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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Romper el silencio de los feminicidios en Cuba: “Esa bestia va a venir y me va a matar”

Sheila Pérez es una sobreviviente de violencia machista que se atrevió a denunciar a su pareja. Mientras el Gobierno mira para otro lado, organizaciones de mujeres han comenzado a registrar los asesinatos por motivos de género: en lo que va de año ya son 62

Una mujer camina por La Habana con un vestido con los colores de la bandera de Estados Unidos en una imagen de archivo
Una mujer camina por La Habana con un vestido con los colores de la bandera de Estados Unidos en una imagen de archivo.ENRIQUE DE LA OSA (Reuters)

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Sheila Pérez no siempre pesó 181 kilos, y su expareja no siempre fue un abusador. Una víctima se construye, poco a poco, como una efigie tallada en madera o un rosario. Y un victimario también. Sheila Pérez no está muerta, pero podría estarlo. Cuando se conocieron en 2011, Raidel Calvos, un cubano de 40 años, era un tipo atento, dispuesto a ayudar a Pérez con su hija, un tipo cariñoso, hasta que no lo fue más. Lo primero fue aislar a Pérez, distanciarla de los amigos, prohibir las salidas luego de las siete de la noche, enrejar completamente la casa, alejarla de la familia. “Él me dejó sola, pero sola, sola, sola”, me dice Pérez.

Luego empezaron los golpes. Empezaron en la cara, como una especie de concesión ante su embarazo. Le prohibió las visitas al médico que no fueran en su presencia. Cuando Pérez cumplió 39 semanas de gestación, el administrador de la bodega del barrio la escondió en un almacén tras salir huyendo de su casa en medio de una paliza. Ese fue el día de su primera denuncia ante la estación policial del municipio Cotorro, en La Habana, el mismo lugar donde comenzaron las contracciones, los dolores, las sudoraciones, el miedo, los gritos, ay, porque venía en camino su segunda hija, que nació ese día en la sala de un hospital habanero a donde llegó Calvos y echó a gritos a toda la familia hasta dejar a Pérez solo en compañía de él, los médicos, y otras madres adoloridas y felices. Después vendría otro embarazo que Pérez no deseaba, pero Calvos nunca permitió que fuera al médico a abortar. Con el tiempo, nació una más, la cuarta de las hijas.

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Los golpes pasaron de la cara al cuerpo, y las amenazas tampoco fueron las mismas. “Yo sé que tú a mí me quieres dejar, pero no me vas a dejar hasta que yo no quiera, y como yo no quiero, tú te vas a morir conmigo”, dice que le advertía al inicio. “Me decía cochina, asquerosa, puta, que no servía, que yo tenía que besar por donde él caminaba”.

A veces, él le ponía la mano en el hombro y le lanzaba un consejo: “Pórtate bien para que no te pase nada”. Entonces empezaron las amenazas de muerte: “Él decía que si yo lo dejaba, él me mataba, porque yo o estaba con él o estaba muerta”, cuenta Pérez. “Decía que a la casa no podía entrar ningún hombre porque le iba a dar candela a todo”.

El pasado 6 de agosto el comportamiento de Calvos asustó tanto a Pérez que terminó en la estación policial denunciándolo por amenaza y acoso. “Le dijo a las niñas que las iba a matar a ellas, me iba a matar a mí y después se iba a sentar lleno de sangre a esperar a que viniera la policía, y se iba a ahorcar”.

Sheila dejó de arreglarse el pelo y las uñas, subió de peso, dejó de asistir a reuniones familiares, de hablar con los vecinos, apenas tenía ropa o zapatos para vestir. Calvos nunca le permitió trabajar. En una ocasión, Pérez perdió la ración de pollo en la bodega porque tenía miedo de salir sola a la calle. Calvos le dijo que era una vieja y Pérez, que ahora tiene 34 años, le creyó. Le dijo que era una gorda y Pérez le creyó. Le dijo que estaba fea y Pérez irremediablemente le creyó. “Yo me convertí en eso, en una sumisa, porque no quería que mis hijas vieran esas desgracias, esas discusiones. Él me ofendía o me daba golpes y yo me quedaba callada. Aprendí a tragarme todo”, dice. “Ya no podía más, al punto que dije que era preferible que me matara a vivir así”.

Pérez está viva para denunciar, pero podría estar muerta. Una ola de muertes feminicidas está espantando a Cuba. Según el Observatorio de Género de Alas Tensas, que se ha dedicado a registrar de manera independiente los feminicidios en la isla, este año suman 62 las víctimas, 26 más que las reportadas en 2021 y en 2022, y un número aterrador en un país con una población cuatro veces menor que, por ejemplo, España, que el pasado año reportó 49 feminicidios.

Aunque en muchos países el aislamiento en la crisis de coronavirus desató un aumento de las muertes por motivos de género, es difícil medir si en los últimos tiempos ha habido un crecimiento de los feminicidios en Cuba, un delito que no está tipificado en su ley. Por años, el Gobierno ha hecho silencio ante estos crímenes. Desde 2019, la sociedad civil ha comenzado a confirmar y registrar las muertes feminicidas de manera independiente. A pesar de que en ocasiones el Gobierno ha desmentido la existencia de feminicidios en el país, ha escondido casos, disfrazado cifras o perseguido el trabajo que hacen activistas o miembros de la sociedad civil, las muertes de este tipo ocupan titulares todos los meses en la prensa no estatal.

Las activistas coinciden en que muchos de feminicidios reportados en Cuba son mujeres que han logrado romper con el círculo de la violencia y separarse de sus parejas. Sin embargo, no han encontrado el asesoramiento profesional o las redes de apoyo suficientes para evitar la muerte. Una orfandad aplastante cae sobre el cuerpo de las mujeres cubanas. Este año ya son más de 60 las que han muerto a manos de hombres por motivos de género. ¿Cuántas más vamos a acumular? ¿Qué hará el Gobierno, que no ha hecho hasta ahora? Y en este punto, ¿quién realmente nos está matando? El Estado cubano, fálico y desentendido, también nos está matando.

Pérez me ha dicho que quiere irse de su casa, que no soporta vivir más en ese espacio. Rompió la cerradura de la puerta delantera para que Calvos no pudiera abrirla más, y colocó dos candados, dos pestillos en la puerta de la cocina, otro candado en la terraza y otro en la puerta del patio. Cuando a mitad de septiembre Pérez decidió hacer una denuncia pública en redes sociales porque su expareja la había amenazado con un machete y la vigilaba constantemente, la policía detuvo a Calvos y desde entonces está bajo prisión. En ocasiones anteriores lo han detenido y luego excarcelado con alguna multa o advertencia.

Si mañana liberan a Calvos, no va a haber en todo el país una red de refugios que pueda ayudar a Pérez. Nadie le va a tender la mano. El Estado no crea refugios, como dicta una Ley Integral Contra la Violencia de Género en el país, un reclamo de las activistas cubanas. Tampoco alerta de desapariciones de mujeres, ni tiene programas de prevención desde las escuelas, ni un Código Penal que tipifique al feminicidio como delito y no como una muerte más a causa de la violencia por motivos de género.

Pérez espera que no liberen a su exmarido. Pero si lo sueltan esta vez, si Calvos pisa nuevamente la casa, sabe que podría matarla. “Esa bestia va a venir y me va a matar”, asegura. “Ahí sí me va a matar”.

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Los ojos de Peguero persiguen siempre la belleza. “Me agarro a ella para resistir. No es que el dolor o la tristeza se vayan, pero ayuda. Fijarse en lo bello es un trabajo que toma tiempo, pero sana”, dice. Doce encuentros y una despedida (Frailejón Editores, 2023) es un hermoso libro de herencia, arraigo, luz y vegetación, que está escrito para ser leído en alto. “Nunca uso guantes para plantar mis flores. No quiero privarme de ese placer que empecé a intuir con la mirada, en este mismo lugar, observando a mi padre. En ocasiones me asaltaba un violento deseo de comer tierra. Algunas veces lo hice [...] Lo que yo sentía era una profunda necesidad de descubrir a qué sabe el interior de la vida”, se lee en uno de sus relatos. Los otros doce cuentos pasean por la fantasía y la no ficción y acurrucan a todo aquel que esté lejos de casa.


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