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Anatomía de Twitter
Columna
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Madridismo sociológico en la franja de Gaza

Desde la perspectiva de Israel, cualquier crítica a Netanyahu puede leerse como un guiño a Hamás. Igual que criticar la corrupción del Barça implica ser tachado de madridista

El presidente del Barça, Joan Laporta, en una imagen de archivo.
El presidente del Barça, Joan Laporta, en una imagen de archivo.ALBERT GEA (REUTERS)
Nuria Labari

Imagina que eres Joan Laporta. Eres el presidente del Fútbol Club Barcelona. Entonces sucede que aparece un escándalo llamado caso Negreira que dice que tu club pagó, presuntamente, un montón de dinero durante 18 años al vicepresidente de los árbitros. Es una muy mala noticia. Porque, en realidad, da igual si se demuestra que los árbitros beneficiaron o no a tu club. Lo que se juzga es que un club que compite en una liga nacional ha pagado dinero al vicepresidente de los árbitros que arbitran dicha liga. No hay más salida que agachar la cabeza, confesar y acatar las consecuencias. Pero entonces se te ocurre una idea buenísima para no responsabilizarte de tus actos. Y es aclarar que la culpa fue del “madridismo sociológico”.

Después de eso, muchos medios, aficionados y analistas dejarán de hablar de Negreira. Y el foco de atención ya no será si el Barça es un club corrupto, sino si el madridismo sociológico existe o no. Twiter arderá enumerando presidentes del Gobierno que alguna vez fueron a ver al Madrid, señalando de qué equipo es Javier Tebas o cuántos amigos poderosos tiene Florentino Pérez. Hasta que, finalmente, distintas voces cualificadas concluirán que sí, que el madridismo sociológico es una realidad. Mención especial para el brillante análisis de Sique Rodríguez en El Larguero y todos sus retuits.

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El asunto es que no eres Laporta, solo un espectador de la actualidad deportiva que está siendo manipulado, no solo como aficionado del fútbol (si es que lo eres), sino como ciudadano. Porque lo que de verdad nos está diciendo Laporta es que el Barça merece el estatuto de víctima para apelar desde ahí a un trato jurídico de favor. Es entonces cuando te encuentras en Twitter a Xavi Hernández contando que fue injustamente acusado de dopaje y concluyes que sí, que el Barça es un club de víctimas y que a Laporta no le falta razón. “Son situaciones para desestabilizar un poco”, explica el exjugador, víctima en primera persona del salvaje madridismo sociológico.

Es difícil no empatizar con el Barça. Porque, en el fondo, Laporta apela a una realidad democráticamente compartida: el hecho de que las víctimas merecen un tratamiento jurídico distinto de que quienes no lo son. Así lo defendemos en un asunto tan grave como la violencia de género, por ejemplo. Entonces, ¿qué pasa si el madridismo sociológico existe? ¿Será que comprar árbitros no es censurable si lo hace un club maltratado? ¿Acaso las víctimas no tienen derecho a otra legalidad? Lo que Laporta —y toda la conversación generada alrededor— omite es que el estatus de víctima se traduce en penas más gravosas para quienes atentan contra ellas, pero no exime a las víctimas de sus responsabilidades penales o morales.

Porque a una escala muy distinta sucede que Netanyahu se está haciendo un Laporta ante los ojos del mundo. Y en este caso, su trampa retórica se está pagando con miles de vidas humanas. La tesis de Netanyahu es que si Israel es un pueblo de víctimas (por los atentados de Hamás y por su reconocida historia), entonces las reglas de la guerra han de ser distintas para el Estado de Israel. Que si existe la barbarie de Hamás (como de hecho existe) entonces Israel no tiene por qué respetar el derecho internacional. Desde su perspectiva, cualquier crítica a Netanyahu puede leerse como un guiño a Hamás. Igual que criticar la corrupción del Barça implica ser tachado de madridista. Una manipulación que no es solo retórica, sino ideológica, y que da carta blanca a cualquier víctima para convertirse en verdugo.

Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.
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