. Siempre hubo chicas y chicos, izquierda y derecha, élites y plebe, y la convivencia nunca fue sencilla, pero ese mundo ha cambiado. Ahora cada tribu busca refugio en el lugar más afín, puede que para reagruparse y defenderse del colapso.

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Sobre la firma

Delia Rodríguez
Es periodista y escritora especializada en la relación entre tecnología, medios y sociedad. Fundó Verne, la web de cultura digital de EL PAÍS, y fue subdirectora de 'La Vanguardia'. En 2013 publicó 'Memecracia', ensayo que adelantó la influencia del fenómeno de la viralidad. Su newsletter personal se llama 'Leer, escribir, internet'.
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